English French German Italian Dutch Russian Portuguese Japanese Korean Arabic Chinese Simplified
this widget by www.AllBlogTools.com

Un tipo genial

Un tipo genial el tal Paco. No exageramos un pelo cuando decimos que era un tipo verdaderamente genial. Por supuesto, nos estamos refiriendo a uno de los magos del Underground y rey de los frikis, los primeros y auténticos, no las pobres imitaciones que salieron luego y perduran hasta hoy (que está muy devaluado eso de ser friki, que parece que lo puede ser cualquiera con tal de tener un vicio guarro como comerse las uñas de los pies). ¡Claro que si!, ¡Frank Zappa!, músico genial y autor polifacético del que ya habíamos escuchado algunos de sus temas con "The Mother of Invention", pero que nos dejó absolutamente flipados con "Over-Nite sensation", un albúm mogollón de bueno y con una portada de lo más alucinante.



Aunque el disco se había publicado un año antes, aquí no lo conocimos hasta 1974, lo que, como ya hemos explicado muchas veces, era bastante normal (lo raro hubiera sido lo otro). Bueno, para que vamos a hablar de Zappa, seguramente el músico más polifacético de todo el puñetero siglo XX. Os dejamos, en cambio, el enlace a la Wikipedia que se lo han currado cantidad.



Mola el "Camarillo Brillo" en directo, ¿eh?. Nada, que nos hicimos forofos, sobre todo Rulo, y pillabamos todos los discos de él que podíamos, que aquí no eran muchos. Hubo que esperar unos añitos para que se publicaran discos de Zappa que aún no se habían editado en este país de caspa y tradiciones rancias. Y también vino a Madrid a dar un concierto el tío, y por supuesto, no nos lo perdimos. Fue una pasada lo bien que sonaba aquello. Llevaba, además de la banda, un cuarteto de cuerda, un coro y una sección de metal. Uno de los mejores conciertos a los que hemos asistido. Pero eso fue algún tiempo depués.

Otra vez componiendo

La marcha de Salva a la mili, el no tener un local para ensayar, mi Panther que había petado , el no actuar por ahí, no eran precisamente ni de lejos las mejores circunstancias para componer nada. Y durante algún tiempo no compuse nada. Nada de nada. Pero ahora la cosa había cambiado. Mi nuevo y flamente Yamaha Electone de doble teclado allí plantado, en el salón de mi casa, era una tentación demasiado fuerte como para poder pasar tranquilamente de ella. Y no pasaba (de la tentación), así que lo tocaba siempre que podía (que era siempre que estaba en casa, que tampoco era mucho pues repartía mi tiempo entre la universidad y mis amigos). Y empecé a componer otra vez, de orejo, como siempre, sin partitura ni nada, de pura memoritea, que mis conocimientos músicales habían quedado truncados cuando me largué del Conservatorio de puro aburrimiento. Pero me apañaba a mi aire y componía. Vaya que si componía.


Puesto que tenía un pedazo de organo que sonaba mogollón de bien, me puse a componer música clásica. Es un decir. En realidad me puse a componer un concierto barroco, con sus tres partes y todo, para órgano Yamaha y grupo de rock progresivo y sinfónico. Y de orejo, como acabo de explicar. Para eso tenía en casa varios discos de Juan Sebastian Bach (que me molaba un puñao el tío), los conciertos de Brandemburdo, los conciertos para violín y orquesta (que es lo mismo, pero con violín), los conciertos para clave (que es lo mismo pero con clave) y hasta uno de fugas con la famosa "Tocata y fugaen Re m", que es esa que siempre ponen en las pelis antiguas de vampiros. Quería componer algo así como una mezcla de Emerson, Lake & Palmer y el "Concerto Grosso" de los New Trolls. Así que me puse a ello. A ratos, claro está. Por supuesto, no lo terminé nunca, pero si que compuse la primera parte del primer movimiento (andante) y la parte del medio del segundo movimiento (adaggio) y ahí se quedó la cosa. Del tercero nunca se llegó a saber nada. El resto ya iría fluyendo por si solo cuando me llegara la inspiración arrebatadora. Lo que pasa es que no me llegó jamás, que siempre me salía lo mismo y no sabía por donde seguir, así que al final decidí hacer lo mejor que se puede hacer en estos casos: no seguir por ningún lado y dejarlo como estaba. ¡Tampoco sonaba tan mal!, oyes, y siempre se podría aprovechar para alguno de esos temas largos y variados que nos gustaba interpretar.

Mientras, soñaba con un nuevo local de ensayo, y con nuevas actuaciones y conciertos, siempre que mi madre se relajara y se olvidara de eso de "este no lo vas a estar sacando por ahí como el otro, ¿eh?", que había costado un pastón y además era un mamotreto considerable para ir llevándolo y trayéndolo. Estaba claro que tenía que quedarse en el local de ensayo y a mi vieja no le hacía maldita la gracia, que decía que me lo podían mangar o cosas aún peores (que siempre ha tenido mucha imaginación para las cosas aún peores). Total, no había problema porque no había local de ensayo. ¡Cachis en los menges!, yo con ese pedazo de órgano de alucine y el grupo sin local de ensayo. Bueno, paciencia, ya encontraríamos algo y sobre todo ya encontraría la manera de convencer a mi vieja de que ese mueble tan bonito que quedaba tan elegante en nuestro salón tenía que quedarse en el local de ensayo. ¿Como?. No tenía ni puñetera idea, pero ya se me ocurríría algo...

Amigos del Alcalde

Vivía en nuestro barrio un curioso personaje al que teníamos cierto afecto. Era un vagabundo que dormía en un coche abandonado que estuvo ahí tirado (el coche) varios años en la calle Virgen de la Roca (en la que vivía Juanjo), que es la trasversal entre la Avda. Donostiarra y Virgen del Coro. Llevaba largas greñas y barba descuidada, ropa vieja (como tienen que ser en un bagabundo) y comía de lo que le daban los de Cotolino (un asador de pollos que había en la esquina de Donostiarra con Virgen de la Roca que los domingos se ponía con mogollón de gente haciendo cola para pillar un pollo asado) y el churrero que tenía su fábrica de churros y de patatas fritas detrás de la Avda. Donostiarra, justo al lado de un puti-club que regentaba una rubia muy gorda y al que, de chavales (y no tan chavales), habíamos gastado más de una perrería. Le llámabamos afectuosamente "el alcalde", porque nos parecía que era la única persona en el barrio que hacía lo que le venía en gana. No se metía con nadie, salvo cuando algún gamberro descerebrado lo molestaba, era bastante afable y a pesar de su afición a empinar el codo y pimplarse una botella de vino barato nunca se le vio completamente borracho o montando bronca.

La verdad es que nos caía bastante bien el tipo y no nos alejábamos cuando se nos acercaba alguna vez para pedirnos un cigarro. Si teníamos, se lo dábamos. Una tarde que estábamos sentados por allí sin hacer nada especial se sentó con nosotros, se puso a charlar y en esto nos contó su historia. Había tenido trabajo, familia e hijos, pero al parecer se llevaba mal con todos (con el trabajo, con la familia y con los hijos). Y no se quejaba de la vida que llevaba, y eso que vivía en la puta calle y dormía en un coche viejo abandonado. No era un mendigo. Jamás le vimos pedir nada que no fuera un cigarro y tenía esa extraña dignidad (o así nos lo parecía a nosotros) de aquel que no necesita nada de nadie, porque no hay nada que le sea necesario, y pasa de todos los rollos. "El alcalde" era un tipo realmente curioso. Desde luego nos parecía mejor persona que muchos de los rídículos personajillos que nos cruzábamos por la calle. Vivía a su aire y se conformaba con poco. Y no podemos decir que fuera un hombre triste o desgraciado, al menos esa no era la expresión de su cara.

Después de muchos años un buen día ya no le vimos más. Nos era tan familiar, era tan del barrio que se le echaba de menos. Los rumores se dispararon. Unos decían que por fin habían hecho las paces y se había ido a vivir con una de sus hijas, otros que estaba enfermo en un hospital e incluso que había palmado. Nunca supimos que fue de "el alcalde", cuyo verdadero nombre no llegamos a saber nunca, ni nos importaba un carajo, pero sentimos pena de no saber que había sido de él. En fín, historias de barrio...

¡Clandestinos!

Nuestra conciencia política empezaba a despabilarse. Ya no éramos unos crios y teníamos bastante claras las cosas. No nos gustaba nada el país en el que vivíamos ni su dictadura de mierda. Había que hacer algo, además de despotricar. Y algunos decidimos que había que pasar a la acción y organizarnos. Como precisamente no faltaban organizaciones que se oponían al sistema caímos cada uno en la que teníamos más cercana. Yo, gracias a la influencia de mi amigo Seo de la uni, con el que me llevaba muy bien y que me había facilitado algunas lecturas interesantes, me acerqué a los comunistas del PCE. Rulo se fue con los anarquistas, lo que encajaba mucho mejor con su personalidad y su carácter. Y nos volvimos clandestinos, bueno solo un poco, porque el resto de nuestra vida no cambió demasiado. No estábamos a todas horas hablando de política y no nos volvimos unos muermos ni unos coñazos. No le dábamos la bara a nadie. No éramos proselitistas. Seguíamos siendo unos jipis de barrio periférico madrileño que tocaban (cuando podían) en una banda de rock progresivo y sinfónico y que hablaban sobre todo de música y de nuestros gustos musicales. Solo que ahora algunos estábamos organizados políticamente. Y a veces éramos clandestinos.

Tuve mi primer contacto con el PCE en un colegio mayor de la Ciudad Universitaria. Se acordó que debía recibir instrucción previa, seminario lo llamaban, antes de poder ingresar como militante. Lo acepté. Un tipo bastante amable pero algo pesado se encargó de instruirme durante algunas semanas y finalmente se decidió que estaba preparado para ingresar en el partido (así es como se llamaba al PCE por aquel entonces). Antes ocurrió una cosa muy gracios. Un día quiso reunirse con toda nuestra baska y allí que se presentó en el parque. Carmelo lo atosigó a preguntas y al final, cuando ya se iba, me dijo "este es maosista, ¿no?". Era para partirse, ¡Carmelo maoista!. Bien. finalmente llegó el gran día. La verdad es que fue muy gracioso, con mucho misterio se me citó para ir a la casa en la que se reunía en ocasiones una de las celulas del barrio. Me acompañó mi mentor. Entramos, subimos las escaleras, llamó al timbre, se abre la puerta y ¡aparece Jorge, el abogado!, un conocido del barrio. Me ve, se ríe y le dice a mi acompañante, "hombre para traer a éste a mi casa no hacían falta tantas precauciones". Cosas de la clandestinidad.

No dejé de ser jipi ni rockero por haber ingresado en el PCE, lo que a alguno de los más mayores del partido les desconcertaba un poco. En una ocasión, por ejemplo, nos invitarón a tocar canciones revolucionarias en el local de una asociación de vecinos. Y allí que nos fuimos Quique y yo con nuestras guitarras españolas y Juanjo con los bongos a cantar a Paco Ibañez como cuando éramos Cábala (nefasta). Y además vino toda la baska para acompañarnos. El público en su mayoría estaba compuesto por gente mayor que nos aplaudió bastante. Y cuando terminanos el recital, se me acerca un tipo y me dice, con mucho misetrio, que si quiero ir a Alemania a cantar a los emigrantes españoles, que el partido lo coste todo. Le digo que si, que bueno, que no está mal, pero me dice que me tengo que cortar el pelo porque no doy la imagen de la juventud española del momento. Flipé bastante. ¿Se había enterado el menda aquel de como era la juventud española del momento?. Le dije que no estaba dispuesto a cortarme las greñas ni por aquello ni por ninguna otra cosa que no fuera que me diera a mi la gana. Y se acabó la historia. Por supuesto, nunca fui a cantar para los inmigrantes españoles en Alemania.

La gente de mi celula no era así (afortunadamente). Les daba igual que llevara el pelo largo y que tocara en una banda de rock. Nos reuníamos una vez a la semana en casas distintas de algunos de ellos, menos en la mía, claro, que todavía vivía con la vieja. Y conspirábamos. Y discutíamos de política y recibíamos consignas del comité provincial que no se discutían. Pero era lo normal. Es que éramos clandestinos.

Un teclado de los guapos

Bueno por aquella época, teclados, lo que se dice teclados no había. Había órganos, pianos eléctricos (y no muchos) y el famosos sintetizador Moog (que además no era polifónico ni nada) con el que tanto flipábamos pero que por aquí era más raro que un perro verde y había que comprarselo a los giris (lo que siempre venía a ser un rollo y un engorro considerable). Resulta que mi vieja había cobrado una pequeña herencia familiar y un día me solto de repente: "¿Quieres que te compre un coche?, así puedes ir mejor a la universidad". No lo dude un momento, "no", dije, "prefiero otra cosa". "¿Que quieres entonces?", continuó ella, "un órgano de verdad", respondí yo sin dudarlo. Recuerdese que el mio, mi viejo Panther (en realidad apenas tenía cinco añitos pero a mi me parcía una antigualla) había petado tiempo atrás y con el apaño que me había hecho Mauricio, muy baratito eso sí, nunca más había vuelto a ser el mismo, ni a sonar igual, bueno, si que sonaba igual, pusieras el registro que pusieras, desde aquello, desde que había petado, sonaban igual (de mal) todos los registros.

Total que allá que nos fuimos una mañana Juanjo (que nos llevaba en el coche), mi vieja y yo a la casa Hazen, que estaba por Juan Bravo, a ver los órganos Yamaha y empezamos (Juanjo y yo) a flipar de lo lindo. El tipo que nos los enseñaba tocaba un güevo de bien además, o eso me parecía a mí, y al final nos decidimos por uno bien guapo que costaba un pastón de los buenos (al fin y al cabo había querido comprarme un coche) que era una Yamaha Electone de doble teclado, con pedalera de bajos, altavoz y amplificador incorporados (aunque solo de 25 w) y un montón de registros sonoros, e idependientes para cada teclado, y reverb y vibrator y percusive y más cosas que molaban un montón, como el pedal de volumen o de expresión, que también se le llamaba así, aunque yo nunca le he visto expresarse de ninguna forma, que tenías que pisarle tu, que si no... ¡Ah!, y además ritmos automáticos pregrabados de acompañamiento. ¡Una pasada!. No era un Hammond B3 pero era un Yamaha Electone, mi Yamaha Electone para más señas.


Así que nada, la vieja lo pagó a tocateja sin pestañear ni nada y yo me quedé más nervioso que un flan (esta es una expresión que jamás he entendido aunque la use, ¿desde cuando se ponen nerviosos los flanes?) esperando que me lo llevaran a casa, porque el bicho abultaba cantidad y debía pesar como media tonelada, lo que luego se comprobó que era un estorbo y un coñazo para los desplazamientos (sobre todo para los desplazamientos cargando con semejante bártulo sonoro), pero yo en aquel momento no reparé en ello de puro emocionado (y nervioso como un flan) que estaba. ¡Por fín tenía un órgano de verdad (ya digo que entonces lo de "teclado" no se estilaba), un órgano bien guapo para poder tocar como los profesionales. Recuerdo el día que lo trajeron a casa, cuando lo desembalaron y me lo dejaron preparadito para tocar. Y empecé a tocarlo, bueno más bian a acariciarlo (el mueble, me refiero, como quién acaricia el coche nuevo). Luego empecé a interpretar uno de nuestros temas en él. Si a felicidad no era aquello se le parecía bastante. A poco llegó toda la baska para verlo, y todo eran ¡oh!, ¡ah!, ¡como mola tronco!, ¡vaya pedazo de órgano!, ¡joder, suena dabuti!, y en ese plan. Pues si, es ese mismo, el que sale en las fotos de nuestra última época en las que estamos ensayando en el nuevo local (menudo pestiño para acarrearlo) y el que se escucha en algunos de nuestros temas. Pero para eso todavía falta un mónton de cosas que contar que (además) sucedieron antes, así que, sin prisa, no precipitarse.

Tan cerca y tan lejos

En abril de aquel año tuvo lugar el golpe de los capitanes que precedió a la revolución de los claveles en Portugal. Aquí, la verdad, es que nos enteramos solo a medias aunque los que ya teníamos algún contacto político (de eso escribiré más adelante) estábamos algo mejor informados. La universidad era un hervidero y una ola de entusiasmo nos invadía a los estudiantes (yo estaba por fin en segundo curso de Filosofía y Letras, que es donde había más chicas y más cachondeo, después de haber repetido primero) como si hubiera triunfado aquí mismo o estuviera a punto de triunfar. Nos volvímos osados (aunque la verdad es que nunca habíamos dejado de serlo, como no habíamos dejado de correr con los "grises" tras nosotros) y se convocaban asamableas y actos de apoyo de todo tipo. Una consigna que se voceaba sin recato por todas partes y bien alto era esta: ¡ten cuidado social (en referencia a los miembros de la brigada politico-social, policias franquistas que pretendían infiltrarse entre los estudiantes y que todo el mundo conocía) y acuerdate de Portugal!.



Aquello de que los militares jóvenes hubieran puesto fin a la dictadura sin disparar un tiro nos parecía una pasada, una gesta histórica de una grandeza incomparable (eso ha quedado bién, ¿eh?, no si de ésta aprendemos a escribir...), ¡los militares con el pueblo!, ¡viva Lenín, Mao Tse Tung y la madre que lo parió! (había cierta confusión y cierto desmadre y mezcolanza ideológica corriendo bien a sus anchas entre el estudiantado), ¡el pueblo con los militares!, ¡abajo la dictadura!, ¡viva la Revolución popular!, ¡viva el Socialismo!, ¡aupa Marx!, ¡Franco al paredón!, ¡disolución de las fuerzas represivas! (o sea, la bofia), ¡viva el amor libre! (que quería decir follar a todas horas con quién se prestara), ¡el pueblo unido jamás será vencido! y cosas por el estilo. Lo malo es que aquí no parece que hubiera (los había, pero aún no lo sabíamos) unos militares jóvenes dispuestos a cargarse la dictadura como allí. ¡Había que ir a verlo!. Y la peña empezó a desfilar hacia Portugal con todo tipo de pretextos (en sus casas y ante nuestras atónitas autoridades). Volvían entusiamados contando historias increíbles a cerca de la solidaridad del pueblo con los soldados y de los soldados con la gente y de como habían cogido a los de la policía política (PIDE, se llamaba) en calzoncillos y cosas por el estilo.

Marcó un hito en nuestras vidas y nos llenó de esperanza. Tan cerca y tan lejos. Lo que había pasado en Portugal ¿pasaría algún día aquí?. No olvidemos que el presidente del gobierno había saltado por los aires apenas unos meses atrás en lo que parecía de alguna manera, o queríamos que así fuera, el principio del final de la dictadura. ¡Que envidia nos daban los portugueses!, tan cerca y tan lejos, una Revolución que había comenzado con una canción y que triunfaba en el país vecino y nosotros con la caspa del regimen de las narices a cuestas. ¡Teníamos prisa!. Eramos jóvenes y teníamos prisa. No queríamos perder más años de nuestra vida en este país de mierda, con su dictadura de mierda y su falsa moral de mierda. ¡Y su música ligera de mierda!. Pero lo cierto, es que, a pesar del entusiasmo revolucionario que nos invadió a todos, no se atisbaba un final cercano. Mucho tiempo después vi la mágnifica "Capitanes de abril" y comprendí mejor toda la historia y es una de mis pelis favoritas, igual que la Revolución de los claveles es una de mis revoluciones favoritas.

Un muermo del tres

Por estas fechas y por aquella época la cosa se convertía en un muermo. Más que un muermo un muermazo. Que el país era católico, apostólico y romano (esto último no lo entendimos nunca, ¿como que éramos romanos?, ¿no habíamos quedado en que éramos españoles por la gracia de Dios y con un destino en lo universal?, que tampoco llegamos a comprender nunca que era eso del "destino en lo universal") y celebraba la Semana Santa por todo lo alto, o sea con recogimiento, meditación, silencio y en plan tenebroso (que las caperuzas de las procesiones siempre me han recordado al Ku Kux Klan). Nada de películas en los cines que no fueran historias bíblicas, otro tanto en la tele (lo que nos traía bastante sin cuidado o al fresco ya que no éramos de ver mucho la tele), mada de música "ligera" por la radio, nada que no fuera música sacra o clásica, en su defecto (que ésta última si estaba permitrida), así que nada de rock `n roll ni que se le pareciese remotamente. Ni se te ocurriera poner música en casa. Vamos, que no había más narices que recogerse, meditar y, sobre todo, guardar silencio. Un muermo del tres.

Para colmo cerraban los kioskos de prensa y no podías ni comprar un tebeo (por aquel entonces por aquí aún no habían llegado los comics) para entretenerte sin molestar a nadie, así que había que hacer acopio de lectura desde la semana anterior. Lo malo es que ya te los habías leído cuando llegaba la Seman Santa con lo que no conseguías arreglar nada. Tambien cerraban los baretos (y todo lo demás, que prácticamente el país quedaba paralizado, como sobrecogido con todo chapado a cal y canto) así que tampoco podías tomarte unas birras con los amigos. Solución: irte al parque (si el tiempo lo permitía, que normalmente no, que por una extraña razón siempre hacía frio o llovía o ambas cosas al mismo tiempo) sin montar mucha coña no vaya a se que un guripa te llamase la atención ,o reunirte en casa de alguien a matar las tardes de cualquier manera. Normalmente la casa de Rulo estaba libre y allí nos reuníamos con la música bien bajita (como si estuviéramos haciendo algo ilegal) y charlábamos o jugábamos al parchís.

Años atrás habíamos instituido la comida del viernes santo (que también se hacía en casa de Rulo) y nos juntábamos la baska y nos poníamos hasta arriba de tortilla de patatas, ensalada, pollo asado y birra, y hasta nos atrevíamos a soltar alguna risotada, pero al fin y al cabo no era más que un día de la semana, y el resto seguía siendo un muermo. Después de dos o tres convocatorias dejamos de celebrarla, no por remilgos de ningún tipo (que ya hemos explicado que nos habíamos descreído bastante) sino por puro aburrimiento. Un aburrimiento mortal. Que estábamos deseando que se pasara (pero el tiempo discurría más despacio que el resto del año) y todo volviera a la normalidad y poder ir al cine a ver una peli que no fuera Ben Hur o Los Diez Mandamientos y poder tomarnos una birra en un bareto. Y poner la música que nos gustaba y cantar y reir y bacilar. Que parecía además como si no pudieras estar contento, que era como una afrenta o una blasfemia enorme si dabas signos externos de alegría. ¡Que país!, oyes...

Ah!, pues nosotros no

A lo que parece todo grupo o banda de rock, pop, folk y hasta heavy metal que se precie o que no se coma un rosco tiene una o más canciones inspiradas en el Canón de Pachelbel, vamos que utilizan la misma secuencia armónica de acordes, que es algo en lo que por aquella época no habíamos reparado (la verdad es que reparar, reparabamos pocas cosas, una cuerda a lo sumo, cuando se rompían, que teníamos pocas pelas, y si se rompían por encima de la cejuela, que si no no había manera, o los cables de las guitarras cuando se desoldaban por la clavija, que lo nuestro era tocar, que para eso éramos músicos de rock, y no reparadores ni operarios de nada), pero que luego, más tarde, con los años, vas y te das cuenta de que si que es así, que todo el mundo ha compuesto una canción con los acordes del Canón de Pachelbel. Y no es que no conociéramos la pieza, que la conocíamos y hasta teníamos el disco y todo en una versión barata de orquesta de segunda que habíamos pillado en Simago, que eran unos almacenes que había en el barrio (y me parece que me estoy yendo del tema).

El Canón de Pachelbel con su extraordinaria simplicidad en su base armónica (o sea, en la secuencia de acordes que son siempre los mismos y en el mismo orden, que el tipo no se comió mucho el tarro con eso) y las bonitas melodías encadenadas de violines y violas., era una de nuestras piezas de música clásica favoritas y además nos relajaba un montón. ¿Como?. ¡Pues claro que nos gustaba la música clásica!, aunque fuéramos rockeros, que éramos muy progresivos, psicodélicos y sinfónicos y ya se sabe de las influencias de la música clásica en Emerson, Lake and Palmer, por ejemplo, y hasta los Deep Purple, mejor dicho el Jon Lord (que era el teclista) y también Ian Paice (el batería) y Roger Glover (el bajista), pues eso que habían grabado un disco en plan mezcla de rock y de música clásica (que tenía Rulo y se llamaba "Gemini Suite") con la Orquesta Sinfónica de Londres, que esos también se apuntan a un bombardeo y han grabado con un güevo de músicos de rock y pop de todo tipo y pelaje.


Así que sí que habíamos escuchado el Canón de Pachebel en casa de Rulo en más de una ocasión, pero nunca nos dió por hacer un tema con esa secuencia de acordes. Y debemos ser de las poquísimas bandas que han podido resistirse a la tentación o sencillamente que nos importaba un carajo, o que nunca nos dió por ahí, oyes. Y en eso, pues la verdad, es que somos distintos y mogollón de originales y podemos presumir con la cabeza muy alta de que nosostros nunca hemos hecho un tema basado en el susodicho canón. Que no podremos presumir de otras cosas, como de haber grabado muchos discos o de haber ganado mucha pasta ¡ah!, pero de eso sí, y no es moco de pavo. Así que si lo hubiéramos sabido por aquella época (que ya he dicho que aún no lo sabíamos) lo hubiéramos utililzado para promocionarnos con algun eslogan del tipo: "Manicomio Onírico Hermético, locos por el rock, pero pasando cantidad del Canón de Pachelbel".

No estábamos locos (sabíamos lo que queríamos)

La verdad es que estábamos bastante cuerdos (aunque muchas de las autodenominadas personas de orden opinaran lo contrario a la vista de nuestro aspecto desaliñado y de nuestros frecuentes baciles). Sabíamos lo que queríamos y lo que no queríamos. Queríamos que nos dejaran en paz, que no se metieran con nuestra forma de vestir, con las greñas que llevábamos, con nuestra afición a reirnos de los convencionalismos, de las costumbres y modas horteras, de las tradiciones rancias, de la caspa que tanto abundaba en este país. Que pasaran de nosotros igual que nosotros pasábamos de ellos. Queríamos tocar, hacer nuestra música, pasárnoslo bien con todo eso y, por supuesto, ¡hacernos famosos! (¿habéís conocido alguna banda de rock que no quisieran hacerse famosos?, ¿no?, pues eso). Queríamos ir a los conciertos de nuestros grupos favoritos (que casi nunca venían por aquí). Queríamos que los instrumentos musicales fueran más baratos. Queríamos soñar, alucinar, expandir la mente (como se dice ahora) viajar, conocer otros sitios, otras gentes. Queríamos vivir en un país y en un mundo diferente y queríamos soñar con mundo mejor (si, ya nos hemos dado cuenta que parece un topicazo de los gordos- y eso que pasábamos de topicazos-, a lo mejor es que éramos unos ingénuos o unos soñadores, o las dos cosas, o a lo mejor no, oyes). Y queríamos estar siempre juntos.

No queríamos llevar una vida gris y mediocre (y teníamos bastantes alrededor). No queríamos las marcas de ropa que lucían los pijos, no queríamos un curro aburrido y monótono, no queríamos que nos dijeran lo que teníamos que hacer, ni que nos planificaran el futuro, no queríamos tener que estar escuchando por todas partes los éxitos de los "40 principales", no queríamos ver Eurovisión, no queríamos más tele, no queríamos hablar de futbol (ni nos importaba un carajo), no queríamos violencia ni peleas estúpidas, no queríamos que un guardia nos recriminara por besar a una chica en un parque (bueno, los otros, que a mi no se me daba el caso), no queríamos niñas tontas, ni curas, ni religiones, ni dioses, ni demonios, ni policias, ni pandilleros, ni matones, ni salvapatrias, ni malos rollos. Pero por aquella época aquí abundaban los malos rollos. No queríamos hacer el servicio militar (pero no había más güevos), ni armas nuclares, ni ningún tipo de armas, ni guerras, ni ejércitos, ni polución, ni hambre, ni epidemias, ni que el planeta se fuera al garete (de alguna de las muchas maneras que nos parecía que podía ocurrir). No queríamos pelmazos ni carcas.


Realmente no estábamos locos (ni chotas, ni piraos, ni turutas, ni colgaos, ni nada parecido) y sabíamos muy bien lo que queríamos y lo que no (y no es que fuéramos unos sabios preciosamente). ¿Y que es lo que hacíamos?. Pues lo intentábamos llevar lo mejor posible y, sobre todo, hacer rock and roll (bueno, rock progresivo y algún que otro blues). ¿No es de locos?.


¡Compártelo!