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Un poema de Quique



¿Qué me pasa?, ¿qué me ocurre que no salto de gozo

y otras cosas que no digo?

¿Porqué razón me importa todo un higo?

¿Porqué ni me conmuevo ni me exalto?

¿Soy acaso una estatua de basalto?

¿Soy birrigurrumino?,

¿soy de abrigo?

¿O es que, quizá, con fruición espero a algún amigo

para pedirle diez duros sable en alto?.

¿Qué negra sombra y espeso vaho

cubre mi cuerpo

y mi alma zurce?

¿Porqué voy desde Santurce a Bilbao

y no desde Bilbao a Santurce?



Enrique Espinosa ("Quique")

El horror

El horror también planeaba sobre nuestras vidas, no de una forma inminente e inmediata, pero, aunque lejano, no dejaba de estar presente. Seis meses atrás un golpe militar fascista había acabado en Chile con el experimento de Allende de socialismo en democracia. Recuerdo el momento. Estaba paseando aquella noche de septiembre por el barrio, como cada día, a la espera de encontrarme con algún amigo. Y al primero que ví fue a Gerardo, que venía bastante agitado, y me lo soltó de sopetón: los militares han derrocado a Allende. Luego fueron llegando los demás, como cada noche. Quedamos perplejos. Otro golpe militar y a la mierda de nuevo las esperanzas. Las noticias fueron llegando luego lentamente, filtradas por la censura que en nuestro país mantenía una dictadura cruel, rancia y aún temida por muchos. Primero la muerte del presidente en el bombardeo del Palacio de La Moneda, el toque de queda, el estado de sitio instaurado por los nuevos mandos militares, luego la disolución del Senado y la supresión de los partidos políticos (¡adios a las libertades!), los confinamientos de miles de ciudadanos en los estadios de futbol, convertidos en campos de concentración y de exterminio.


Más adelante, y por medio de otros canales, fuimos conociendo otros aspectos de aquella horrible realidad. La muerte de Victor Jara, al que torturaron y quebraron las manos, el confinamiento, hasta su muerte, de Pablo Neruda, los estudiantes asesinados en la Universidad Técnica del Estado, los campesinos asesinados en sus granjas, las torturas en los centros de detención de la siniestra DINA, el asesinato de cualquiera que pudiera ser sospechoso de oponerse a la Junta Militar, las mujeres violadas de las formas más horribles por policias y milicos, la soldadesca inculta y cruel allanando casas y derechos, los miles de "desaparecidos", la Caravana de la Muerte. Eran noticias que la prensa de aquí no publicaba, pero que nos llegaban en un macabro chorreo por medio de los contactos con el Partido Comunista y otros grupos de izquierda presentes en la Universidad. Aquella primavera de 1974 la cosa ya estaba clara. No solo un golpe militar fascista había terminado con la democracia más arraigada de America del Sur, sino que en Chile se había instaurado el horror como forma de vida. El horror y la muerte. Y había una cosa clara para todos, los yankis estaban detrás y eran igual de culpables. ¡Malditos yankis!. Cuando años despues vimos "Desaparecido", a pesar de la gran calidad de la película, aún nos pareció suave el relato de los acontecimientos. ¡Pobre Chile!, ¡pobres chilenos!.

Aquí, mientras tanto, seguíamos "gozando" de una dictadura arcaica que se descomponía pero que parecía que no iba a acabar nunca. Era el otro horror, el cotidiano, el inmediato, un horror cutre de boina, casulla y tricornio en el que ya no te fusilaban junto a la tapia de un cementerio, pero te pegaban un tiro en una manifestación de estudiantes o te rompían los huesos en la comisaria. Un horror al que ya estábamos casi acostumbrados. Casi.

Libros y papeles

La verdad es que pasábamos bastante tiempo entre libros y papeles. Unos porque estudiábamos, poco, pero algo estudiabamos, oyes, que había que disimular, otros, como Quique, porque además de estudiar se había pillado una caseta en la Cuesta de Moyano, que se convirtió de esta manera en uno de nuestros lugares favoritos de encuentro, al lado de donde terminaba El Retiro y junto a la plaza de Atocha, antes de que se la cepillaran con el puñetero escaletrix de las narices. ¡Cuantas mañanas de domingo con buen tiempo! (luego sería en El Rastro, en el puesto de Yayu), ¡cuantas tardes!, con buen o mal tiempo, que hacía un frío de carajo en invierno, tú, que las casetas eran viejas y de madera (de loa años veinte, nada menos) y tenían rendijas por todas partes y hacía una rasca que no veas. Lo realmente curioso del caso, es que cuando estaba en la caseta con Quique, la gente me preguntaba a mi por los libros (que por lo visto debía de tener pinta de librero), igual que aquella semana que estuve en Roma y todo el mundo me preguntaba alguna dirección por la calle (que por lo visto también tenía pinta de italiano).


Lo cierto es que nos encantaba el sitio. La Cuesta, como la llamábamos nosotros y casi todo el mundo en Madrid que fuera bibliofilo (que no es nada malo ni pecaminoso, a no ser que seas un tocho y un cenutrio y te espante la lectura, que también los hay, no os vayais a creer), que si no se podían referir a la otra cuesta -la de Las Perdices, que no tiene nada que ver y era una cosa muy de pijos-, con sus árboles, las casetas de los libros, los tenderetes delante de las casetas, la gente paseando, mirando y comprando. No como el bodrío de cemento en que la han convertido ahora que no tiene nada que ver ni guarda la mitad de encanto de la antigua Cuesta de Moyano, aunque eso sí, ahora los libreros están más calentitos y resguadados de la interperie y es peatonal, pero que se podía haber hecho igual pero sin tanto cemento.

También había un almacén de libros que tenía Carmelo por la plaza de Olavide, si no recuerdo mal, y alguna tarde también hemos echado allí entre libros viejos y antiguos, que no son la misma cosa, no, aunque a algunos se lo parezca (los tochos y los cenutrios de antes), y de vez en cuando aparecía una pequeña joya de papel. Y acompañando a Quique una tarde a visitar una casa, que parece que vendían la biblioteca y había un piano, todo viejo como la casa, y en cuanto lo ví me senté y me puse a tocarlo, aunque estaba en bastante mal estado y muy desafinado, pero nada, yo allí tocando en el piano aquel lo que había compuesto en mi Yamaha, y una chica que había en la casa, y que era la que nos había recibido, se acercó a ver como tocaba y yo me puse todo nervioso y Quique estuvo bacilándome luego un buen rato.

Libros y papeles, y ¡musica!, desde entonces han marcado gran parte de nuestra vida y si no que se lo pregunten a Rulo.

Tendría que hacerse algo...

...con el festival de Eurovisión de los c... Lo mejor sería celebrarlo cada quince años en una gruta bien profunda del planeta más alejado de la galaxia, pero bién pensado tal vez pudiera ser el origen de un conflicto interestelar. ¿Y si lo prohibimos?. ¡Eso!, ¡que lo prohiba alguien!, por el bien de la Humanidad, ¡suprimirlo por decreto!, alguien competente y con autoridad para estas cosas, no se, la ONU, la OTAN, la OMS o la FAO (ya puestos). Y eso que no somos partidarios de las prohibiciones. Más bien somos más del "vive y deja vivir", pero seguro que podemos encontrar precedentes. La prohibición contra la tortura, por ejemplo, o contra la pena de muerte (a estas dos nos apuntamos sin pensarlo). O la prohibición contra el mal gusto, que no figura en ninguna ley nacional ni internacional (aunque debería), pero debe de formar parte del Derecho Natural. Y la prohibición contra la barrila incesante y chabacana que seguro que forma parte también del orden natural de las cosas. Solo así se explica, que las grandes civilizaciones del pasado, desde los sumerios a los aztecas, pasando por egipcios, griegos, romanos, árabes, chinos, etc, y todos los pueblos primitivos de la tierra se hayan librado de semejante horror.

Solo de esta manera, con una prohibición en toda regla salvaríamos a la música del sádico asesinato a que, con premeditación y alevosía, se la somete cada año ¡desde 1956!. ¡Como no va a estar jodido el siglo!, los dos, el pasado y el presente, que a este paso cada vez hay más países que participan en el puñetero aquelarre (por cierto, ¿desde cuando Azerbayan es Europa?, que aquí te vas a tomar una birra con los tronquetes y a la vuelta ya hay doce o catorce paises más en el festival de marras dispuestos a amargarte la vida a conciencia). Y de paso, salvaguardaríamos el buen gusto, la finura en los modales y los tímpanos del personal (que no es poco). Pues ¿no van y dicen que los heavies son unos horteras?, comparados con los que berrean, gritan (sobre todo, gritan) y dan volteretas en Eurovisión, son unos dandys de lo más pulcro y lo más fino. De paso, habría que destruir la máquina infernal (por muy escondida que la tengan) con la que se componen las canciones (por llamarlas de alguna manera), una y otra vez, año tras año, con los mismos acordes y estribillos, y los mismos sonsonetes, que todas son el mismo rollo y no hay una sola que se salve.

Lo dicho, habría que prohibirlo a ver si conseguimos salvar a la civilización occidental, que si no, estamos jodidos. ¡Pero bien jodidos!. Que es más contagioso que la gripe gorrina esa, y mucho más peligroso, oyes, que te endiñan la barrila eurovisiva a nada que te despistes y no estés bien alerta y al loro y huyas como alma que lleva el mismísimo diablo (que tiene mucho mejor gusto, musicalmente hablando) de emisoras de radio, canales de televisión (públicos o de pago, que no te libras por pagar, no) y de cualquier sitio público de esos que te endilgan la matraca por que sí, por que les da la gana (a lo mejor es que quieren que no vuelvas), o sea que al final no puedes salir de casa y te vas consumiendo de innanición. Que al principio eran quince países los que cometían cada año tales desmanes impunemente y ahora ¡son cuarenta y dos!, y como sigamos así nos cargamos el planeta, que no va a ver un lugar seguro ni un país a salvo, por apartado que sea, para poder refugiarse.

¿Que qué tiene que ver con la historia de MOH?, ¡nos lleva persiguiendo toda la puñetera vida!.

Cuando alguien es tan bueno...

...no queda más remedio que hablar de él, aunque no tenga nada que ver con la historia de MOH que estamos contando aquí. Se trata de Todd Robinson, un guitarrista australiano que a sus 23 añitos está comenzando a arrasar en su país y fuera de él. Lo hemos conocido en el MySpace y hemos flipado de lo lindo. ¡Es un crak el tío!, ¡un auténtico descubrimiento!. Altamente recomendable. También hemos encontrado una página web donde se habla de este joven y genial guitarrista de rock y blues. Acaba de publicar un album, "Ambivalance", que es su debut, pero podéis escuchar su música por todo el careto en cualquiera de estos dos sitios (mejor en MySpace).



Aquí podéis escuchar (mejor que ver) un vídeo que ha hecho un menda de esos que se pirran por el manga (y es que hay gente para todo) con uno de los temas de su reciente album.


Lo sentimos, no hemos podido encontrar ninguno de él tocando, pero no diréis que no es bueno el tipo.

P.D. Pronto volveremos a la tabarra de siempre.

Un añito dando la tabarra

Pues si, quién lo iba a decir cuando empezamos este blog, el 5 de mayo del año pasado, que íbamos a estar un añito dando la tabarra con las aventuras, historias y música de MOH. Aquello que comenzó como un puro divertimento, casi una broma, por nuestra parte, se ha convertido, un años después, en algo diferente. A partir del blog, la banda, aquella banda de rock progresivo y sinfónico formada por cuatro amigos en un barrio periférico de Madrid, ha empezado a tener presencia en Internet, ¡después de todo ese tiempo!, como se aprecia en la página de MySpace, donde, a pesar de ser unos novatos (en lo del MySpace, que ni siquiera lo hicimos bien y no estamos como todos los demás, en MySpace music, que no sabíamos que existía, oyes) y unos perfectos desconocidos, tenemos más de cuatrocientos amigos en apenas tres meses. Y en los comentarios que algunos de ellos nos han dejado. ¡A una banda de hace más de treinta años!. Para flipar. Y hemos flipado, os lo aseguro (A este paso tadavía vamos y nos hacemos famosos, con lo que hemos bacilado aquí sobre eso mismo). Como hemos flipado al ver que nos manteníamos en los primeros puestos de bandas de rock madrileñas en ReverbNation, donde incluso llegamos a estar unas dos semanas en el número uno (¿hay alguien que lo entienda?). Supongo que las cosas han venido rodadas, pues nada de esto estaba previsto ni podíamos sospecharlo cuando empezamos a escribir nuestra historia un año atrás.

Lo que si teníamos pensado era una celebración especial de nuestro primer cumpleaños como blogeros, pero la muerte de Quique hace hoy una semana, justo cuando se cumplía un año y un día del blog, nos ha dejado atónitos, además de tristes y doloridos (con ese dolor interior y profundo que solo el tiempo puede llegar a mitigar sin hacer desaparecer del todo). Así que no estamos para celebraciones. El mismo Quique entró en el blog al mes siguiente de su existencia y estaba bastante entusiasmado con la idea. Se había producido el reencuentro después de un montón de años sin vernos. El mismo aportó valiosa información con sus comentarios de cosas que a los demás se nos habían olvidado o que ya no recordábamos con claridad. Y aportó fotos y temas nuestros de aquella época que había conservado como un tesoro. Y ahora que se ha marchado, nos hemos quedado huérfanos de un amigo y de su música, que era también la nuestra.

Pero hemos decidido seguir. Seguir con esta historia que estamos contando, que es la suya y la nuestra, y también hemos decidido seguir difundiendo la música de MOH por Internet. Así nos ha parecido, y así les ha parecido también a quienes, de distintas formas, nos han hecho llegar sus condolencias (¡gracias a todos ellos!). Difundir su música, que era también la nuestra. Seguir contando la historia, que era tan suya como nuestra. Recordar todo aquello es una buena manera de volver a estar juntos otra vez. Hasta que no nos quede nada por contar y se hallan agotado los recuerdos. Como se agotan las lágrimas (que no el dolor). Por eso, ahora os animamos, a todos aquellos que nos conocisteis a participar, a escribir lo que recordéis, a dar vuestra opinión, a dejar un comentario (o muchos). Nosotros seguiremos aquí dando la tabarra.

El día que llegó Quique

Ahora que se nos ha ido para siempre, seguramente la mejor manera de recordarle es seguir hablando de él. Como aquel lejano día en que se presentó con su guitarra y nos dijo que quería formar parte del grupo. En realidad fue el origen de todo. ¿Grupo?, ¿que grupo?. Salva y yo nos conocíamos desde niños y llevábamos algunos años juntos tocando la guitarra (fue Salva quién me enseñó a tocar la guitarra). Luego Rulo, al que conocíamos del colegio, se sumó a nuestra afición por la música y los tres nos solíamos reunir en la plazoleta que había entre la Avda. Donostiartra y Virgen del Coro para tocar la guitarra. Y un día se presentó Quique con la suya y nos preguntó si necesitábamos un punteo (es como se llamaba entonces al guitarra solista). Le dijimos que sí. Y ya teníamos punteo y grupo. El futuro MOH acababa de nacer. Aún no lo sabíamos, pero acababa de nacer.

Como él mismo ha contado en este blog, Quique y yo nos conocíamos de antes, aunque no nos habíamos tratado mucho. Los dos vivíamos en el 24 de Avda. Donostiarra, pero el era mayor. Unos dos años mayor. Y cuando se es pequeño se trata de una gran diferencia. Nos cruzábamos en el portal y poco más. No habíamos coincidido en el colegio ni en ningún otro sitio. Pero terminamos coicidiendo en la música. Un día me enteré que estaba en su casa escayolado y aburrido. Y no se porqué bajé a dejarle unos discos para que los oyera. Poca cosa, un single de los Monkees, un par de EPs (auellos discos de cuatro canciones) de los Beatles y un L.P de los Pekenikes (esa era casi toda mi colección por aquella época). Le habían dejado una guitarra y se entretenía puntenado, pero cuando la cogí me di cuenta de que no estaba afinada. Le conté que solíamos reunirnos en la plazoleta a tocar la guitarra. Y allí quedo la cosa.

Algunos días después, cuando le quitaron las escayolas y pudo salir a la calle vino a vernos a la plazoleta. Allí estábamos, como de costumbre, Salva, Rulo y yo con nuestras guitarras, dale que te pego. Y entre el dale que te pego, algún bacile, y más dale que te pego. Recuerdo que hacía buen tiempo, porque no llevábamos abrigos ni bufandas. Así que debíamos estar al final de la primavera o comienzos del verano. Un verano que ya pasamos juntos. Como yo tenía por aquel entonces quince añitos y él diecisiete (y me parecía muy mayor) tuvo que ser en 1969. Y eso es precisamente lo que pone detrás de las fotos que aún conservo y en las que Quique aparece por primera vez: 1969. O sea, que solo han pasado desde entonces cuarenta añitos de nada. Una minucia. ¡Joder!, parece que haya sido ayer.

Al principio, venía a tocar la guitarra con nosotros y la armónica, que le habían regalado una y la tocaba como el Bob Dylan, con el trasto ese que te pones en el cuello para poder tocar también la guitarra, pero los fines de semana se iba por ahí con su antigua pandilla. No duró mucho. Cada vez estaba más con nosotros y menos con su antigua pandilla, hasta que un día ya no volvió con ellos. Nosotros aún teníamos nuestra pandilla de adolescentes (que es lo que éramos), con Pato, el Bola, las dos Mamen, Ana y Menchu. Aún no se había formado la baska, ni el grupo tenía nombre, pero ya sabíamos que queríamos ser un grupo de rock. De lo que no nos dábamos cuenta es que había sido su llegada aquel día en la plazoleta, hace cuarenta años, con la guitarra en la mano diciéndonos "¿puedo ser vuestro punteo?", lo que nos había decidido por fín a formar un grupo de rock.

Solo tres, de cuatro

Cuatro éramos desde el principio. Y lo seguimos siendo con los años. Cuatro. Los cuatro de MOH. A pesar del paso del tiempo y de la vida, viéndonos o sin vernos. Cuatro. Juntos y separados. Soñándonos. Los cuatro de MOH. Desde los comienzos de la nube que vegeta. Desde el Manicomio Onírico Hermético. Cuatro amigos, cuatro instrumentos, música, alegría, aventuras, rock progresivo y sinfónico. Cuatro crecieron juntos, juntos se hicieron mayores. Luego algunos se marcharon. Pero cuatro. Los cuatro de MOH. Los inseparables, lejos y juntos. En el recuerdo, el pensamiento y los sueños. Más allá de las distancias. Más allá del tiempo. Más allá de los desencuentros o de los enfados. Cuatro.

Ahora solo tres. El se fue, se ha marchado. Llegó un día con la guitarra en la mano. Se ha ido, el primero, y las cuerdas se han callado. Para siempre. Como si se cerrara un ciclo. El suyo y el nuestro. Un ciclo de tiempo, de risas y voces, de sueños y ausencias. El suyo y el nuestro. Ayer cumplió años. No estaba. Se había marchado. Allí estábamos. Solos, tres de cuatro. Tanto tiempo después. Tanto tiempo. Estupefactos. Tristes y asombrados. Asombrados y tristes. Solo tres, de cuatro.


Pequeño homenaje de amigos ausentes. Volvimos al local y al barrio. Allí donde empezó todo. Allí donde nos encontramos. Tanto tiempo después. Después de tantos años. Solo tres, de cuatro. Sonaba la música en los recuerdos. Y la tarareamos. Recuerdos de tiempos felices, pasados, lejanos. Y amigos, y abrazos y un llanto sin llanto. Recuerdos felices de tiempos lejanos. Sonaba la música y la tarareamos. Solo tres, de cuatro.

Adios amigo


A todos los amigos y seguidores de MOH nos duele en el alma tener que decirles que Quique, nuestro querido amigo y guitarra solista de la banda, ha fallecido. Mañana iremos a darle nuestro último adios, aunque siempre permanecerá con nosotros.


Que los acordes del rock que tanto amaste te acompañen para siempre en tu descanso.

Con Don Falismin

Aquella primavera de 1974 habríamos de conocer a una de las mejores bandas de rock progresivo y sinfónico que hubo en Madrid y en el resto del país por aquella época. Se llamaban Don Falismin y eran realmente buenos. Es una pena que no quede apenas nada de ellos por ahí. He buscado con el San Google, pero, salvo dos referencias de otros músicos del momento, no he encontrado nada. ¿Que como sucedió la cosa?. Bueno, pues de la manera más sencilla. Un día, nuestro amigo Decler, al que conocíamos de tiempo atrás, me preguntó que si quería tocar los teclados en un grupo en el que él estaba. Lo cierto es que MOH estaba en el dique seco, con Salva aún en la mili y sin local de ensayo todavía. Le dije, que iría con él un día para ver como sonaban, aunque ya sabíamos que Decler era un gran guitarrista, además de un tipo estupendo y un poco tímido. Y así fue. Quedamos y me fuí con él a escuchar a su grupo. Tengo que confesar que me quedé bastante impresionado. Sonaban realmente bien aquella gente y además tocaban sus propios temas. Hablamos un poco y enseguida me ofrecieron unirme a la banda y comenzar a ensayar con ellos.

Así que a los pocos días me fuí con Emeterio y su buga al local donde ensayaban, que por cierto estaba a tomar por c... del barrio y me llevé mi vieja Hoffner, mi viejo ampli, y mi viejo Panther, que el Yamaha nuevecito parecía que era pronto aún para sacarlo de casa. El local era una especie de chamizo no muy grande que les había alquilado una vieja (perdón, una señora de la tercera edad, aunque a mi por aquel entonces me parecía una vieja) que estaba al fondo de un patio por donde correteaban algunas gallinas. Por aquella época eran cuatro. José, el primer guitarra, fundador y lider del grupo y también, como me dí cuenta luego, compositor de la mayoría de los temas. Un guitarrista excepcionalmente bueno que andaba colgado con Robert Fripp de King Crimson y que creo recordar que tenía una Stratocaster. Decler, segundo guitarrista, y también muy bueno, con su Gibson SG (que a mi me gustaba más que la Stratocaster), Moisés, el batería que se había incorporado recientemente a la banda y del que nos haríamos muy amigos, y el bajista (lo siento, tío, no recuerdo como te llamabas) que era un tipo muy simpático y buen instrumentista.

Así que nada, comencé a ensayar con ellos lo que duró unos pocos meses. Moisés, con el que había congeniado enseguida, venía a buscarme a casa por la tarde, a eso de las cuatro o las cinco (vivía en el Barrio de Barajas, así que le pillaba de camino y, además, los dos preferíamos ir juntos). Pillabamos el metro hasta Legazpi (que a mi ya me parecía lejos) y luego un autobús. En total una hora larga de ida y otra de vuelta. Pero no nos importaba. Para eso éramos músicos. Los temas que ensayábamos eran magníficos y realmente complejos, con muchos cambios de estructura que es lo propio del rock progresivo y sinfónico. Yo intentaba estar al loro y aprenderme mi parte y luego lo ensayaba solo en casa con el Yamaha, pero tengo que confesar que, a los teclados, estaba muy por debajo del nivel de la gente de Don Falismin. Peso a eso, no se impacientaban. A la salida, a eso de las nueve, tomábamos unas cañas en un bareto que había por ahí y volvíamos para casa. Muchos días Moisés se quedaba un buen rato en el barrio antes de marcharse a la suya. Ya digo que nos hicimos muy amigos. En otras ocasiones, Rulo o Quique nos acompañaban hasta el local de Don Falismin y se quedaban durante el ensayo y alguna vez hasta hubo una jam y todo. Y también Emeterio y el Bola, que les iba la marcha.

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