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Un toque de distinción

Pues eso, que hemos querido darle al blog este que tenemos un toque, pero un toque de distinción, que ya estábamos aburridos (y casi amuermados) de verlo siempre con el mismo aspecto y hemos decidido cambiarlo un poco, que para eso hemos comenzado nuestro tercer año en el ciberespacio ese y ya se sabe, hay que renovarse, cambiar el aspecto, no el contenido, por supuesto, que segurián siendo las mismas chorradas que venimos contando con éxito desigual desde el principio. Y hemos empezado los cambios por la cabecera, que es lo que está arriba del todo (que tenemos que explicarlo todo, oyes, que si no todavía alguien va y se rebota, que anda la peña de rebote en rebote últimamente y que serán los tiempos, que antes se rebotaban menos), así que hemos puesto el nombre completo del grupo, que es como nos llamábamos, aunque tardamos un tiempo en decicirlo, pero para l@s amig@s seguimos siemdo MOH (que es más cortito y se dice antes) como siempre.

Y vamos a seguir con los cambios estéticos, aunque despacio que tampoco tenemos ninguna prisa y las prisas son casi siempre malas compañeras y peor consejeras y ahora que somos unos tarras (de tomo y lomo) pues que no queremos prisas para nada, que ya las tuvimos de jovenzuelos y tampoco nos sirvió de mucho (ni de poco, que no nos sirvió de nada). Pero también vamos a cambiar más cosas, de contenido, si, un poco, solo un poco, y así en vez de hablar siempre de nosotros, que somos el motivo principal por el que estamos aquí (y ¿el vuestro?, ¿se puede saber cual es?), no nos tengais  en esta permanente zozobra) vamos a empezar alguna sección nueva, que tenga alguna relación claro, con el rock progresivo, con la época, en fin, en ese plan, que tampoco es cosa de ponerse ahora a entrar en detalles acerca de la cría del somormujo tibetano, si es que en el Tibet hay somormujos, que ni lo sabemos ni nos importa un carajo, ni de ponerse a escrbir sobre la vida sexual de las ladillas por muy fascinante que a alguien le pueda parecer el tema.

Así que, nada, esperamos que os gusten los cambios, tanto de imagen (que ya hemos dicho que vamos a renovar la imagen del blog poco a poco, en parte porque somos unos vagos y en parte para que a nadie le de un telele, que ya sabemos que la peña anda poco acostumbrada a los cambios) como de texto (que no es que vayamos a escribir en chino cásico o en sánscrito, que todavía es más dificil y además no tenemos ni puñetera idea, ni con letras más grandes o de otro color, ni con el alfabeto cirílico, sino que, sencillamente, vamos a escrbir de otras cosas), aunque siempre con alguna relación con el tema del blog. Y ahora que lo pienso, ¿cual puñetas es el tema del blog?, mejor vamos a dejarlo (aunque cambios habrá y ya han empezado, mira tú por donde). Que siempre hemos sido más partidarios de "todo fluye" que del "todo permanece". Y si hubieras vivido aquellos años nos entenderías muy bien

Murallas, iglesias y catedrales

Resulta que, de vez en cuando, Juanjo tenía que ir a Toledo por cosas de su curro así que unas cuantas veces le acompañamos Lourdes (normal, era su novia) y mi menda (ya no tan normal y en plan amigo póliza y peñazo). Por supuesto, íbamos en su buga, que si hubiéramos ido andando o en tren (en aquel tren) habríamos llegado a destiempo o tendríamos que haber salido una semana antes. Mientras Juanjo resolvía lo que tuviera que resolver en sitios como la Real Fábrica de Antigüedades, Lourdes y yo solíamos esperarlo dándonos un garbeo (del verbo "garbear", yo garbeo, tú garbeas, el garbea... que debe significar algo así como pasear con garbo, digo yo, no sé, que se me ha ocurrido de repente) por las murallas de la villa y sus estrechas callejas de sabor medieval. Y como éramos buenos amigos pasábamos bien el rato y la espera se hacia más corta. Luego, ya juntos los tres de nuevo, podíamos comer un bocata en un parque y por la tarde, antes de volvernos al barrio, íbamos a ver la catedral o alguna iglesia, como la de San Juan de los Reyes o a visitar la casa del Greco.



También nos gustaba mucho ver la vista panorámica de la ciudad, con el Alcazar dominando desde lo alto (aunque pasábamos como de comer mierda de la parafernalia y el tinglado franquista que se había montado con el episodio de su heróica resistencia cuando la guerra civil, que éramos más bien rojeras)  desde la otra orilla del Tajo, aunque eso solíamos hacerlo antes de comer, cuando Juanjo ya había regresado de su curro. He vuelto desde entonces varias veces a Toledo, junto con Segovia una de mis ciudades españolas favoritas, y siempre recuerdo aquellos viajes con Lourdes y Juanjo. Los paseos por la catedral o por San Juan de los Reyes y el rollo místico que nos entraba (no en vano, tiempo atrás habíamos leido a Fulcanelli, como ya he contado por aquí, aunque no conseguimos finalmente enterarnos de nada, si es que había algo de que enterarse). La visita a la casa del Greco (uno de mis pintores favoritos) y los largos momentos observando y disfrutando sus cuadros.

En otra ocasión, nos fuimos para allá los cuatro, Salva, Quique, Rulo y yo, en aquel tren desesperante (de lo que tardaba) que parecía que ibas a hacer un viaje a Siberia. Y por allí anduvimos  (del verbo anduvír, yo anduví, tú anduvistes, el anduvió o anduvo) los MOH, como cuatro caballeros medievales en busca de su doncella y su dragón. Por supuesto, de dragón nada y de doncellas menos, pero no lo pasamos mal, comiendo nuestros bocatas de foegrás o mortadela (que el presupuesto, despues de coger el tren no daba para más), bebiendo nuestras birras y pateándonos las calles y plazuelas. Y bacilábamos imaginándonos que podíamos dar un concierto alguna vez por allí, pero al aire libre, (que era lo que estaba de moda desde Woodstock) delante de la explanada de una iglesia o en el parque (que no se como se llama y mira si habré ido veces), que para eso éramos un grupo de rock (progresivo, psicodelico y sinfónico) y además soñar era de las pocas cosas que nos podíamos permitir en cualquier sitio y lugar porque no nos costaba un duro.

En Pompeya (o casi) con Pink Floyd

Pues nada, que nos fuimos al cine una tarde para ver la peli de los Pink Floyd tocando en las ruinas del anfiteatro romano de Pompeya. La verdad es que el sonido de la sala era horroroso y la acústica todavía peor (porque el cine, el Fundadores o el Cartagena, que no me acuerdo bien, total como no ha pasado tiempo, era una birria por decirlo suavemente), pero ahí estábamos nosotros, tan felices, con un amigo de Carmelo que había venido de Almuñecar, viendo a los Floyd tocar entre aquellas ruinas y flipando de lo lindo cuando empezaron a interpretar "Echoes" del "Meddle", uno de nuestros álbunes favoritos (que habríamos podido oir como dos millones de veces) y "Careful with that Axe, Eugene", del "Ummagumma" (que también lo habíamos escuchado lo suyo). También alucinamos mogollón cuando tocaron "A Saucerful of Secrets" y  "Set the Controls for the Heart of the Sun". Ya que no venían a tocar por aquí (que no venía casi nadie), por lo menos los veíamos en el cine (aunque el cine fuera una mierda, como ya he dicho).



¿Que si era la primera versión o la segunda (más larga) de la película?, ¡vete tu a saber!, aunque nos parece que debió de ser la segunda, que la habían estrenado el año anterior, pues salían pasajes de ellos en el estudio de grabación que no estaban en la primera.

Haciendo el canelo

No es que nos fuera mucho el rollo, pero las circunstancias a menudo nos forzaban a ello. ¿Como puede una banda de rock subsistir sin ensayar ni actuar en directo?. Conseguir un local para ensayar era bastante complicado, y si tenía que ser gratis o muy baratito (dado el más que lamentable estado de nuestras finanzas), entonces era misión imposible. Todos los locales que habíamos tenido hasta entonces nos habían salido por la cara, la jeró o el morro. Vamos que no nos habían costado un duro y al parecer eso se había terminado para siempre. Eso es lo que parecía desde hacía ya algún tiempo. Lo peor era el estado ruinoso de nuestra economía. Éramos estudiantes, ya se sabe, y aunque Rulo fue el primero que encontró un curro,  que compaginaba con sus estudios en la Escuela de Artes aplicadas y Oficios artísticos (eso cuando iba a clase y no nos quedábamos en su casa oyendo música), y Quique tenía el puesto de la Cuesta de Moyano, Salva y yo éramos unos auténticos indigentes, con solo las pelas que nos daban en casa que no alcanzaban para grandes (ni pequelos) lujos. Como para pagar un local de ensayo (que, además, es que no había). Pues nada, no se ensayaba. ¿Y que es lo que hacíamos?: el canelo.

Tocar por ahí sin ensayar tampoco era un plan muy atractivo, aunque alguna vez lo habíamos hecho de pura y plena desesperación, pero cada vez éramos más conscientes de nuestras limitaciones y no nos apetecía hacer el ridículo en público. Con diecesiete o dieciocho años, vale, pero con veinte, veintiuno o ventidós las cosas las veíamos de otra manera. Había que ensayar, cuanto más mejor, a pesar de nuestro amor por las improvisaciones. Nada de hacer el indio (de la tribu que fuera) en directo, se trataba de dar un conciertazo, y si no se podía era mejor no darlo. Compás de espera. Lo malo es que la espera se estaba volviendo demasiado larga. Después de dos años Salva había terminado la puñetera mili, pero seguíamos sin poder tocar. Porque no podíamos ensayar. Porque no había locales de ensayo y si había alguno no teníamos un duro para pagarlo. Pese a todo, seguíamos considerándonos una banda (grupo, decíamos entonces) de rock y aún no habíamos tirado la toalla, por dificil que estuvieran las cosas. Pero, mientras tanto, seguíamos haciendo el canelo.

Más vale tarde que nunca

Resulta que, como quien no quiere la cosa, sin comerlo ni beberlo (aunque algunas birras si que nos hemos tomado) llevamos un añito entero triunfando por ahí y nosotros sin enterarnos, o casi. ¡Ah!, que vosostros tampoco os habíais enterado ¿no?. Pues eso. No es que nuestra música (compuesta hace más de treinta años) suene ahora en todas las emisoras de rock del mundo. No, no suena en todas. Tampoco en unas pocas. En realidad no suena en ninguna, así que estamos igual que antes, bien jodidos con las radios esas. Pero en cambio suena en internet, ¡si, si!, a través del My Space, donde ya hemos superado la cifra de mil amigos (que nunca hemos tenido tantos, oyes, ni soñándolo) y en ReverbNation en la que llevamos ya un año situados entre los diez primeros puestos de la lista de bandas de rock de Madrid, entre los cuales  hay gente como Bonus, Rafa Martín, Madre, Luigi Moy o Kotebel, que suenan pero que muy bien (¿no te lo crees?, pues ves y escúchalos, que es bien sencillo), lo cual querrá decir algo, o al menos eso nos parece a nosotros (aunque no estamos muy seguros de que narices querrá decir).

Así que a la tarréz (que viejos no somos aún, aunque si unos tarras considerables) viruelas, que ya nos podía haber pasado los mismo hace más de treinta años, coño, cuando éramos unos jovenzuelos impetuosos con mucho pelo (casi todos) y no ahora que estamos calvos o medio calvos. Claro que más calvo esta el Ian Anderson y por ahí sigue dando la barrila que no para el tío que parece que no se le acaban nunca las pilas. En cualquier caso, y como dice el refrán, más vale tarde que nunca, que por lo menos ahora nos podemos tirar el rollo con los amigos y conocidos que algunos no acaban de creerselo del todo. Que es que hay mucho incrédulo por ahí suelto, y le tienes que poner la página de internet para que se convenza y, entonces, va y flipa de lo lindo el tío. Pero más flipamos nosotros, que si nos lo llegan a decir hace más de treinta años que teníamos que esperar toda esta porrada de tiempo y a que se inventara internet para que nos escucharan por ahí seguro que habríamos pensado que era cosa de locos. Pero no, nada de locos, que por lo que se ve, hay peña por ahí que nos oye y hasta les gustamos y todo ¡toma ya revival, tronc@!, a no ser que una panda de masoquistas nos haya escogido para su peculiar y más bien raro deleite. Que todo podría ser.

Siempre nos parecio una horterada

Seríamos una panda de greñudos mal encarados y peor atusados, vestíamos medio jipi, medio rockero y medio progre, a veces (no muchas) llevábamos el loro a toda pastilla a todas partes (sobre todo cuando íbamos al campiri), pero no éramos unos horteras. Chavalotes de berrio periférico, si. Rockeros jipiosos y un punto progres, también, pero no éramos unos horteras. Abominábamos de las horterdas allí donde nos las encontráramos, y las había a miles. Por todas partes. El país en si era una horterada cutre y rancia. La música que se escuchaba por la radio y en la tele (el que la tuviera) era por lo general de lo más hortera, igual que las películas españolas o los seriales radiofónicos. Los presentadores de TV no eran menos horteras, así como algunos famosos grupos modernos de danza que amenizaban las veladas televisivas. El festival de Eurovisión era una horterada, y el de San Remo o el de Benidor, para que hablar. 

Mucha de la gente que nos cruzábamos por la calle eran un@s horteras de tomo y lomo. Como los macarras que iban al Canciller, antes de que se reconvirtieran en heavies, bueno ellos no, aunque sí sus hermanos menores. Vestían hortera, se peinaban hortera, hablaban hortera y solo escuchaban y bailaban horteradas. Y los pijos no salian mejor librados. Horteras con pretensiones de finolis, pero horteras al fin y al cabo con sus polos y sus castellanos. El futbol o en lo que se había convertido, otra horterada y los forofos futboleros de los más horteras de todos. Los bailes regionales de la sección Sindical del Movimiento, otra horterada que te cagas, las fiestas de los pueblos les seguían muy de cerca y en ocasiones hasta les ganaban a horteras y todo, y en este plan. De tal manera que el ¡no me seas hortera, tí@!, era algo de lo más fuerte que le podíamos decir a alguién.

Asi que el puñetero día de San Valentín venía a ser como la maldita culminación de todas las horteradas. La superhorterada que nos había llegado de fuera y bien edulcorada, de los yankis sin ir más lejos, que por estos terruños nunca había existido tradición al respecto. ¡Y mira que éramos (bueno, nosotros no) horteras por aquí!, pero a tanto no habíamos llegado. Así que la horterada esa de San Valentín con sus floripondios y sus tarjetitas romnánticas, la dejábamos pasar sin pena ni gloria, a no se que se nos preguntara al respecto, que era como si nos hubieran mentado a la madre, o aún peor. ¿San Valentín?, una horterada empalagosa propia de descerebrados llegada desde el otro lado del océano y apoyada por El Corte Inglés, que había encontrado un filón. ¿El día de los enamorados?, ¿de que enamorados de las narices nos estás hablando?, ¿es que solo se enamoran ese día?, o si están muy enamorados ¿porqué es ese día especial y no todos los demás? y sobre todo, ¿porqué tienen que celebrarlo?, ¿a quien coño le importa un carajo?.

Lo raro es que no se caigan

Iba yo en mi autobús (bueno, el autobús no era mio, claro, es una manera de hablar, oyes) de camino a la uni una mañanita cualquiera (bueno, domingo no era, seguro) de aquel (aunque podría ser otro) invierno y mirando por la ventanilla, como de costumbre, se veía la Avenida Complutense tapizada por las ojas que se habían ido cayendo de los árboles  los días anteriores (que por lo que se ve no las habían venido a recoger) y a estos con las ramas bien peladitas los pobres, lo cual es una estampa típicamente invernal y no hay porqué extrañarse, que ya se sabe que en invierno se caen las hojas de los árboles (bueno, de todos no, solo de los que se les caen las hojas en invierno, que son unos cuantos) lo que por otra parte invita al recogimiento en torno a una estufa bien calentita y una bebida tonificante (y si tiene algo de alcohol, mejor). ¿Yo friolero?, ¡quita ya!, que voy a ser friolero, lo que pasa que la imagen de los árboles con sus ramas desnudas siempre me ha producido una cierta congoja.


                          

Pero viene a ser lo normal. Por lo menos viene siéndolo desde hace un porrón de años, que las hojas de muchos árboles se les caigan en invierno. Asi que no es nada raro. Lo que es raro es que no se les caigan. Como hace unos cuantos, que no se les cayeron las hojas y eso que ya estábamos en enero. ¡Huy que mosqueo!. Aquí está pasando algo muy raro, que no me imagino yo a los árboles, sin más, deciendiendo por las buenas que ese año ya no les daba la gana de que se les volvieran a caer las hojas, que luego tenían que sacar otras nuevecitas por primavera y era mucho curro. Claro que por aquel entonces (invierno del recién estrenado 1975) aún no habíamos oido hablar del calentamiento global, ni del efecto invernadero, ni siquiera de la capa de ozono esa. Y tampoco no se les caían los hojas a los árboles en invierno. O sea que de entonces hasta ahora chungo. Que parece ser que nos estamos cargando el planeta en plan muchas prisas por eso pasan estas cosas tan raras. Que no se caigan. Eso es lo raro. Pues eso.


P.D. ¿Que que tiene esto que ver con las andanzas de los de MOH?. No, si te parece vivíamos en una burbuja de cristal.

Un poco de historia

Para l@s que llegaron tarde y para l@s que no se enteran (a saber que es lo que se han estado tomando), hagamos un poco de historia...

Resulta que aquí estamos contando lo que cuatro chavales de un barrio periférico de Madrid, apoyados por sus amig@s, hicieron desde finales de los 60 y comienzos de los 70.  ¿Que es lo que hicieron?, pues un grupo de rock psicodélico, sinfónico y progresivo. ¿El nombre?: Manicomio Onírico Hermético (la nube que vegeta, sin ir más lejos). ¿Su música?, podéis escuchar algunos temas (de la última época, esi sí, aquí mismo y por la jeró, y hasta os los podéis bajar si estáis lo suficientemente loc@s). ¿Que les pasó?,  pues eso es lo que estamos contando. ¿A quién le interesa?, pues vaya ud. a saber, de momento a alguno de nuestros más de nueve mil lectores (que ya serán menos, que muchos habrán entrado por equivocación y se habrán ido echando leches). ¿Que por que lo contamos?, porque nos da la gana y no tenemos otra cosa mejor que hacer, de momento (igual que tu, que nos estás leyendo ahora mismo, no disimules).

Recapitulemos. Así que después de juntarnos los cuatro y conseguir unos instrumentos (musicales) medio decentes empezamos a tocar en nuestro antiguo colegio. Después de la puesta de largo, tocamos por los colegios mayores (la universidad, vaya) y en algunos otros sitios de renombre por aquellla época. De todo aquello no quedan grabaciones, aunque alguna se hizo y algún cretino las perdió (aquí no cabe el lenguaje no sexista, creerme). Justo cuando empezábamos a estar en la onda y bien engrasados Salva, el batería, se tuvo que ir al puñetero servicio militar. ¡Dos años!, que le tocó en la Marina. Y además nos quedamos sin local de ensayo. Desconcierto general (ayudado por ciertas sustancias que flotaban en el ambiente). Primera solución: MOH (las siglas para ahorrar, que el nombre es bien largo) se convierte en un trío (Rulo coje la bateria, antes era el bajista) y por unos meses intentamos que la cosa funcione. No funciona. Segunda solución: búscamos un bateria que reemplace a Salva mientas está en la mili, y lo encontramos. Se llama Juanjo y con el damos un concierto en la Escuela Superior de Ingenieros de Caminos y Puertos. Primera parte bien, la segunda un desastre.

Tercera solución (y a la desesperada): cada uno a su bola hasta que Salva esté disponible y encontremos un buen local de ensayo. Durante unos meses ensayo (mi menda el lerenda, o sea el teclista) con un grupazo que se llama Don Falismin (seguramente lo mejor del rock progresivo de entonces).  Pero seguimos todos pensando en MOH (la nuebe que vegeta, ya sabes). Dejo Don Falismin sin pena ni gloria y seguimos a verlas venir. Y en esas estamos. Y aún habrán de pasarnos más cosas que iremos contando según nos dé (que tampoco nos paga nadie por esto y lop hacemos porque sí, por todo el careto). Pues eso, que nos vemos (es un decir) pronto.

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