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Una cinta en el pelo

Con una cinta en el pelo, que ya me había crecido bastante otra vez, y la barba casi recien estrenada. De esta guisa me presenté en la uni a las clases de mi recién inagurada (para mi) especialidad de Historia, casi como tres años atrás, que entonces también llevaba una cinta sujetándome el pelo, aunque por aquel entonces era bastante imberbe. La verdad es que lo de la coleta no se estilaba y lo de la cinta en el pelo nos molaba mucho más, que quedaba puñao de jipi, oyes, que aunque por ahí fuera lo de los jipis ya estaba pasadillo de moda, aquí, con lo del retraso que llevábamos en todas los cosas, todavía era un farde que no veas. Por ejemplo, Moisés, también se ponía de vez en cuando una cinta en el pelo. Y Cesar. Y Tony. Así que éramos unos cuantos los que nos poníamos (como los indios de las películas y los jipis de por ahí) una cinta en el pelo. Que además de para fardar, tenía su lado práctico, que había que sujetarse las greñas con algo si no querías que te estorbasen para escribir, tocar (un instrumento), comer y cosas por el estilo.

Además, aquel otoño me había dado por reverdecer al jipi que llevaba dentro, que últimamente lo había tenido un poco descuidado, y esto es como los animales de poder del chamán, si no reverdeces al jipi de vez en cuando se acaba marchitando. Lo cierto es que era el único de la clase que llevaba esa pinta, aunque no faltaban los barbudos y gente con pinta progre, que empezaba a estar muy de moda, de ambos sexos. Y alguna que otra pija (tres se sentaron detrás de mi ya en el primer día), pero yo pasaba mucho de las pijas, ¡y una monja!. Que sí, que si, que había una monja jovencita en clase y se las hacíamos pasar canutas a la pobre con toda una serie de chanzas, como aquella vez que, en mitad de la clase, alguien se tiró un pedazo de eructo que temblaron las paredes y otro alguién gritó de inmediato ¡ha sido la monja!. En fín, que no es que tuviéramos nada contra ella, solo que nos parecía una tontería que se hubiera hecho monja y de vez en cuando la tomábamos el pelo, bueno, la cofia.

Y empezé a conocer gente de la que me haría amigo y de algun@s lo soy todavía ahora, después de tantos años, y a otr@s pues les perdí la pista, como suele pasar muchas veces. Y lo más gracioso del caso es que había dos chicas de mi barrio (bueno de la parte de arriba, no de la ampliación) de lo cual nos enteramos al cabo de un tiempo. Y a una la sigo viendo a menudo, que curramos en el mismo sitio, y seguimos siendo amigos, aunque ya no llevo cinta en el pelo, entre otras cosas, porque cada vez tengo menos. Que el tiempo no pasa en balde, y no se si me he vuelto más sabio, pero lo que si se es que me he vuelto más calvo y más carroza. Pero el jipi de mi interior aún reverdece de vez en cuando, que si no de que estaría ahora contando estas chorradas (y tú, si tú, no te escondas tras la pantalla del ordenata, haz el favor de pasarme ya eso y no se te ocurra fumártelo todo).

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