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Sueño de una noche (de verano)

Una noche de aquel verano tuve un sueño peculiar. Estábamos (el Manicomio) dando un concierto al aire libre en un sitio que parecía un campo con el aspecto de un prado en que se veían algunas construcciones prehistóricas (o eso me parecía a mi que era el que estaba soñándolo). No había tarima ni escenario, sino que tocábamos subidos encima de algunas piedras grandes que había por ahí en medio. Los amplis estaban abajo, sobre la hierba y no me preguntéis como sonaban (se trata de un sueño, ¿eh?) pero sonaban sin necesidad de electricidad ni nada. Cosa de magia supongo (algo muy propio de los sueños, por otra parte). Entre el público se distinguían las caras de muchos amigos y conocidos y todos andaban vestidos como de época, algunos con trajes que parecían duendes y alguna que otra chica, hadas. Acabábamos de concluir una versión especialmente barroca de nuestra "Oda en Re m" y ahora estábamos tocando la "Suite de la Historia de todos los tiempos". Rulo estaba a mi derecha y cada vez que le miraba se reía y se le ponía cara de Puck. A la izquierda Quique, con la guitarra acústica sin micrófono ni nada y un poco más retrasado Salva, que llevaba un largo manto de color oscuro y de mangas muy anchas que le asemejaba a un brujo o a un mago.



De repente una de aquellas chicas vestida de hada (¿sería un hada de verdad?) se nos acercó y nos dió de beber por turnos de un largo cuerno del que brotaba una espuma que conocíamos bien. ¡Ah, que fresquita y rica estaba aquella cerveza del cuerno!. De pronto, todos (o sea nosotros cuatro) nos enamoramos de ella y nos pusimos a sollozar (al parecer ya que sabíamos que nuestro amor era imposible y además, una chorrada del sueño), aunque seguíamos tocando en aquel extraño concierto. Nos sonrió, nos guiñó un ojo dulcemente y se volvió a perder entre el gentío que ahora flotaba embelesado a un palmo del suelo por efecto de nuestra música. ¡Hacíamos flotar a la gente!, literalmente. Eso nos infundió nuevos ánimos y sin acordarnos de nuestro reciente y despechado amor, comenzamos a improvisar como locos. Mi órgano sonaba como un bajo distorsionado, el bajo de Rulo como una flauta encantada y él seguía riéndose, solo que ahora tenía tres caras y todas eran las de Puck. Quique, que llevaba un gorro como el de Robin Hood (o eso me parecía a mi en aquel sueño) tocaba la armónica y una guitarra con cada mano (que para eso era zurdo, oyes), mientras que Salva batía unos tambores tropicales y pellizcaba un violonchello amarillo que había aperecido de pronto a su lado.

Se hacía de noche y dejamos de tocar, total el público también había desaparecido y el prado tenía ahora el aspecto de una de las plazoletas del barrio donde pasábamos tanto tiempo. Nos subimos al metro, que circulaba por allí mismo, y nos fuimos para casa. Hacía un calor espantoso en aquel vagón, que era de madera y parecía de los viejos trenes del Oeste americano. Antes de que nos atacaran los indios me desperté sudando. Normal, era una calurosa noche de verano.

Una pasta gansa

Si que tiene narices la cosa. En todos aquellos años del Manicomio, no solo no ganamos un duro, sino que tocar nos costaba dinero. No es que tuviéramos que pagar por tocar (que nunca llegamos a eso), pero había que mantener el equipo, comprar cuerdas para las guitarras y el bajo, cables que tenían una propensión a changarse cada no mucho, baquetas y parches para la batería (que Salva estaba hecho un fiera destrozando unas y otros), en fín, todo eso. Dadas nuestras más que pauperrímas finanzas (ya que básicamente éramos estudiantes) suponía un dispendio (que vete tu a saber lo que es pero queda muy fino) considerable. Solo en nuestra última etapa, a la que aún no hemos llegado en esta narración que nos ocupa desde hace más de un año, fue un tanto más desahogada pues ya teníamos curro, lo que nos permitió comprarnos mejor equipo, y además había que pagar el local todos lo meses. O sea que no solo no ganamos nunca un duro con nuestra música (y al principio tampoco lo pretrendíamos, solo queríamos tocar) sino que nos gastamos unos cuantos en ella.



Y mira tú por donde, más de treinta años después vamos a ganar nuestro primer dinerito gracias al grupo. Nada más ni nada menos que ciencuenta dólares, de los que ya tenemos seguros cuarenta, esto es, ¡un pastón!, ¡una pasta gansa! nene, gracias a la campaña de canciones promocionadas por Microsoft (que no, que no nos dan comisión por más que te parezca) y ReverbNation. Cada descarga 50 céntimos hasta un máximo de cien (las restantes ya no las pagan, pero algo es algo), lo que hacen los cincuenta dólares que vete tú a saber en que nos los gastaremos, que primero tendremos que ponernos de acuerdo, pero ya puestos en birra no estaría nada mal. Bien mirado, cincuenta dólares hace de treinta y cinco años, y teniendo en cuenta a como estaba el cambio con la difunta peseta (60 pesetas por un dolar), a la que en enero de ese mismo año de 1974 se la había dejado flotar (aunque no tengo ni puñetera idea de que es lo que significa que la peseta flote, que cuando se nos caía alguna en un estanque se hundían como plomo) nos da unas tres mil pesetas, que era casi un sueldo normal por quella época y nos hubieran venido de perlas. Pero no, no lo ganamos entonces, sino ahora, ¡que cosas!.

Tubular Bells

Estábamos estudiando para los exámenes de junio en casa de Juan, cuando alguién apareció con un disco realmente curioso. Se trataba de un album conceptual de rock simfónico instrumental hecho por un músico desconocido que se llamaba Mike Oldfield (Miguelito Campoviejo, para que no digan que no suenan mejor los nombres en la lengua de Chespir), que además tocaba el solito la mayoría de los instrumentos. y lo publicaba un sello discográfico nuevo, Virgin Records, que empezaba su andadura con aquel primer lanzamiento. Aunque la caldad del sonido no era demasiado buena, ya que se trataba de vinilos reciclados del espesor de un papel de fumar que se deformaban con mirarlos, la ídea y la música era bastante buena. Y con lo que flipábamos era con que el tipo lo tocara prácticamente todo (y sin ordenadores, que tiene mucho más mérito), yo particularmente, que ya tenía problemas para tocar dos instrumentos, la guitarra y el órgano.


El album se llamaba "Tubular Bells", y algunos fragmentos del mismo fueron usados luegos en la banda sonora de "El exorcista", un bodrío de película que no le hacía ningún honor al libro en que estaba basada. Fue un exitazo tremendo que volvió ricos al músico y al jefe de la nueva discográfica. Y así ha continuado durante todo este tiempo, pues aunque Oldfield se dedicara luego a otros proyectos musicxales, lo cierto es que Tubular Bells no le ha abandonado nunca y su han vuelto a grabar diversas versiones (una orquestal y todo) del mismo.



Algunos años más tarde lo vimos en directo, aquí, en Madrid, y aunque sonaba bien era raro no verlo tocar a el todos los instrumentos como hacía en el disco, y además le habían añadido partes de batería que en el disco no llevaba (se conoce que para darle más marcha). Y lo mismo sucede en el vídeo que hemos puesto. Vamos, que la primera versión es la que más nos sigue gustando.


Una expedición arriesgada (y II)

Después de la noche que habíamos pasado en el monte pelado (que allí le decían La Peñota), volvimos al pueblo de Emeterio. Allí su primo se ofreció para llevar nuestra tienda y el resto de la inpedimenta en su motocicleta al río, que parece que había una chopera (que ya se sabe que a los chopos les molan los ríos y aprovechan para crecer cerca) y se estaba muy fresquito. Nosotros iríamos mientras tanto en el tranvía de San Fernando (mitad a pie y mitad andando). Así que una hora larga (o dos) después allí que estábamos montando de nuevo la tienda, esta vez a la luz del día, en la chopera del río del pueblo de Emeterio. Comimos y nos tumbamos un rato a oir musikeli en el casete, por aquello de no hacer demasiado ejercicio después de las caminatas precedentes. Y allí estábamos, tan agusto, cuando de pronto ¡zas! llegó una tormenta (más bien un tormentón) de verano.


Se puso a llover que caía una manta de agua, así que nos metimos en la tienda, y al poco rato empezaron los truenos, los relampagos y los rayos. De repente nos percatamos que la estructura de la tienda era metálica y nos dio la paranoya de a ver si nos iba a caer un rayo encima (lo que no nos hacía ninguna gracia). Así que tras un rato de deliberaciones y cada vez más acojonados ante la intensidad que iba tomando la cosa decidimos salir de allí a escape. ¿Que hacer?, ¿a donde ir?. Nos pusimos a vagar por el campo en medio de la tormenta, que ya se sabe que es lo más seguro que se puede hacer, sobre todo cuando no hay ningún árbol cerca, que es muy dificil que te caiga a tí el rayo. Llovía a mares y estábamos empapados. Para colomo la tierra se había vuelto fango y costaba un güevo dar un paso.

En esto, Emeterio vio una casa a lo lejos y allí que nos dirijimos para refugiarnos. Estaba abandonada y cerrada a cal y canto con un pedazo de candado en la puerta que Emeterio se empañaba en romper a golpes con una piedra, como si le fuera la vida en ello. Cuando finalmente le disuadimos, que aquello no tenía pinta de ir a romperse ni pa tras, decidimos volver al pueblo andando. En el camino dejó de llover pero ya íbamos calados hasta los huesos y con cuatro o cinco kilos de barro en cada pierna que nos llegaba casi hasta las rodillas. Cuando por fín llegamos de esta guisa, fuimos el objeto de burla y escarnio de los del pueblo, a los que les daba mucha risa ver como unos chicos de la ciudad habían bregado tan valientemente con una tormentea en medio del campo. En fin, nos hicimos los locos, que ya teníamos bastante. A la mañana siguiente Emeterio y su primo se fueron en la moto en busca de la tienda y el resto del equipo y así acabó aquella aventura estival, sin pena ni gloria, o si se prefiere con más pena que gloria.

P.D. La chopera de la foto no es la misma, pero da el pego.


Todo lo que sube, baja

Menos el precio de las casas (salvo que en tu país haya estallado también la burbuja inmobiliaria o la crisis financiera mundial que nos han regalado los neocon esos de los c... ) y el del jamón de gorrino ibérico alimentado tan ricamente en su páramo con los frutos de la encina (si, ya se que se dice "bellota", pero la última vez alguien se lo tomó a mal). Que si, que si, que todo lo que sube, baja (antes o despues, pero baja), que es una ley inexorable de la física y nosotros no íbamos a ser una excepción, que también somos de carne y hueso (algunos menos carne y más hueso y otros, al revés), oyes, y no solo realidades virtuales dando la matraca en la blogosfera.

Así que ya no estamos en el número dos de la lista de bandas de rock de ReverbNation (pero fue bonito mientras duró), sino en el cinco (¡mecachis en la mar!), que también es un número muy majete tu, el cinco, que es el número natural que sigue al cuatro y precede al seis, que no nos lo hemos inventado, no, sino que lo hemos leído en la wikipedia esa, que para eso está, para informarse y desarnarse uno un poco, y además es gratis por toda la jeró (que es lo que más nos gusta). Además, el 5 es el tercer número primo, después del 3 y antes del 7 por el tema del trinquete, que eso ya no lo sabíamos (que tuviera primos y todo) y que también fuera aficionado al trinque, que es deporte nacional desde siempre y muy lucrativo.

Además el níumero cinco es un puñao de importante en nuestras vidas, que para eso tenemos cinco dedos en cada una de las manos y en los pieses también (cinco en cada uno), que si tienes de menos o de más yo que tu ya andaría preocupado y haste le pediría a un amigo (o amiga) que me los cuente, no vaya a ser... Tenemos cinco extremidades, a saber: cabeza, piernas (dos) y manos (otras dos), al menos de fábrica y cinco son los días de la semana laborable (para los que tengan curro, claro), así que nos pasamos cinco puñeteros días esperando que llegue el sábado para liarnos a beber birra como unos posesos y cojernos una tajada del tres. Cinco eran Los Cinco Latinos (¿que a qué viene?, ¡y yo que se!, pero eran cinco, ¿no?), cinco lobitos tenía la loba (lo que aún no hemos conseguido averiguar es porqué los tenía detrás de una escoba), cinco son los continentes y cinco los anillos olímpicos. Y, además, de cada diez personas que escuchan rock`n roll, cinco son la mitad.

En fín, que él que no se consuela es porque no quiere (o no le da la gana).

Y mientras volvemos a subir (aunque ya no está tan claro que todo lo que baje, suba) escuchen a esta increíble banda. Se llaman "Pasajero" y suenan así de bien: http://www.myspace.com/pasajerobanda

Mogollón de giris

Como todos los veranos desde hacía uno cuantos, este país (bueno, sobre todo sus playas) se llenaba de mogollón de giris. Girufos, giris, esa gente que venía de fuera en plan turista y que nos mostraban, con su comportamiento (y con su sola presencia), que el mundo no se acababa en España. La verdad es que nos caían bién, en general, los giris, aunque había de todo. Personalmente no habíamos conocido muchos. Christine, mi viejo amor platónico del barrio, era un chica francesa simpática y educada igual que su hermana. La novieta americana de Cesar, por ejemplo, era un chica bien maja y muy simpática. Las amigas portuguesas de Mamen, que un día nos invitaron a una comida psicodélica (habrá que contarlo otro día) eran unas chicas estupendas. Guido, el "playboy" (que es lo que nos parecía a nosotros) belga que anduvo un tiempo por el barrio nos parecía un idiota (por lo menos a los tíos, que las chicas se derretían por sus melenitas rubias y su descapotable). Y el frances que nos tangó con la pintura del piso que le había alquilado el padre de Juan Carlos, un cretino y un indeseable. Pero era algo puntual. Casos aislados. En general los giris nos caían bien.


Por supuesto, conocíamos los topicazos que circulaban sobre los giris, sobre todo sobre las giris, pero nos traían bastante al fresco. En un país de tópicos como era éste ya estábamos bastante vacunados de exageraciones y mentiras. No éramos como aquellos patriotas del tres al cuatro para quienes los giris eran una panda de degenerados y envidiosos de nuestro maravilloso país (vamos que si pudieran se venían todos a quedarse, lo que pasa es que nos les dejábamos), ni como los macarras de playa (o piscina) que solo querían tangarlos (a ellos) y tirárselas (a ellas). A pesar de nuestras raíces rockeras y de vivir en un barrio periférico (por aquel entonces) no éramos muy macarras, sino algo jipiosos (tampoco se puede decir que fuéramos unos pícaros a pesar de la larga tradición del país) y los giris nos caían bien. No nos parecían tontos, ni simples, sino que más bien nos daban envidia. Y nos jodía sobremanera ver a los avispados que, en los días de corrrida, se apostaban junto a la plaza de toros de Las Ventas (que estaba muy cerquita del barrio) a ver a cuantos giris podían estafar hoy.

Así que un día que un par de chicas inglesas vinieron a casa de un vecino (que bajó como un rayo a mi casa a pedirme el tocata, a ver si podíamos improvisar un guateque y todo eso) lo pasamos muy bien hablando con ellas, y eso que no sabían ni papa de nuestra lengua y yo, con mi rudimentario inglés, hacía las veces de traductor (incluso estuve hablando con una de ellas un rato en la terraza y me dijo que no lo hacía tan mal, ¡que maja!). Luego las acompañamos a su casa, por Arturo Soria, en el coche de Juanjo o en el de su hermano Manolo (que ya no me acuerdo) o a lo mejor íbamos en el coche de Juanjo y venía su hermano Manolo (los dos habían estado en el frustrado guateque) y aquí paz y después gloria. Vamos que nadie metió la pata ni se pasó lo más mínimo, que éramos una panda de rockeros progresivos, pero algo de educación teníamos, oyes, y no era cuestión de ponerse a babear por muy guapas y simpáticas (una más que la otra que era un poco muermo, o que se estaba aburriendo un puñao la pobre) que fueran. ¡Que no eran ganado!. Y además nos caían bien los giris.

Una expedición arriesgada (I)

Ahora que ya sabía nadar (de espaldas) se me despertó el instinto viajero que hasta entonces había tenido un tanto adormecido. La ocasión la pintaban calva para ir con Emeterio y Juan Carlos al pueblo del primero que no estaba lejos de las Lagunas del Ruidera, pues pensábamos acercarnos y darnos un bañito y todo, que en aquella época eran todavía lagunas, con su agua y todo, y no se habían desecado a base de agujerear la capa freatica esa (que por lo visto es agua que hay por debajo, pero que muy por debajo de la tierra) haciendo pozos sin ton ni son por todas partes. El plan era el siguiente, pillábamos una tienda de campaña y acampábamos por algún lugar cercano (al pueblo de Emeterio, que sería el centro logístico de operaciones) y bonito hasta que nos cansáramos del sitio y nos fuéramos a acampar a otro lugar cercano e igual o más bonito. Vamos que lo teníamos todo estudiado hasta el mínimo detalle (por la otra punta).

Así que pillamos un autobus (por llamarlo de alguna manera) de línea que nos llevó, en un viaje del cual es mejor no acordarse, al pueblo de Emeterio (o a otro que estaba al lado, que ahora no me acuerdo tú) y de allí salimos con nuestras mochilas y la tienda de campaña tan campantes y decididos rumbo a la Peñota, que por lo visto era un monte muy guapo que había por allí cerca y que se podía acampar dabuten. Y allí estábamos, en mitad de la Mancha, decididos a desfacer entuertos o por lo menos a pasárnoslo lo mejor posible, que para eso nos habíamos chupado el viajecito de tropecientas horas en el cacharro ese que llamaban autocar pero que más parecía una guaga. La Mancha, o sea un sol de justicia atizando de lleno en medio de un secarral inmenso donde no se ve un árbol ni nada que de sombra a varios cientos de kilómetros a la redonda. Sed, mucha sed y cada vez menos agua en las cantimploras (que llevábamos camtimploras y todo, no te vayas a creer) y para colmo habíamos fumado algo que nos resecaba un güevo la boca.

Así que después de llevar un buen trecho andando y cargando con la inpedimenta (y sudando como gorrinos aunque es sabido que los gorrinos, por lo menos los de cuatro patas, no sudan) nos topamos con un lugareño, que tal debía de ser por la guisa que se gastaba, y le preguntamos muy amablemente (no se fuera a liar a golpes con el callao que llevaba al vernos las greñas, sobre todo las mias) que si faltaba mucho para la Peñota (de marras). "¡Quía!", contestó, "si está a tiro piedra!", lo que nos infundió nuevos ánimos. Reemprendimos el camino tan alegres pensando que ya no faltaría mucho sin caer en la cuenta de que en aquella comarca las piedras las debían tirar con algún artefacto capaz de propulsarla con la fuerza de un obús a todo rabo. Cuendo por fin llegamos, ya estaba anocheciendo, así que decidimos acampar en la ladera del montecillo en cuestión y como no se veía un carajo las pasamos más que putas (¡huy perdón!) para montar la dichosa tienda.

Luego nos sentamos a la fresca a comernos un bocata y a ver el cielo estrellado, que eso si que merecía la pena, oyes. Como era verano, no habíamos llevado saco de dormir ni nada (tampoco colchonetas), así que nos tumbamos directamente en el suelo para conseguir el reparador descanso que había de traernos el sueño. Dormir, dormimos del puro machaque que nos habíamos metido ese día en plan caminata y cargados con los pertrechos. Pero cuando amanecímos nos dolía todo el cuerpo, que éramos chicos de ciudad y para eso de dormir encima de las piedras no estábamos acostumbrados. A mi se me había clavado una, de las muchas que había debajo del suelo de la tienda (ya dije que la montamos con muy poca luz) en toda la rabadilla y me hacía un daño del copón. Así que decídimos recoger, poner rumbo al pueblo de Emeterio y buscar un lugar más propicio. Más caminata.

P.D. Continuará... (un día de estos).

Argus

Pues así es como se llamaba el album de una banda inglesa prácticamente desconocida para nosostros: Wishbone Ash, que vete tu a saber que es lo que quiere decir (se agradecería cualquier información al respecto) y que empezamos a escuchar por aquella época. Aunque el grupo se había fundado en 1970 y el disco era del 72 aquí no nos llegó hasta aquella primavera/verano del 74 (y si había llegado antes, pues no nos habíamos enterado, oyes, que estaba todo muy confuso). Lo cierto es que "Argus" nos pareció un disco maravilloso y el grupo tenía un sonido muy especial, con las dos guitarras "gemelas" de Ted Turner y Andy Powell (que la verdad, es que no teníamos ni pajolera idea de quienes eran) tocando al unísono y cruzando riffs, acordes y melodías.



En fín, otro grupo británico, que eran nuestros preferidos, aunque había unos pocos americanos que no estaban mal, mejor dicho que eran muy buenos, como Canned Heat, Jefferson Airplane (de los que ya hemos hablado aquí) o Buffalo Springfield y Alman Brothers Band (de los que tendremos que hablar algún día). Pero en general había más grupos ingleses que nos gustaban que americanos.





En el vídeo que hemos subido interpretan "Time was", uno de los temas (de hecho el primero) del album y dan buena muestra de su sonido carácterístico. Esperamos que os guste (que nosotros ahora nos vamos a tomar unas birras, por aquello de la calor).

Escalando puestos

Pues eso, que estamos escalando puestos tan ricamente, sin comerlo ni beberlo (aunque yo me tomaría ahora una birrita) y como quién no quiere la cosa (lo que para una banda de hace más de treinta años tiene su mérito, ¿no?). Primero estuvimos en el nº 1 de las listas de rock por Madrid de ReverbNation unas semanitas (lo que nos dejó flipando mogollón). Luego pasamos al cuarto puesto, de ahí al quinto y finalmente al sexto. Sexto por Madrid despues de más de treinta años y sin discos ni nada relacionado (videoclips, etc) en el mercado, tampoco estaba tan mal, nos parece. Pero fue por poco tiempo. Tal y como se puede comprobar en nuestra página de Twitter (http://twitter.com/MOHmusica), donde, por cierto no cabía nuestro nombre entero (podíamos habernos llamado Los Pepes o Los Manolos, pero no nos apetecía), en pocos días pasamos de nuevo al tres y hoy, finalmente, hemos alcanzado el número dos de la lista (si, esa, la de grupos de rock de Madrid). Así que ya estamos cerquita del número uno otra vez (dos veces en el mismo año). ¡A por él!.

También hemos subido un güevo en la clasificación general de rock de la misma ReverbNation (http://www.reverbnation.com/controller/main/bes_chart?artist_id=342098&genre=Rock&genre_geo=Global) donde competimos con otras muchas bandas de muy diversos países y donde hemos pasado del puesto 1291 (así, con numertitos que queda más mono y más corto y no hay que teclear tanto) el pasado 27 de junio al 976 hoy mesmo, nada menos que 315 puestos en apenas diez días y ya estamos entre los mil mejores grupos de rock del mundo (según ReverbNation, claro), lo que tampoco es moco de pavo (ni sobaco de mono). Si, ya sabemos que podemos volver para atrás, pero mientras que nos quiten lo bailao.

Por si fuera poco, nuestra página en el MySpace ese va también viento en popa y ya tenemos más de 700 amigos (http://www.myspace.com/manicomiooniricohermetico) de los sitios más variados, incluida la Antártida (no hace falta que os lo juremos porque lo podéis comprobar vosotr@s mism@s). Como no todo va a ser un camino de rosas, o un bosque de abedules (¿que a que viene lo del bosque?, pues mira, que nos ha dado por ahí, oyes) la de FaceBook no acaba de pitar del todo, de donde se deduce que a los rockeros de cualquier parte del planeta (Tierra, que de los otros no sabemos aún) les mola más el MySpace que el Facebook, que es como más serio y tirando a muermo.

Así que, ¡gracias a tod@s por vuestro apoyo!, y que los dioses (los que sean) os conserven el orejo.

Con el agua al cuello

No sabía nadar, lo cierto es que no sabía nadar y tampoco había tenido muchas oportunidades de aprender. Viviendo en un poblachón manchego convertido en ciudad, que es lo que se decía que era Madrid, la playa (qualquier playa) quedaba bastante lejos. Aunque estaba la piscina del Parque Sindical (tan abarrotada de peña que apenas se sabía que era una piscina) y también algunas pocas municipales, mi cultura del agua (que no fuera para lavarme) era bastante escasa. De crío, además, había tenido una experiencia muy chunga en la piscina de mis primos (que vivían en una urbanización muy dabuti con piscina y todo) cuando un chaval gordo como un planeta tropezó conmigo y me tiro al agua. Tragé una poca y desde entonces le tomé tirria.

Pero, a pesar de mi trauma infantil, me había decidido a aprender a nadar, o por lo menos a flotar en el agua. ¿La razón?. Me había hecho mayorcito y comenzaba a salir con los colegas de vacaciones de verano unos cuantos días y como sabía que en algunos sitios podría encontrarme con un río o una piscinita no quería quedarme sin el chapuzón. Así que hice de tripas corazón y decidí (a pesar del pavor que me daba) aprender a nadar (o a flotar en el agua, por lo menos). Me matriculé en un cursillo que daban en una piscina que había en Arturo Soria y, ¡ale!, allí que me presenté tan pancho (bueno, la verdad es que iba bastante acojonado) con mi bañador recién estrenado. El monitor me hizo un par de preguntas y luego, sin mediar más palabras y sin previo aviso me tiró dentro de un empujón (y por la parte profunda). ¡Muy fino el tío!, se conoce que quería ver como reaccionaba. Pues reacioné tragando agua y lléndome para el fondo como una piedra ante mi desesperación. ¡Menos mal que se tiró para sacarme!. Ya fuera me dijo que lo había hecho para quitarme el miedo. ¡Genial!, y si hubiera tenido miedo al fuego ¿me habría tirado al interior de un volcán?. Me pareció que era muy capaz, en aquel momento.



Por supuesto, me largué de allí como si me persugieran todos los demonios del infierno del que me habían hablado lo curas y sin terminar la clase, no sea que el tipo aquel le hubiera cogido gusto al método y quisiera repetir a ver que tal salía la segunda vez. Así que decidí apuntarme al Canoe, un club de natación muy bueno pero muy pijo que estaba por el Barrio de La Estrella (o sea, M 30 pa lante). La verdad es que me daba un poco de cosa, yo, todo un rockero progresivo de barrio periférico en aquel nido de pijos, pero ¡que le íbamos a hacer!, quería aprender a nadar (y sobre todo sin perecer en el intento). Allí me acogió un monitor muy joven (yo diría que era casi de mi edad) y que tambien llevaba melena (lo que me tranquilizó bastante) y que muy pronto se dió cuenta de que tenía más miedo que verguenza y me llevó directamente a la piscina infantil (donde era dificil ahogarse ya que no cubría más allá de las rodillas por ninguna parte). Por supuesto, este pequeño detalle no lo mencioné jamás a los colegas y conocidos. Con mucha paciencia decidió que era mejor enseñarme primero a nadar de espaldas, porque se flota mejor y no se ve el agua (sino el techo de la piscina), con lo que el acojone disminuye un poco. Y allí estaba yo, con el agua al cuello intentando nadar de espaldas, lo que finalmente conseguí al cabo de unos quince días de clase (a una media de tres por semana).

¡Sabía nadar!, ¡ya sabía nadar!, aunque fuera solo de espaldas y con un estilo horroroso. Me sentí bastante feliz.

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