English French German Italian Dutch Russian Portuguese Japanese Korean Arabic Chinese Simplified
this widget by www.AllBlogTools.com

¡Escarrramia!

Aunque a algunos nos había entrado la vena mística y un tanto trascendente, tampoco es que nos hubiéramos convertidos en unos monjes ascetas. Nos seguía molando el jolgorio, las bromas y las tías (cosas que, al parecer, a los monjes de cualquier tipo o pelaje nos les van mucho, o al menos eso es lo que suelen decir ellos). Tampoco es que fuéramos unos juerguistas inveterados y unos gamberros, bueno, a veces un poco, pero lo cierto es que no desaprovechábamos la ocasión de echar unas risas, como se dice ahora.

Un día, Juanjo, tuvo que marcharse por asuntos de trabajo, era algo mayor y ya curraba, con lo que tenía buga y siempre manejaba pasta -no como yo que andaba normalmente "pelao", pues mi asignación de estudiante solía pulírmela a comienzos de mes en comprarme algún disco y luego, claro, me dedicaba al noble y disimulado arte del gorroneo- a un país muy raro que, por precaución, no voy a nombrar. Estuvo allí - en el culo del mundo nos dijo a la vuelta- como una semana. Estaba tan lejos de casa que, según nos contó, llegó a emocionarse al escuchar en una emisora española en onda corta -entonces se decía así- a Manolo Escobar. Eso, o se le había ido la olla.

Juanjo, en pleno Escarrramia

El caso es que no fue todo tan malo en aquel viaje. Vino de él pertrechado de un singular aforismo que al parecer era muy popular por allí, y que con solo pronunciarlo te llenaba de una potente e hilarante energía: ¡Escarramia!. Nos gusto tanto, por lo singular, exótico y, sobre todo, disparatado, que durante algún tiempo se convirtió en nuestro saludo y grito de guerra y compadreo. ¡Escarramia!.

De esta manera vino a sumarse a otros célebres aforismos, fruto en este caso del fértil ingenio de Quique como: ¡La dicha es mucha en la ducha! o ¡En Chinchón chinchan las chinches!, que esta hecho un poeta el tío, y no solo se despachaba con máximas de este estilo, sino que incluso componía y ordenaba versos en rima consonante en largos poemas repletos de un profundo sentido, como aquel que comenzaba: ¿Que me pasa, que me ocurre que no salto de gozo y otras cosas que no digo?.

Así que al amplio repertorio poético de Quique, a las elucubraciones místicas de Rulo sobre Moh y Weeeh, Juanjo aportó su granazo de arena con ¡Escarramia!, un secreto que, como los otros, compartíamos los iniciados en aquella singular hermandad. A mi mientras me daba por Fulcanelli y el Misterio de las Catedrales, obra que conocí también gracias a Juanjo, que por aquel entonces empezó a llamarme "maestro", aunque creo que en su casa me llamaban "Pitagorín". Pero, bueno, seguiré con lo del tal Fulcanelli en otra ocasión, o no...

La Psicodelia (I)

Así que el "humo azul" me hizo bastante bien. Ya se que este es un tema controvertido, pero, al fin y al cabo, no me volví idiota, ni gilipollas (bueno, menos de lo que lo era antes). Además estudios muy relevantes llevados a cabo por algunas de las más insignes seseras de nuestros días han venido a demostrar que el dichoso "humo azul" ya se inhalaba desde la Prehistoria. ¡Si fuera tan malo se hubiera extinguido la especie!, ¿no?. O nos hubiéramos vuelto medio memos. (La verdad es que algunos ya lo son bastante sin la ayuda de ningún "humo" que les ayude).

Pero ¡mirad!, ¡mirad!, este impresionante documento:


Lo cierto es que, a diferencia de nuestros ancestros del Epipaleolítico ese, a nosotros nos dio en cierta manera por la vena mística. Nos reconcentrabamos escuchando nuestra música favorita, leyendo o haciendo lo que mejor se nos diera o más nos enrollara. ¡Que si, que si!, ¡Que no es coña!. El Rulo, por ejemplo, dejó de hablar, o casi, y se pasaba el tiempo embelesado admirando los maravillosos colores con los que nos ha regalado la Naturaleza. ¡Alma de pintor!, que no puede ser otra cosa.

Sentíamos una sensación de estar al corriente de un misterio a unos pocos desvelados (esto tampoco es coña ¿eh?) y cuando en la calle o en el metro nos topábamos , lo que ocurría algunas veces, con alguien igualmente iniciado, intercambiábamos una mirada cómplice al tiempo que esbozábamos una ligera sonrisa sin mediar media palabra. Eran tiempos en que el "humo azul" lo conocíamos unos pocos, mientras que el resto de la baska (en general) seguía en la inopia.

Solo tres (del grupo y del resto de amigos) estábamos al principio en el ajo. No éramos muy partidarios de difundir su conocimiento, tal vez con algo de razón, como se vería luego, pues hubo algunos que, cuando por fín se coscaron de que iba el tema, dieron la espantá. Y también hubo quién se incorporó tarde y le sentó divinamente ¡Quien lo iba a pensar!. Pero, en fín, esos son los misterios de la mente humana, que por aquella época ya nos habíamos vuelto un poco filósofos y todo.

De gilipollas a cantautor

El "humo azul" me tranquilizó bastante. Algunos amigos, como el mismo Quique, me comentaron un día que había experimentado un cambio notable. Al parecer había dejado de ser tan gilipollas. Luego la consiensia sosial también ayudó un poco.

Me había hecho socio de Disco-libro, que era como el Círculo de lectores, pero más cutre. ¿Que porqué?. Me había liado el vendedor que un día se presentó en casa. Como no me molaban mucho los discos que tenían - los que me interesaban ya los había pedido- un día me pillé uno de un tal Paco Ibañez, que no tenía ni puñetera idea de quién era, pero, al parecer, cantaba a poetas españoles de antes y ahora.

Siempre me había molado la poesía. Mejor dicho, estaba en esa edad en la que te da por molarte la poesía y hasta hacía mis pinitos y todo de vez en cuando. ¡Hasta firmaba como Lord Black, y todo!. En fin, el mundo no se ha perdido un gran poeta, ni tan siquiera un mal poeta, vamos, que no se ha perdido nada. Pero me gustó el Paco Ibañez con su voz recia y austera y me gustaron las canciones que había hecho de los versos. Algunos eran de Miguel Hernández, otros de Celaya. Yo los cantaba, igual que antes había cantado a Serrat, porque a las chicas les gustaba.

El cantautor (antes conocido como "gilipollas")

Así que me hice cantautor. Al principio de temas ajenos y luego, a medida que ampliaba mi repertorio, con alguno que otro mio. Íbamos al parque y yo me llevaba la guitarra y les daba unas barrilas de espanto con el "Soldadito de Bolivia" y "Andaluces de Jaén". Coincidió que ya iba a la Facultad. Aquello estaba lleno de policías, que entonces se llamaban "grises". Te pedían el carné para poder pasar. Estaban dentro y fuera, y de vez en cuando les apetecía liarse a hostias con nosotros. Así que empecé a preguntarme muchas cosas.

Un día que estaba cantando en la yerba con un grupo de compañeros, vino un sujeto de aquellos y de muy malos modos me dijo que me fuera a cantar a mi puñetera casa. Y eso hicimos. Nos fuímos cantando por el campus hasta llegar a Moncloa en que se despedió tan singular romería. ¿Así que les jodía que cantara?. Se ibán a enterar.

Un auténtico gilipollas

Antes de todo eso, me volví gilipollas. No un poco o moderadamente gilipollas, no. ¡Me volví un gilipollas auténtico!. ¿Que me había pasado?. Bien, como hijo único siempre había sido un poco gilipollas, pero aquello desafiaba los conocimientos más avanzados de la psicología experimental. ¡Que me había vuelto un completo gilipollas!.

Lo bueno, o malo, del caso es que yo no me daba cuenta de mi transmutación en un gilipollas integral y andaba por ahí tan fresco haciendo gilipolleces. Era orgulloso y tiránico. Y siempre intentaba imponer, como fuera, mi parecer, que tampoco era nada del otro mundo. ¡Cosas de los gilipollas!. Si no era continuamente el centro de atención me cogía unos rebotes de lo más gilipollas. En los ensayos con el grupo a menudo me mosqueaba si las cosas no salían como a mi me perecía que tenían que salir ¡Vaya gilipollez!. Y claro, no había quién me aguantara.

Tenía una novieta, salimos unos seis meses, y al final la planté porque en los baretos jugaba con las maquinitas electrónicas, lo que me parecía una gilipolléz. ¿Quién era más gilipollas?. Bueno, creo que esa fue la excusa que me busqué para dejarla, -luego, todas me dejaban a mi, por gilipollas- pues no se me ocurría nada mejor. ¿A que es de gilipollas?. No es que no la quisiera, pero como ahora diría Berto, que por cierto lleva unas gafas clavadas a las que yo usaba por aquel entonces, la quería, bueno, la quería normal.

Ahora que lo pienso... ¿Me habré reencarnado en Berto?. Pero si todavía no he palmado ni nada. ¿Seremos Berto y yo la misma persona en diferentes dimesiones espacio-temporales? ¡Vaya gilipolléz!, Si ya se me había pasado...

Claro que en verdad, y a diferencia de Berto y su novia de siete años (a mi solo me duró seis meses, ¿eh?), no hacíamos el amor ni nada. ¡Hay que ser gilipollas!. Creo que en realidad salía con ella, porque estaba harto de ir siempre de cesta con los demás, pues ligar, ligar, no ligaba mucho, como estaba hecho un gilipollas. Bueno, éramos unos adolescentes algo creciditos y ya se sabe...

Un día, los otros tres del grupo y algunos de la baska me dieron un toque. ¡Que digo, un toque!, me dieron un hostiazo. "Mira tio, que no hay quién te aguante, ¡so gilipollas!, ¿Pero tu quién te has creído que eres, macho?. Ya puedes ir cambiando y dejar de hacer el gilipollas si no quieres quedarte más solo que la Una". O algo parecido. Así, que con mucha rabia me tragué mis malos modos y mi estúpido orgullo e intenté cambiar, un poco. ¡No quería quedarme sin grupo y sin amigos!, ¡Menuda gilipolléz!. Pero creo que no fue tanto el esfuerzo que hice, ¡no iba a ser tan gilipollas!, como que al poco tiempo llegó el "humo azul" y las cosas cambiaron (y yo también, un poco)...

Los Doce sueños del Dr. Sardonicus

Y nos hicimos mayores. Vamos que terminamos el colegio. Y nos pusimos a estudiar otras cosas. Salva informática y computadores. ¡Pues claro que en aquella época existían los computadores!. Pero no se parecían en nada a los de ahora; eran mucho pero mucho más tochos y funcionaban con unas trajetas de cartón perforadas. Rulo se matriculó en la Escuela de Artes aplicadas y oficios artísticos, que , por cierto, le iba como anillo al dedo. Quique estuvo en una Academia estudiando no se muy bien que y luego hizo Biblioteconomía, o algo parecido. Y yo, pues me matricule en Filosifía y Letras que es donde había más melenudos y más chicas. Para que luego digan que no tenía vocación.

Lo cierto es que allí conocí a un chaval de Santo Domingo que resulta que su padre conocía a mi padre, que se había pirado cuando yo tenía unos meses y nunca le había vuelto a ver. Cuando cumplí los veintiuno, aún faltaban algunos añitos, un día me llamó y le mandé al carajo. Bueno a lo que iba. Nos hicimos tronquetes. Resulta que su abuela, que vivía en España, le dejaba una casa que tenía vacía para estudiar. ¡Pobre mujer!. Además estaba cerca de mi barrio ¿Quién da más?.

Pues allí que fuimos un montón de tardes para estudiar, pero lo cierto es que estudiar, estudiar no estudiamos mucho que se diga. Había un tocata y él se había llevado algunos de sus discos, muchos de los cuales yo no conocía. Hubo uno en particular que me gustó tanto, que hasta me lo prestó unos días. Era de un grupo americano rarísimo que se llamaban Spirit, como el héroe del comic (que por aquella época yo tampoco conocía) y se titulaba "Los doce sueños del Dr. Sardonicus.

Auténtico sonido undreground californiano del mejor. Ya conocíamos a Jefferson Airplane, gracias a la hermana de Quique, Delia, que le encantaba el "Surrealisctic Pilow". Pero esto era nuevo para nosotros. Me lo llevé a casa de Rulo, claro está, para oírlo una y otra vez. Y ahí estábamos enganchados a Spirit y a su increible música que nos trasladaba a lugares lejanos y a extrañas dimensiones. La portada además era un cantazo de pura psicodelia con las imágenes de los integrantes del grupo como deformadas por un espejo (como se ve en el vídeo que os he puesto). Aun sigue siendo uno de mis discos favoritos.

Darío y el "Shubidubidu"

Un día conocimos a Darío, un chaval venezolano o puertoriqueño, que no me acuerdo muy bién, que además resultó que tocaba la guitarra de punteo (ahora se dice solista) que te cagas, o eso nos parecía a nosostros entonces. El caso es que empezó a frecuentar nuestro local de ensayo, el sótano de nuestro colegió de párvulos para más señas, y a tocar con nosotros. ¡Estábamos extasiados!, menos Quique, claro, que, aunque le daba duro, aún estaba aprendiendo el instrumento, igual que los demás, bueno todos no, Salva ya tocaba la batería más que aceptablemente (de hecho, creo que siempre ha sido el mejor músico de los cuatro).

Nos salió una actuación en nuestro antiguo colegio, no, el de párvulos, no, el otro, y los tres, sin contar con Quique, decidimos que la guitarra de punteo (ahora se llama solista) la tocaría Darío, a lo que el pobre Quique se cogió un rebote que no veas y con toda la razón. ¿Acaso no éramos MOH, la nube que vegeta?. ¿Que pintaba éste tío aquí?. ¿Donde están los límites de la verdadera amistad? (Esto último es de mi cosecha, pero creo que, bien pensado, debió sentir algo parecido).

Dario (derecha), yo (izquierda)

Bueno, pues ni caso, nosotros a lo nuestro, a fardar con un tío que tocaba la guitarra de punteo (ahora se llama solista ¡Ah!, ¿Que lo he explicado ya?) que te cagas, o eso nos parecía por aquel entonces. Pero no hay felonía sin castigo y nos habíamos convertido en los tres felones de MOH que tocaban con Darío, que tocaba la guitarra de punt.... ejem.

El caso es que el tal Darió conocía a una cantante que, según decía iba a grabar un disco ¡si, si!, ¡un disco!, y que, según nos contó, necesitaba un grupo de acompañamiento. Bueno, pues allí que nos fuimos los tres felones y el rey persa a la casa de la cantante que, por cierto, vivía donde Cristo pegó las tres voces (sin ánimo de ofender a nadie, es que es verdad, vivía la tía a tomar por c...). Pues ¡ale!, en autobús, o guaga, que diría nuestro recién incorporado guitarra de punteo (ahora se di... ).

Y lo mejor de todo es que fuimos cargando con los bártulos en la dichosa guaga, o autobús más que periférico. El Salva con la batería, que no sé ni como la pudimos subir, yo con mi flamante Panther, el Rulo con su bajo. El caso es que luego he soñado que el tal Darío alquiló un taxi para irse él con el equipo - no me hagáis mucho caso que a veces confundo los sueños con la realidad- y nosotros tres en la guaga como unos pringaos.

En fin, que llegamos a la casa de la cantante, montamos el equipo, que habíamos traído con nosotros o había venido por su cuenta en el taxi, y resulta que la tía era una cantante melódica, pero melódica, melódica. Bueno, nos explicó de que, iba el rollo, nos aprendimos pronto los acordes y la cadencia de la primera canción - que iba a grabar un single ¿eh?, ¿que os creías?- y nos pusimos al tajo. Nunca mejor dicho. Tajo el que le hubiéramos dado, los tres felones, en las cuerdas bucales. Y no es que cantara mal, no, que la mujer tenía hasta su gracia y todo, es que el tema era un auténtico pestiño, algo asó como "Con los brazos cruzados, voy andando el camino...", una especie de bolero ¡puag!, recuérdese que nosotros hacíamos rock progresivo, o cosa muy similar.

Así que Rulo y yo, que el Salva ya estaba acostumbrado a eso y a cosas peores en la orquesta de su padre (de lo que también hablaré más adelante), cada vez que ella terminaba una frase, nosotros, con mal disimulado entusiamo, coreábamos "Shubidubidü". Bueno, pues parece que no le gustó la aportación porque no se volvió a repetir tran trascendente experiencia.

Para ser justo he de decir que Darío, que al poco desapareció sin que jamás volviéramos a saber nada de él, si nos aportó algo interesante. Aquella misma tarde, en casa de la cantante de marras, nos puso un par de discos que lo flipamos (como se dice ahora, que entonces no me acuerdo como se decía). Uno, la jam sessión en directo de Mikle Bloomfield y Al Kooper, con su "Season of the Wicth" - no veáis lo que me ha costado luego encontrar el puñetero disco. Y dos, el impresionante "Since I've Been Loving You" de Led Zeppelin, de los que conocíamos su "Whole Lotta Love", y poco más. ¡No hay bien que por mal no venga!.

Esta es la versión de estudio ¿queda claro? que la del directo, aunque la tengo en disco en mi keli, no la he podido encontran en en ningún lado.

Dias de Futuro Pasado

Otra de nuestras notables influencias fue el albúm, entonces se decía LP, de los Moody Blues "Días del Futuro Pasado". Por supuesto, como todo quisqui, conocíamos su éxito "Nights in white saten", que incluso habíamos bailado en alguna fiestecilla con alguna chica, yo sin demasiado éxito, por cierto, como siempre, Pero aquello era distinto. Era la primera vez que nos topábamos de bruces con todo un álbum conceptual. Parecía tener sentido de principio al fin. ¡Y eso que no entendíamos las letras! ¿English Spoken?, si, pero poquen, como decía Quique. Y sin embargo allí estaba, mejor dicho, sonaba, en el tocadiscos de la casa de Rulo como siempre. Y la fantástica conjunción de la Orquesta con el grupo. Mi tema preferido era "Tuesday Afternoon", pero me encantaba todo el disco. No nos cansábamos de oírlo una y otra vez.

Así que nos molaron los Moody Blues que no veas, mucho más que sus éxitos comerciales y el Rulo se dedicó de una manera un tanto frenética a conseguir todos los discos de ellos que pudiera (En eso tenía ventaja, la verdad, que creo que Susy, su primo, le proporcionó alguno desde Londres). Y por cierto, según fueron llegando, eran bastante buenos. Ahora que lo pienso, me parece que nuestras primeras influencias del Rock Sinfónico y de los temas conceptuales se las debíamos, tan vez un tanto inconscientemente, a ellos. Tardamos algún tiempo más en llegar a escuchar a Pink Floyd, Génesis o King Crimson.

Que yo recuerde, antes de aquello, solo nos había pasado una cosa similar con el "Sgt. Pepper" de los Beatles, que también nos pasamos un verano entero en casa de Rulo -su madre afortunadamente se iba a una casa que tenían en la Sierra de Gredos- dale que te pego con el disco, una y otra vez. No tenía nada que ver, eran dos caminos distintos de explorar nuevas formas de hacer música. ¡Y por si fuera poco, los Moody Blues usaban por vez primera el melotrón!. ¿Que qué carajo es eso?. Ah, ignorantes, el primer instrumento electrónico, de teclado claro está, capaz de simular los sonidos acústicos de una verdadera orquesta. Yo quiero uno, oiga.

Por otra parte, a mi me vino aquello que ni pintado, ya que siempre había tenido una cierta propensión a las baladas tiernas y hasta había compuesto algunas (más adelante hablaré de ello, ¿eh?) y resulta que nos estábamos iniciando, como quien no quiere la cosa, bueno, nosotros si que queríamos, en el rock progresivo que sonaba mucho más, ¿como lo diría yo?, ah!, ¡si!, diferente. Bueno, pues ahí estaban los Moody Blues dando una lección de que el buen rock, progresivo incluso, las buenas melodías lentorras y hasta la música clásica podían compaginar perfectamente. ¡Que gozada!.

¡Por fin llegó el desquite!

En el barrio se celebraban las fiestas cada año en la plazoleta, como la llamabmos nosotros. Ese año el padre de Salva, vaya ¡este hombe está en todas partes! consiguió que tocáramos de teloneros de la atracción principal, un grupo que se llamaban Los Taxman, o algo parecido. Por supuesto, eran mayores (que nosotros) y sabían tocar, aunque su repertorio se nos antojaba un tanto comercial. Bueno corrijo, lo de teloneros es una exageración. Se nos permitía tocar al final un poquito, para eso nos dejaban su equipo.

Y esto fue lo que pasó: subimos al escenario, empezamos con un tema nuestro y ¡comenzó a llover!, ¡A llover a cantaros!. Así que nada, hubo que suspenderlo. Alguien de la organización de los festejos pensó, tal debía ser la cara de frustración que teníamos, que tal vez pudiéramos tocar alguna otra canción ¡dentro del coche de los altavoces!, que había recorrido las calles del barrio anunciando a los vecinos el magno evento. Dicho y hecho, Quique y yo nos metimos dentro con nuestras guitarras españolas y con el micro que nos ponía el conductor cantamos dos o tres temas, mientras afuera los incondicionales y algún que otro curioso aguantaban el chaparrón.

Lo mejor del caso es que incluso nos hicieron una pequeña crónica alabándonos en Fotogramas, la revista de cine, que yo de vez en cuando compraba, no porque me apasionara el séptimo arte sino porque salían unas tías estupendas con las que había tapizado literalmente las paredes de mi cuarto. ¡Que cosas pasan!, ¿eh?... bueno me refería a lo de la crónica en la revista. La leímos una y otra vez y durante mucho tiempo la guardamos como oro en paño, el más valioso de nuestros tesoros. Alguien hablaba de nosotros y no lo hacía para mal.

Lo cierto es que estuvimos un año entero mosquedos con la dichosa actuación que se había frustrado tan meteorológicamente. Y en vez de echarle la culpa al tiempo, lo que no sirve para nada, se la echábamos a Los Taxman de las narices, o como se llamaran. Si nos hubieran dejado tocar al principio y no al final, no habría pasado eso. Así que estuvimos doce meses, yo sobre todo, alimentando un cabreo sordo, de esos que te corroe poco a poco por dentro, y pensando únicamente en la posibilidad del desquite.

En el interim fuimos a ver a un grupo que tocaba en uno de los colegios del barrio. Se llamaban Simún y flipamos de lo buenos que eran. Hasta llegaron a sacra un disco que Rulo se apresuró a comprar. Aquella gente si que sonaba bien, interpretando temas de Cream y de Hendrix, que por entonces eran aún casi desconocidos para nosotros. Como no encuentro nada suyo por ningún lado os pongo un video de Cream para el caso:

Nada, que lo de la música progresiva cada vez nos molaba más. Y por fin, unos 365 días más tarde llegó el tan ansiado desquite. Para esta ocasión el padre de Salva, ¡Dios le bendiga!, había conseguido que fuéramos la atracción principal de las fiestas de barrio. Nosotros, si, MOH, bueno y una cantante melódica a la que había que acompañar, pero como no sabíamos nada de ese tipo de música fueron Salva y su padre los que se comieron el marrón. Esta vez no nos dejamos liar. Primero tocaba MOH, por si las moscas, con órgano y todo, que por aquel entonces ya tenía mi flamante Panther (¿He hablado ya de mi flamante Panther?).

Hasta nos marcamos una versión del "In a gadda da Vida" y todo, que luego repetimos en nochevieja en la Misa del Gallo de la parroquia antes de la estampida definitiva. Y temas de nuestros adorados Canned Heat, como "Time Was" que esta vez, y sin que sirviera de precedente, lo cantaba Rulo. Y luego nuestro "Ma belle Christine" (si, fue en esta ocasión) que como ya saben los adictos al blog (si es que hay alguno) era una declaración -en inglés, eso si- de mi amor platónico por la francesita. ¡Que noche memorable!. Por fin nos habíamos quitado la espinita.

Primeras actuaciones (II)

Y seguimos de esa guisa.

No recuerdo bien el orden pero luego actuamos en el colegio de monjas al que iban muchas de las chicas de nuestro barrio, donde hicimos, entre otros temas, una versión del "Help!" de los Beatles, entre otras cosas. Si, si, con dos c.... ¡Y hasta nos atrevimos a hacer segundas voces y todo!. ¡Que los venerados maestros de Liverpool nos perdonen!. El caso es que salimos tan contentos, y cuando, en la calle, mientras metíamos los bártulos en el camión de Juanito, alguien se atrevió a decir que había sonado de espanto, me agarré un mosqueo que no veas. ¡Qué sabrá el imbécil este de Rock & Roll!.

En otra actuación, camión de Juanito por medio, y acompañados de nuestras grupis que aún no nos habían dejado por los hippies de Bami, me mangaron la guitarra. No, la Hoffner, no, ¡menos mal!. Mi preciosa guitarra española que me había llevado no se muy bién para qué. Pero, peor les fue a ellos (era un festival, como se decía entonces, con varios grupos) que nos dejaron una guitarra para tocar, y como por aquel entonces no afinábamos en La, como todo el mundo, se la cambiamos de tono y cuando tuvieron que tocar - se arrancaron con el "Hey Joe!" de Hendrix- aquello sonaba peor que mal y nosotros, por si las moscas, nos fuimos de najas.

Otra de las veces, y esto lo recuerdo bien, tocamos en un hospital para chicas. ¡Fue un desastre!, como ya era la norma. No se que carajo pasaba con la electricidad, pero el fusible de mi ampli se iba a la porra cada dos por tres, y alguien tenía que salir de estampida a por recambios. Para que no se notara, Salva se hacía un solo de batería. Resultado: se hizo siete u ocho solos de batería a lo largo del dichoso concierto. Como la cosa no amainaba, hubo que improvisar, a lo que nos ayudaron algunos amigos que nos acompañaban, como el Pato, que se marcó una versión del "Buitre pasa", con graznidos y todo de por medio.

Lo cierto es que cuando nos íbamos, después de casi dos horas y mucha batería de Salva, las chicas, que estaban tumbadas en las camas delante del escenario - había que pasar entre ellas-, nos decían que se lo habían pasado muy bien, desde luego se rieron a gusto, y nos daban las gracias. Fue una experiencia extraña, surrealista (¡Ojo!, que aún no tomabamos nada raro) pero bonita. A pesar de mis ínfulas de rockero en pos del triunfo merecido, no me habría importado repertirla, y creo que a ninguno de los otros MOH, ¡ya éramos MOH!, tampoco.

Bueno, así seguíamos, el rodaje estaba casi hecho, pero aún faltaba...

Primeras actuaciones

Lo lamento pero para esto no dispongo de fotografías.

Las primeras actuaciones fueron un completo desastre, aunque nosostros, en realidad, estábamos tan contentos.

Como éramos todavía unos chavales tocábamos en colegios, institutos y sitios por el estilo, siempre asistidos por Juanito y su camión, que, como ya dje, hacía las veces de furgoneta.

La primera actuación fue en nuestro propio colegio. Bueno, antes habíamos tocado algunos de nosotros en un oficio religioso -era un colegio de curas, claro- (canciones de Ricardo Cantalapiedra y eso) pero el invento se fue al garete pues en medio de la homilía, el sermón o lo que fuera, se desenchufó un guitarra y, ya saben, TCRRRRRRRRRRRRRRRRR!.

Pero en aquella ocasión era una actuación de verdad, en el Salon de Actos, que tenía gallinero y todo. Se trataba del festival, a la sazón, de fin de curso. Y ahí estábamos nosotros, sobre la tarima por primera vez, con luces y todo, Salva, Quique y yo, ya que Rulo no pudo venir, muy a su pesar, por un pequeño problemilla doméstico. Solo interpretamos dos temas: uno el "Hang on Sloping", o como se diga, que formaba parte de nuestro escaso repertorio y era facilita, y, el otro, una versión de "Venus" de Shocking Blue, que la cantaba una pava que estaba de muerte. Os dejo el vídeo para los que no se acuerden.

Como no estaba Rulo, el bajo lo tuvo que hacer Quique, en una guitarra que no era un bajo, claro ¡Que más da!. Tampoco hay que ser tikismikis con los detallitos. Al fin y al cabo The Equals, que se hasbían hecho famosos con su "Baby Comeback" no llevaban bajista. Bueno, afortunadamente en ninguno de los dos temas había grandes alardes de la guitarra solista, que entonces se llamaba punteo. La razón: muy sencilla, por aquella época aún no se estilaba. ¿La voz de la tía?, Ah, ¿eso?, bien, cantaba yo, intentando poner la voz más aguda que pudiera. Lo cierto es que hasta nos aplaudieron.

Fue una pasada!. Nuestra primera actuación de verdad como grupo. Nos jodió (huy perdón!) que Rulo se la perdiera. Pero no volvió a ocurrir nunca más. ¿Las influencias?, esto.... bueno, llegarían un poco más tarde, salvo la de Los Pekenikes, vaya.

"Esther was Blue"

En realidad lo que estaba era borracha.

Habíamos ido al antiguo barrio de Rulo a visitar a su antigua baska, a la que también había pertenecido su primo Susy, Jesús vamos, que ahora vivía en Londres. Creo que el también estaba, aunque no estoy muy seguro. Bueno el caso es que allí había una chica, Esther, que se había cogido una melopea de espanto y no paraba de vacilar conmigo diciéndome: "¡que delito tiene el rítmica!".

Rulo nos había presentado a sus antiguos amigos, que eran unos chavalotes muy majos pero gamberros como el demonio, y yo que llevaba mi Hoffner conmigo, para fardar, claro, solamente para fardar, era el guitarra rítmica. Estuvimos tirados en un subterráneo, que quedaba muy undreground, y luego en un bareto y la tal Esther, con la curda que llevaba, no paraba de vacilarme.

Lo cierto es que no volví a verla más, pero tuve el detalle de componerla una canción, también en inglés -al principio mis letras eran todas en español- que durante un tiempo fue otro de nuestros temazos. Lo cierto es que sobrevivió a los años y en nuestra última época la remozamos y le cambiamos la letra y el tema de la misma y la cantábamos en cristiano. Tenía mucha marcha y una serie de cambios muy chulos y de hecho, se podía considerar, junto con "Ma belle Christine" como una composición ya madura.

Nuestro periodo escolar tocaba a si fín, como poco después abandonaríamos al coro de la parroquia, yo primero, luego los demás, con el consiguiente cabreo del padre de Salva. MOH pitaba y la cosa para nosotros iba en serio, o al menos eso creíamos entonces.

¿Donde demonios ensayamos?

Encontrar un lugar de ensayo fue a menudo un quebradero de coco. Al principio, cuando apenas teníamos equipo lo hacíamos en las casas. Pero en cuanto apareció la batería de Salva aquello ya no podía ser. Nuestro primer local de ensayo era el sótano de un colegio del barrio al que habíamos ido de pequeños. Lo conseguimos gracias a la mediación, claro está, del padre de Salva. El sitio no estaba mal, pero las condiciones eran de risa. No teníamos micrófono, así que mangamos un auricular de una cabina de teléfono y cantábamos por él. Sonaba todo distorsionado, pero quedaba de los más underground.

Nuestro último local de ensayo

Por otra parte, mi madre se negaba a que mi flamante Panther pernoctara en semejante antro, por si me lo mangaban, claro, así que había que llevarlo y traerlo todos los días que ensayábamos. ¡Menuda movida!. No estaba lejos de mi casa, pero era un numerito ir con el órgano, sin desmontar para ganar tiempo, por la calle. Además, mi vieja les había dicho hasta la saciedad a mis colegas que no podía coger peso porque había tenido una hernia de chico (lo primero era verdad, lo segundo no tanto) por lo que tenían que acarrearlo ellos mientras yo, diligentemente, dirigía la operación.

Tiempo después, conseguimos que en nuestro último colegio, que tenía una discoteca para ex-alumnos y todo nos dejaran ensayar allí. La verdad es que, astutamente, dimos un golpe de mano y nos hicimos con el control de la asociación de antiguos alumnos ¡nosotros que acabábamos de salir! y así estuvimos un par de años. Aquello era magnifico. Teníamos equipo -finalmente el padre de Salva, ¿como no? nos había conseguido un micro antiguo pero como dios manda (oh, emoción indescriptible)- y un buen sitio para ensayar. Aquel local fue testigo de algunos de nuestros mejores momentos. Incluso dimos un concierto presentando nuestra "Sinfonía experimental nº 1" -ya nos había dado por la música conceptual y los temas largos- que fue un éxito. Incuso se hizo una grabación del mismo, en un casete, claro, que se ha perdido ¡Lastima!.

Finalmente acabamos hasta el gorro de nuestro antiguo colegio y su asociación de ex-alumnos y nos dimos el piro. Nuevo calvario. Pasamos mucho tiempo sin local, alquilando por horas cuando teníamos un concierto y cosas así. Tiempo después, bastante tiempo después, conseguimos un buen local en el barrio. Era una especie de garaje en un chalecito donde tiempo atrás habían ensayado nada menos que ¡Los Bravos!. Si, si, como lo estas leyendo, no es coña, así que el sitio tenía su pedigrí. Para aquel tiempo ya nos habíamos hecho mayores y hasta teníamos un buen equipo. Hacía en invierno un frío que pelaba, eso sí, a pesar de la estufa de butano. Pero al final, conseguíamos entrar en calor.

¡Tenemos un teclado!

Aunque yo tocaba la guitarra, mi preciosa y dura como un piedra Hoffner, lo cierto es que también quería tocar los teclados. No se muy bien de donde me vino aquello, pero el "In a gadda da vida" de Iron Butterfly, había ejercido un profundo efecto. Y luego estaban los Emerson, Lake & Palmer. Nada que yo quería ser teclista. Debí dar tanto la barrila en casa que mi madre, por fín, me compró un organo eléctrico. ¡Ya tenáimos teclado!. Era un Panther, ya se que lo que estaba de moda eran los Hammond o en su defecto los Farfisa, pero el presupuesto familiar no daba para tanto.

Yo y mi flamante Panther recién estrenado

En cualquier caso, a mí mi Panther me parecía una maravilla con sus diez o doce registros y su teclado dividido en dos partes, la izquierda de dos escalas para el acompañamiento con sus registros propios y el resto para la melodía. Y, claro, como había que enchufarlo en lagún lado, me compró también ¡santa mujer! un amplificador. ¡Mi primer amplificador!. De 40 watios de potencia, con dos entradas, por lo que podíamos enchufar la guitarra y el órgano al mismo tiempo. Además tenía hasta trémolo y reverberación. Esto cada vez se parecía más a un grupo serio.

Por supuesto, no tenía ni pajolera idea de como se tocaba aquel cacharro, pero me las ingenié para trasponer las notas de los acordes de la guitarra al teclado con lo que desarrollé, por llamarlo de alguna manera, un singular estilo. Lo de la melodía ya era algo más fácil. Mi primera composición, como teclista, al poco tiempo de tener mi flamante Panther, fue una pieza realmente simple, una introducción de cuatro acordes que pretendía sonar a clásico, y el resto solamente dos: Re m y Sol, con largos trozos para los solos de los demás instrumentos, que ya tenía yo bastante con hacer la melodía que se repetía después de cada solo, por lo que se llamó "Oda en Re m". En los conciertos, bueno recitales, que algunos ya dábamos, los incondicionales bramaban: ¡Oda!, Oda!, Oda!, a lo que Juajo, que era uno de ellos solía poner el colofón con el grito de: ¡Y quién no quiera Oda que se j...!

La Baska

También teníamos una pequeña baska, o grupo de amigos. Algunos procedían de nuestra etapa escolar, que ya estaba llegando a su fin y nos abandonaron cuando, algo más adelante, nos volvimos psicodélicos con todo lo que aquello implicaba. No todos, el Bola, curioso casi siempre hay un Bola en todas las pandas, permaneció leal. En realidad se llamaba Nacho, en fin, José Ignacio, y era un tipo estupendo y la mar de divertido.

Desde un principio, siempre nos había acompañado en nuestras aventuras musicales, cuando íbamos a tocar por ahí, vaya, en recitales, como se decía entonces, en colegios y sitios parecidos Juanito, un chaval, que era camionero, luego se hizo taxista, y utilizábamos su camión como medio de transporte ya que no teníamos furgoneta ni nada que se le pareciese. Lo cierto es que el trasto estaba echo un cascajo y alguna vez nos tocó empujarlo para que arrancara y otra descargar toda la carga antes de poder ir a tocar. En fin, todo fuera por la música...

Juanjo. Foto del Mago Jarragus

También estaban Juanjo y su hermano Manuel, a los que conocimos cuando el grupo ya estaba formado. Eran también del barrio, y se acabaron integrando en la Baska. Juanjo, que era algo mayor que nosostros y ya curraba y tenía buga y todo, tocaba los bongos y en alguna ocasión nos acompañaba en algún tema. Quería ser percusionista y tenía amigos en la industria discográfica por lo que estaba muy al tanto de grupos, como Blood, Sweet & Tears o Savoy Brown que por aquí no eran muy conocidos. Lo cierto es que tenía buenas ideas para los arreglos musicales por lo que solíamos hacerle caso. Su novia, Lourdes, a la que conocimos algo despúes, era una chica excelente, a la que todos considerábamos una buena amiga.

Lourdes, Eva y Raquel eran tres amigas a las que conocimos en el barrio y que se apuntaron a la baska. También estaba Pilar y su hermana Mamén, aunque esta última no venía tanto con nosostros.

La baska en plena jarana

Luego estaba nuestro querido amigo Cesar, un tipo estupendo, que tocaba algo la guitarra y no cantaba mal. En alguna ocasión se marcó un tema con nosotros. Aunque él pertenece más a nuestra época psicodélica.

Toni, Emeterio y Juan Carlos cerraban el grupo, esa panda de incondicionales que solía tragarse los ensayos, cuando había, y no se perdían las actuaciones. Finalmente, Juan, amigo del Bola ya en la Facultad, al que conocimos, por tanto, más tarde, un tipo con unas geniales dotes cómicas, empeñado sin embargo, pues le encantaba el teatro, en representar monólogos serios. También pertenece a nuestra época psicodélica.

Las chicas

Los cuatro inseparables teníamos un grupo de amigos. La baska. Algunos procedían de nuestra época escolar y se distanciaron cuando nos volvimos psicodélicos con todo lo que aquello implicaba. Otros, como el Bola - es curioso, si te para a pensarlo casi siempre hay un Bola en todas las pandas- permanecieron leales. También teníamos grupis. Nuestras primeras amigas del barrio, que cuando cumplieron los quince nos plantaron y se marcharon con los del barrio de Bami, que eran mayores y ya eran hippies profesos. Nuestra mejor amiga, Cristina, había vuelto a su pueblo y durante un tiempo no volvimos a saber de ella. Así que nos quedamos sin tías. Bueno, luego conocimos a algunas en el coro de la parroquía y Quique se echó allí una novia, Mª Carmen. Salva conoció a Pilar, una tía más maja que las pesetas, en una academia de idiomas y fueron novios durante mucho tiempo. El Rulo picaba de aquí y de allá y de vez en cuando se cogía unos desengaños y unas curdas espantosas. Bueno, tampoco tantas.

Pilar y Salva (en el centro) Rulo (derecha) y Toni (izquierda)

Yo, por mi parte era muy enamoradizo pero de una timidez enfermiza. Así que no me comía una rosca. Quique estaba encantado, pues decía que cada vez que me colaba por un tía componía tres o cuatro canciones. Había una francesita en el barrio que se llamaba Christine que me traía loco, pero yo, claro, era incapaz de decirle nada. Eso si, le compuse uno de mis mejores temas "Ma belle Christine" con letra en ingles y todo y combinación de partes lentas con otras rápidas. Lo cierto es que no se como pasó, pero un día nos invitaron a una fiesta, no nos gustaba el término guateque, que daba en su casa. Fui, claro, pero me quedé como un jilipollas toda la tarde al lado del tocadiscos haciendo de pincha y, por supuesto, no me comí un sazi. Creo que ni siquiera llegue a bailar con ella. Claro que me desquité poco después cuando en las fiestas del barrio interpretamos en la plazoleta su canción. Creo que me miraba embelesada, o a lo mejor me lo pareció a mi, pues desde la tarima no se distinguía muy bien al público. En cualquier caso, la cosa, como era en mi previsible, no fue a más.

Fascinación

Auténtica fascinación era lo que sentíamos por Canned Heat, cuyos discos, además del éxito de "On the Road Again", empezaron a llegarnos desde Londres vía el primo de Rulo. Y comenzamos a hacer versiones de "Time Was" y "Fried Hockey Boogie", un tema largo con solos para los distintos instrumentos, en el que Rulo, Salva y Quique se lucían a placer.

Fue uno de nuestros primeros grupos fetiche y de donde nos viene la afición por el Blues y el Boogie que aún seguimos manteniendo. Una afición que nos ha marcado a lo largo de toda nuestra trayectoria musical y que sigue estando muy presente en nuestra última etapa (como se verá en su momento).

Blancos con alma de negros que hacían una música cálida y cañera como no habíamos oído nunca antes. A su lado Cream y los restantes grupos de blues blanco parecían gélidos y poco marchosos.

¡El Mago Jarragus!

A estas alturas, ya habrá quedado suficientemente claro que el más extravagante del grupo era Rulo, además de uno de los más creativos, a menudo suele ir unido lo uno con lo otro (vete tú a saber porqué), como luego demostraría con el dibujo, la pintura y la fotografía. Un día decidió que no estaba contento con su común apelativo y nos comunicó que desde entonces pasaba a ser el Mago Jarragus (acróstico de sus tres nombres de pila). Si, si, ¡El Mago Jarragus!, investido, eso también, de extraordinarios poderes: los de fabular los mundos más inverosímiles que alguién haya podido jamás concebir.

Rulo y yo de jipis

Ni corto ni perezoso se entregó, con un entusiasmo casi febril, al diseño de una mitología gráfica relacionada con el personaje que casi se convirtió en una muy peculiar cosmología. El mundo de donde procedía el Mago Jarragus, un lugar remoto y etéreo al que llamaba WEEH, o algo así, y en el que esa nube que vegeta que era MOH desempañaba, por supuesto, un importante papel, aunque nunca bien definido del todo, como tiene que ser. Ahí es donde nos dimos cuenta de que estábamos ante un prodigioso artista que, por otra parte, tenía un cuelgue considerable, aunque muy sano e inspirado.

Lo de Jarragus, resultó en cambio, fonéticamente engorroso, por lo que, salvo en ciertas ocasiones en que nos invadía un peculiar estado de trance, seguía siendo Rulo, como siempre.

Una nube que vegeta

Quique, Rulo y yo en plan acústico (o sea, pobres)

(No te has fumaó na, la foto es así de mala, sorry)

Andábamos buscando un nombre para el grupo (no nos gustaba que se nos calificase de conjunto y lo de "banda" todavía no se había puesto de moda. De hecho éramos un grupo de música progresiva o underground, o eso al menos era lo que pretendíamos. El centro de reunión era la casa de Rulo, ya que su madre trabajaba fuera. Bueno la mía también, pero volvía antes. Una tarde en que estábamos liados con lo del nombre, Rulo, poniendo cara de místico, lo cual se le daba extraordinariamente bien, exclamó: ¡MOH!.

Aquello nos gustó, MOH, a secas, nada de Los MOH o The MOH, ni cosas por el estilo. ¡Ya teníamos nombre! y gracias a Rulo. Eramos MOH, nada más ni nada menos. El nombre llegaría a ser mítico en el barrio. Bueno, por lo menos para los que nos conocían. Cuando le preguntamos que era realmente MOH, contestó, como llegando desde un lejano éxtasis: "MOH es una nube que vegeta".

Nos gusto aún más si cabe. En realidad estábamos encantados.

Aún no sabíamos que el nombre que Rulo nos había proporcionado tenía un significado en otras lenguas, Moh, como en sanscrito, por ejemplo, que significa "llegar a estar desorientado, estupefacto o perplejo", lo que, bien pensado, tampoco nos iba tan mal.

Primeras influencias

Apenas éramos unos jovenzuelos imberbes, como se puede apreciar en la foto realizada con la mágnifica tecnología de la época. Pero una cosa teníamos clara: éramos un grupo de rock (aunque aún no tuvieramos guitarras eléctricas)

Quique (arriba), yo (centro) Rulo (abajo)

Una de nuestras primeras influencias, además de los Beatles, por supuesto, fueron los Pekenikes, grupo del que Rulo era un auténtico fanático y que se encargó de que escucháramos a conciencia. Aunque habían comenzado cantando, con Juan Pardo y Junior como vocalistas, se habían convertido en un quinteto instrumental en torno a los hermanos Alfonso y Lucas Sainz, con Tony Luz a la guitarra, Ignacio martín Sequeros al bajo y Pepe Nieto a la batería. Luego llegarían Felix Arriba, Vicente Gasca y otros. Su música era una mezcla de pop, rock, jazz con un fuerte tono "étnico", que se diría hoy.

Así que en aquellos primeros años los escuchábamos a todas horas (mi primer LP fue el de "Lady Pepa" y lo ponía una y otra vez en mi tocadiscos monoaural que a mi me parecía que sonaba de mil maravillas). En las fiestas siempre nos peleábamos con las chicas, Ellas querían poner a los Bee Gees y nosotros a los Pekenikes. Luego, después del segundo LP que contenía sus temas de gran banda instrumental -habían pasado de cinco a siete, con sección de metal incluida- como "Robin Hood", vino el tercero "Alarma" donde volvían a cantar en "Cerca de las Estrellas".

Con los años, actuamos de teloneros suyos en un concierto retro que se hizo en el Circo de los Muchachos, cerca del barrio, en el que también participaron los Sirex. ¡Fue bestial!. Nosotros de teloneros de nuestros idolatrados Pekenikes. Dieron un conciertazo -ya los habíamos visto antes en directo en el Parque de Atracciones y sonaban fenomenal- y aún recuerdo la cara divertida de Ignacio, el bajista, cuando en el descanso le dije que eramos fans suyos desde hacía tiempo y que teníamos todos sus discos.

Fuerte impacto

Un día vino el primo de Rulo que vivía en Londres y era mogollón de jipi con larga melena rubia y eso y trajo consigo un disco rarísimo, hasta la portada misma que estaba dibujada en blanco y negro, de un grupo extrañísimo del que no habíamos oído hablar. Unos tal Jethro Tull y uno de los instrumentos solistas era la flauta. ¡Que flipe!. Lo escuchamos con gran pasmo y asmombro y nos encantó. Desde entonces nos hicimos adictos (y aún lo somos).

La cosa es que me dió por la flauta y como la travesera costaba una pasta gansa y era un instrumento que se me antojaba muy difícil, me compré una flauta dulce, de madera eso sí, y luego una flauta dulce barítono que era igual pero más tocha. ¡Y a dar la murga con la flauta!. Que me pasaba las horas tocando en casa para desesperación de mi madre (la pobre no decía nada, pero se le veía en la cara) y de los vecinos.

Al poco tiempo se vio, mejor dicho se oyó, que aquello no era lo mio, y me olvidé de tocar la flauta, que no de Jethro Tull que siguió flipándome durante años. Aún pienso que sus discos eran y son realmente buenos.

Rulo y Quique

Al poco tiempo se sumaron Rulo y Quique. Los dos eran también del barrio. A Rulo, que no se llamaba así, sino que este era un mote que él mismo se había otorgado con notable éxito, lo habíamos conocido también en el colegio. Al pirncipio no nos caímos bien. Yo era un poco tolili (¿solo un poco?) y él un poco gamberrete (¿solo un poco?). Pero un día, que salíamos de calse e íabamos en la misma dirección nos hicimos amigos sin más. Puesto que Salva tocaba la batería y yo la guitarra, decidió ser el bajo. Un pequeño problema: no teníamos un bajo, así que lo tocaba, al principio, en una guitarra normal. Luego, más tarde, pasado un tiempo, cuando se vió que la cosa iba en serio, su padre le compró un bajo ¡de verdad!. ¡Emoción indescriptible y gran algarabía!. Aunque aún nos faltaba el ampli para el bajo, porque si se le conectaba a uno de guitarra petaba. Nos daba igual. Ya teníamo bajo. Éramos un grupo de rock. Bueno nos faltaba un guitarra solista.

Quique (izquierda) y Salva (derecha) José Luis (centro)

A Quique, que no era de nuestra panda, era algo más mayor, le reclutamos por las buenas pues tocaba la guitarra y la armónica, eso incluso antes de que a Rulo le comprara su padre el bajo (así que antes me he precipitado, sorry). Yo ya no me acordaba muy bien, pero él lo cuenta estupendamente en un comentario aquí abajo. Así es como sucedió. Y ahora ya teníamos guitarra solista, aunque seguía faltando una guitarra eléctrica. ¡Que más da!. Eramos cuatro, Salva, Rulo, Quique y yo y lo tenbáimos muy claro. Eramos un grupo de rock. Nos faltaba equipo, casi todo el equipo. Pero, lo más importante, el cuarteto estaba completo y ya podíamos empezar a ensayar. Le gustó tanto que terminó dejando a su antigua pandilla y viniéndose a la nuestra. Y desde entonces los cuatro nos convertimos en inseparables. Bueno, durante algunos, bastantes, muy buenos años.

Tambien tuvimos un cantante, José Luis (aparece aquí en la foto, yo no salgo porque estaba a la izquierda fuera de cámara), con guitarra eléctrica y todo (que le compraron sus padres al mismo tiempo que a mi la mía, al aprobar la reválida (en septiembre, eso si, de cuarto de bachiller). Era compi del cole pero duró poco tiempo. No cantaba mal y era buen chaval, pero nosotros íbamos de otro rollo. Más, ¿como diría?... más progresivo.

Salva y yo

¿Que quién es Rulo?. Tú sigue leyendo que ya te enterarás. De momento vamos a lo que vamos. O sea, a Salva y yo.

Salva y yo tocábamos la guitarra en su casa por las tardes. No era complicado. Vivíamos en el mismo barrio y habíamos ido juntos al mismo colegio. Nos conocíamos desde parvulitos. Hasta habíamos hecho la primera comunión juntos, uno al lado del otro, que se iba en fila de a dos. Luego a mi me llevaron a otro colegio y nos separamos, pero dos años más tarde nos volvímos a encontrar cuando cambié nuevamente de colegio. Allí estaba él. Y me reconoció de inmediato. Habíamos sido buenos amigos (compartíamos secretos, picardías y esas cosas que te parecen tan importantes cuando eres pequeño) y lo seguríamos siendo mucho tiempo después.

A mi me habían comprado una guitarra, española por supuesto, a los trece añitos y él, que era hijo de un músico profesional que tocaba varios instrumentos, se había encargado de enseñarme los principales acordes. Era suficiente, dada nuestra notable afición. Juntos tocábamos y cantábamos y nos los pasábamos de fábula, mientras afuera, ese país triste y gris en el que vivíamos sin daranos todavía mucha cuenta, se diluía a golpe de nuestros berridos. Lo cierto es que no lo hacíamos tan mal y el padre de Salva, que dirigía el coro de la parroquia del barrio, nos reclutó muy diligentemente para que aportáramos nuestro encanto (y nuestras guitarras, lo que era más importante). Aunque no nos convencía mucho lo de la música sacra, fuimos porque había chicas y a esa edad las hormonas mandan.

Salva, tiempo después, captado por el ojo psicodélico de Rulo

Un poco después a mi me compraron mi primera guitarra eléctrica, tras haber aprovado, eso si, en septiembre (como debe ser en un rockero en ciernes) la revalida de cuarto, de bachiller, una Hofner de caja, muy molona (y que podéis ver en algunas de las fotas más antiguas) que enchufaba en un amplificador, ¡oh maravilla! que había en casa de Salva y que era de su padre claro, un trasto pequeño que sin embargo nos parecía lo más grande del mundo. En verano salíamos a tocar a la terraza para fardar, y a veces poníoamos un disco, por ejemplo el "Soul Finger" de los Bar-Keys o alguno de Los Pekenikes y hacíamos que tocabamos para que se fijaran en nosostros las chicas que había abajo en la plazoleta (y que luego serían nuestras amigas). En mi casa la tocaba a pelo, pero como he dicho que era de caja, algo sonaba. Poco más o menos por aquel entonces a Salva le había comprado su padre su primera batería, casi de juguete, harto de que estropeara sillas y otros muebles atizándolos, con increíble sentido rítmico, eso si, con un par de viejas baquetas que no se sabía muy bien de donde habían salido. Una guitarra eléctrica y una batería ¡ibámos a comernos el mundo!.

¿De que va esto?

De la prodigiosa gesta de un grupo de amigos en un barrio periférico de Madrid que decidieron un buen día, dado su pasión por la música, formar un grupo de rock y hasta aprendeierona tocar y todo. Y dieron conciertos. La increíble ascensión desde sus modetos orígenes hasta las cumbres más elevadas del rock sinfónico, pasando por el underground, la psicodelia, el rimth & blues o el boogie. Todas ellas influencias que supieron fagocitar con ansia hasta crear un estilo propio. El sonido MOH. Peculiar e irrepetible. También las tremendas dificultades a que hubieron de enfrentarse, a los villanos que se enfrentaron, concejales y jefes locales del Movimiento incluidos, y como finalmente salieron airosos de unas y de otras no.

Y todo ello allá por el tiempo de las Guerras Púnicas (o casi), que no estaba hecha la M30 ni nada, como puede comprobarse en el documento de incalculabe valor (la foto es una mierda, ya lo se) que está justo aquí arriba y en el que se ve el Puente Calero, antes incluso de que lo tiraran para ahcerlo nuevo, y un cacho descapao que no era otra cosa que el Arroyo Abroñigal (aunauq aroyo, arroyo, ¿lleva agua, no?, nunca vimos ninguno). Era el año de 1969 y entonces comenzó todo.

Una historia épica (o casi, que tampoco era tan facil lo de aprender a tocar un instrumento y luego ponerte a componer tus propios temas y que no sonaran mal del todo, y que acabaran sonando hasta bien) que se ha repetido en muchos barrios de muchas ciudades de este, por aquel entonces, triste país, y del mundo, y que tuvo su origen en dos chavales que eran amigos desde pequeños. Y les molaba la música. Y les moiaba tocar. Y es lo que más les molaba de todo. Luego conocieron a otros dos y, juntos, los cuatro, comenzaron la simpar singladura cuya narración comienza aquí y ahora. Una historia que se ha repetido en muchos lugares. Si has formado parte de una historia igual y nos estás leyendo, cuéntanosla y nos darás una alegría, y a lo mejor hasta nos hacemos troncos (amigos) y todo. Y si no, siempre podremos echar unas risas.

¡Compártelo!