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¡Feliz año nuevo!

Cuando se es tan joven como lo éramos nosotros entonces, el paso de los años no te preocupa ni te inquieta, sino que más bién es motivo de jolgorío y de algarabía ( y de mucha coña). Si la Noche Buena y la Navidad nos solían poner tristes, o al menos un tanto taciturnos, Noche Vieja era otra cosa. Tenía desde el principio un aire de fiesta y de cosa prohibida (la primera vez que la celebré fuera de mi casa fue con quince años en el guateque que organizaban en casa de Pato) que solo se hace una vez al año. Como de poner el mundo al revés y todo patas arriba. (transgresión, se llama, que lo he mirado en el diccionario). Sin duda, nos parecía por ello la noche más especial de todas y era para compartirla con l@s amig@s. Después de cenar (cada uno en su casa solía ser lo más habitual) quedábamos en encontrarnos, tras las campanadas, en la farola que había en el cruce de Donostiarra (que si, que ya se que ya lo he contado, hace doce meses para más señas, pero es que lo hacíamos todos los años, oyes) y luego, pues el plan que hubiera.


¡Fin de año del 74!. Una cosa era segura, ya no disponíamos de la discoteca de nuestro antiguo colegio. Si no recuerdo mal, el fin de año anterior lo celebramos en casa de Carmelo, las dos baskas, la de sus amigos y los MOH y alguno de los nuestros, en plan más bien tranqui, escuchando musikeli y cosas de esas. Asi que este año, ¡no tengo ni puñetera idea de donde fuinos a pasar la noche! (que cosas, ¿eh?), que no me acuerdo bien, ni mal, que no me acuerdo y ya está. Si que recuerdo una Noche Vieja en casa de los padres de Juan, que no estaban claro (que si llegan a estar habría sido otra cosa, o sencillamente no habría sido allí), nosotros y sus amigos de la Uni, que Emeterio estaba en la mili y se escapó el tío para poder estar con nosotros (vestido de militroncho y todo), pero se me antoja que fue después, otro fin de año (Eme, tronco, si andas por ahí me podías echar un cable con lo de las fechas). Otra cosa es también segura, nunca fuimos (al menos que yo me acuerde) a la Puerta del Sol con todo el gentío en plan borrachuzo, que lo de las grandes multitudes solo nos molaba en los conciertos (y a veces ni eso). Pero aquella noche no se que hicimos.

Lo que si sé es como lo voy a a pasar este año. Me quedaré en casita, tranquilito, y despues de cenar y encender la chimenea aunque no haga frío (que una vez tuvimos que abrir la ventana y todo que un poco más y terminamos en gallumbos de la calorina que se había montado) veremos alguna película antigua mi tronca y yo, mientras recuerdo a los viejos amigos y amigas con los que lo pasamos tan bien duarente aquellos ya lejanos años. Como siempre, me entrará la tentación de llamar a alguno de ellos para desarle un feliz año nuevo, pero luego desistiré ante el temor de ponerme en plan moña. Luego me acostaré no muy tarde (para ser esa noche, que yo casi siempre me acuesto tarde, noctambulo que es uno) y un poco beodo. Un fin de año tranquilito y lleno de recuerdos agradables (ya llevo algunos cuantos así) me parece ahora un plan estupendo, que ya bebí suficiente garrafón, hice el payaso hasta las tantas y me pille unas tajadas de espanto (con sus correspondientes resacones por cuenta de la casa) cuando tocaba. Y me da en la nariz que ahora ya no toca más de lo mismo.

Pues eso, ¡Muy feliz Año Nuevo a tod@s! (¡ah!, y no pienso volver por aquí hasta el año que viene).

Noche mágica y estrellada (y II)

Después de estar a punto de palmarla de congelación mientras flipábamos de lo lindo con las estrellas de colorines, nos fuimos a sentarnos junto a la estufa de leña por aquello de entrar en calor. Al poco rato ya se nos había pasado el biruji y estábamos tan contentos. Alguién (Rulo o Guillermo, que no me acuerdo ahora bien) trajo un par de naranjas de la cocina y nos las lanzó para que las cogiéramos. A modo de coña se las devolvimos y al instante estaba toda la habitación llena de cientos de naranjas que iban y venían de una mano a otra vertiginosamente y como por arte de magia. Así que también flipamos mogollón con aquello. ¿Estaría aquella casa encantada?. Luego, de repente, todo volvió a la normalidad y nos comimos nuestras naranjas tan ricamente. Encerder un cigarro empezaba al volverse una tarea complicada y no digamos lo de liarse uno.

Pensamos que era el momento de ponerse a escuchar musikeli en el loro que habíamos traído mientras hacíamos tiempo hasta que amaneciara. Porque queríamos ver el amanecer. Ver las estrellitas del cielo nocturno en el campito y verse un amanecer con todos los ruidos de los bichos despertándose eran cosas que nos molaban mogollón y que, básicamente, eran el objetivo de aquella escapada invernal. La cosa es que no amanecía nunca y empezamos a preguntarnos cada vez más perplejos que es lo que estaba pasando. Por muy raro que parezca ninguno llevabamos peluco así que tampoco podíamos saber que hora era. Pero debía de ser ya muy tarde y seguro que tenía que haber amanecido hacía rato, sin embargo la noche continuaba tan oscura como antes. Empezamos a intranquilizarnos pensando que tal vez el sol no volvería a salir jamás y que nos tocaba vivir una noche eterna.

Como no había forma de saber lo que estaba pasando nos fuimos a la piltra a descansar un rato y allí, despues de unos sueños de lo más extraño, nos pilló la primera y tenue luz de la mañana. ¡Estaba amaneciendo por fín!, o sea que no había ocurrido ningún cataclismo cósmico sino que el tiempo se había dilatado insospechadamente. Luego caímos en la cuenta que teníamos una radio y que podíamos haberla puesto para enterarnos de la hora. pero no se nos había ocurrido. ¡Que cosas!. Dimos un paseo alrededor de la casa y nos embriagamos con los olores de la montaña. Desayunamos. Mucho más tranquilos, descansados y despejados empezamos a recogerlo todo y a prepararnos para el viaje de vuelta al barrio. Había sido una sola noche pero la experiencia había merecido la pena. Una larga noche mágica y estrellada de la que nunca podremos olvidarnos.

Una cancioncilla navideña

Con esta canción de Navidad de Jethro Tull queremos desearos a todos muy felices fiestas. Y no puede faltar un recuerdo emocionado para Quique que nos dejó hace seis meses. ¿La letra?, bueno es un poco peculiar (si, ya sabemos que está en inglés, ¿que no la entiendes?, ¡anda!, ¡ni nosotros!, pero nos la ha soplado un amiguete), típico de ellos, pero tampoco está mal una visión alternativa de la Navidad, ¡no?. Pues eso, felices fiestas a todos nuestros lectores y amigos y el que no quiera celebrar la Navidad pues puede celabrar el Solsticio de invierno, como hacían antiguamente (la cosa es celebrar algo, oyes).



Y para estos últimos (los que prefieren celebrar el Solsticio de invierno, que seguro que hay unos cuantos) va dedicado este vídeo que se llama precisamente "Ring Out Those Soltice Bells"



Sea como sea, ¡felices fiestas a tod@s!

Noche mágica y estrellada (I)

Aquel fin de semana, Rulo, Gullermo y mi menda lerenda nos fuimos a pasarlo tan campantes a la casa que la madre de Rulo tenía en Mijares, un pueblecito de la Sierra de Gredos. (lo que no recuerdo es si su madre lo sabía o no). Así que nos pillamos el autocar o guagua (que era el único medio de transporte disponible) y una botella de vino tinto y un loro (entonces aún no se llamaban así) para entretener el viaje que duraba un güevo (y parte del otro). Allí estábamos, embarcados rumbo a la aventura. Habíamos salido temprano despues de comer y cuando por fin llegamos se estaba haciendo de noche, claro que estábamos en invierno que ya se sabe que se hace de noche antes. Así que cuando empezamos a subir la cuesta para llegar a la casa, después de un viaje de más de dos horas en el que unas chavalas nos estuvieron vacilando un poco (pero nosostros impasibles, como si nada, que a pazguatos no nos ganaba nadie), que nos parecía mogollón de empinada y mogollón de larga, ya iba quedando muy poquita luz.


Nada más llegar y después de coger algo de leña en el cobertizo (que se me antojaba un tanto gaudiesco, por aquello de las paredes curvas y tal) para la estufa de hierro que había en medio de la habitación principal, me sentí repentínamente chungo, con ganas de potar y todo, así que me fuí al baño y poté a gusto (uds. perdonen, pero lo exige la fidelidad al relato) y me llevé un susto de muerte al ver que había potado algo liquido y de color rojo oscuro. Salí corriendo y profiriendo vaguedades entrecortadas acerca de que había vomitado sangre y debía estar muy, muy malito. La carcajada de Rulo y la siguiente sagaz observación me tranquilizó bastante: "¡lo que has potado es el vino, tronco, que te ha sentado mal!". ¡Uf!, que alivio, así que era eso, bueno, eso estaba mejor, yo ya casi pensaba que me iba casi a morir apenas iniciado nuestro fín de semana serrano. Ya relajado y en plana posesión de mis facultades mentales (o casi) enpezamos a acomodarnos.

Decidimos entonces salir a dar una vuelta fuera, a pesar de que hacía un biruji que te cagas, por aquello de ver las estrellas (que siempre nos han gustado los cielos estrellados, oyes, y en Madrid no había mucha oportunidad de verlos). Y allí estábamos los tres, como tres pasmarotes bien embelesados contemplando el firmamento nocturno que en aquella despejada y fría noche de invierno tenía un aspecto inusual. Las estrellas brillaban con un fulgor casi mágico (o eso nos parecía a nosotros) y cada una tenía un color bien distinto. ¡Cientos de estrellas con cientos de colores y tonalidades!. Y parecáin increíblemente cercanas, como si pudiéramos cojerlas alargando la mano. Estábamos flipando de lo lindo, nunca habíamos visto así un cielo nocturno estrellado, ¡si resulta que eran de colores!, de unos colores vivos y brillantes como si se trataran de piedras preciosas colgadas de la bóveda celeste esa. Permanecimos así un buen rato, hasta que, al final, nos dimos cuenta de que estábamos empezando a congelarnos (lo de no sentir los pies fue la señal definitiva).

(Continuara... )

No está tan mal (para unos carrozones)

¡Quien nos lo hubiera dicho!. Si alguién nos asegura cuando empezamos esta aventura ciberespacial que íbamos a conseguir en menos de un año más de mil seguidores (o fans, que es como se dice en pikinglis) habríamos pensado que se le iba un puñao la olla y que necesitaba urgente atención de un loquero. ¡Venga ya!, ¿de que vas?, ¿no ves que no nos conoce ni dios y se nos pasó el arroz (musicalmente hablando, bueno el otro tambien, ¡ejem!, ahora que caigo) hace un porrón de años. ¿A quién carajo le va a interesar la música y las historietas de un grupo de rock progresivo de barrio periférico madrileno de los años setenta?. Asi que si empezamos con esta matraca fue sobre todo por darnos el gusto de estar en la red y de paso a ver que pasaba con los viejos amigos y amigas (que sabemos que estáis ahí, que nos lo ha dicho un pajarito, aunque no os hagáis notar de puro discreto o que os habéis vuelto más cortados que las mangas de un chaleco).

Pues resulta que no llevamos ni un año apuntados en MySpace y en ReverbNation (y en el Face Book ese también) y en total sumamos más de mil seguidores (y de todas las partes del mundo, oiga). Que si hubiéramos tenido en Madrid por aquella época mil fans, o la mitad, habríamos partido la pana, que incondicionales teníamos, pero sumando conocidos, amiguetes y amigos de toda la vida no debían llegar a cuarenta. Lo que no quiere decir que no nos escuchara más gente, sobre todo al principio y luego, al final, antes del parón que supuso la mili de Salva y una vez que por fín conseguimos otro local para ensayar y tirarnos el rollo. ¡Que sí!, que ya se que mil seguidores no es nada para una banda de rock que se precie (o que se desprecie que en esto nunca se sabe), pero es que se trata de unos carrozones que tocaban hace más de treinta años (algunos más, sin ir más lejos). Y la cosa va subiendo, lentamente, pero va subiendo, por lo que no descartamos de ninguna de las maneras llegar al millón cuando estemos en el geriátrico. ¡Todo un record!, oyes, una panda de viejales con un millón de fans. Asi ¿que la peña no está loca, eh?.

P.D. El dibujo es de un chavalote que se hace llamar Malaimagen y que hace cosas así de guapas.

Cuando el grajo vuela bajo...

...hace un frio del carajo. Pues si, oyes, que la sabiduría popular es muy sabia (por eso se llama "sabiduría") y aunque por Madrid no es que se vieran muchos grajos, de verse irían volando bajo los pobres bichos porque ya hacía un frío del carajo (bendito). Cosas de vivir en la puñetera meseta, como ya hemos explicado. Así que nada, a refugiarse en un bareto, si es que había pasta, o a pasar frío por la calle que por aquel entonces no había ni "plumas" ni la ropa esa tan dabuti para no pasar frio que hoy se estila. Ni termodactil ni nada. A pasar frio se ha dicho con las trenquillas o los abrigos de paño (estos eran más calantitos pero menos rockeros) o alguna chupa de pana o sintética de esas que dejaban pasar todo el biruji. Así que a ponerse camiseta y dos o tres jerseises, fufanda, calcetines gordos y guantes (fundamental, que se te quedaban las manos que no sentías los dedos) o a quedarse en casita para no congelarse.


La verdad es que preferíamos congelarnos a quedarnos en casita, salvo que la casita fuera la de Rulo y estuviera disponible. En ese caso, terciaba un acople de los guapos y ¡ale!, a escuchar música tan calentitos. Si no, paseitos por la calle hasta que aguantara el cuerpo, que lo de sentase en el parque o en la plazoleta ya no era cosa por aquello de que con los dedos tiesos de frio nompodías tocar la guitarra y lo que si podías es pillar un trancazo de no te menees (que más de uno hemos cogido tan ricamente en similares trances). O a acoplarse en algún portal, el de Salva era el preferido, para echar un truja (y lo que se tercie, si es que se terciaba algo) al abrigo del relente. O meternos un rato en el coche de alguien bien aparcaditos para no gastar gasofa pero que tambiñen solían estar congelados y no era plan. En fín, ¡maravilloso!, ¡dabuti!, ¡que viva el invierno y el frio y la madre que los parió!, que nosotros eramos más de clima templado, pero ¡que le íbamos a hacer! cuando el grajo enpezaba a volar bajo. Pues eso.

Nada, que estamos vagueras

Pues si, estamos algo vagos últimamente, y además tenemos mogollón de curro, así que además de vagos estamos rilaos del to (lo cual es una excusa muy maja para vaguear). Que tampoco nos preocupa mucho, oyes, que eso de la fama de vagos siempre la hemos tenido los rockeros, que siempre se ha dicho que somos unos vagos, unos guarros y unos degenerados (y algunos añadían "maricones"). Ya ves tú, que no hemos currado en la vida como cuando había que prepararse un concierto y encima teníamos que cargar con los cachivaches del equipo y montarlo y desmontarlo, y que aunque nos ayudaban algunos amiguetes, pues había que currar de lo lindo, que es lo que tiene ser rockero de barrio periferico sin un duro y todo eso. Así que de vagos, ná, que bien que nos lo hemos sudao porque no quedaba más remedio y si querías tocar pues ya sabías lo que te tocaba.

Lo de guarros también es un infundio de lo más chungo (y además es mentira) que aunque lleváramos las greñas desordenadas, el personal iba bien limpito y se cambiaba de gallumbos y de camisa a diario (o casi) y, sobre todo, no olía a nada raro, que no se puede decir lo mismo de algun@s que iban en el metro, que un día me tuve que bajar en mitad del trayecto del pestazo que había en el vagón que me estaba poniendo malo y todo. Que había gente que le tenía más miedo al agua que al mismísimo Belcebú ese (si, el tipo ese de los cuernos y el rabo y el pijama rojo, que a nosotros nos caía, el pobre, hasta simpático). Que también le teníamos yuyo al agua, pero solo a la que se bebía, que para que vas a beber agua cuando la birra está tan rica, pero a lavarnos todos los días no le hacíamos ningún asco (y nunca mejor dicho) que eso de ir todo pringoso nunca ha sido cosa de rockeros sino de otros oficios que no voy a mentar para que no se mosquee nadie.

Y de degenerados, pues ¡que ya quisiéramos!, que no era tan facil degenerarse en el muermo y la birria de país que era este por más empeño que le pusiéramos, que esto no era Francia, ni Inglaterra ni Suecia, que allí si que se habían degenraado a gusto y a sus anchas, que no había más que ver lo lustrosos que andaban poe ahí y lo felices que se les veía, que por lo que se ve el degenerarse debía de ser una cosa muy buena y que sienta muy bien a la salud, que por eso estaba prohibida y no les gustaba al clero. Que la experiencia nos había enseñado que lo que no les gustaba al clero solía ser casi siempre algo guapo y divertido y no hacía falta tampoco ser un lince para darse cuenta. Pero que por más que queríamos degenerarnos no había manera. Pues eso, que ni vagos, ni guarros, ni degenerados (esto último por falta de ocasión más que nada, que aquí la cosa estaba muy malita para degenerarse).

Bueno, pues hasta otra, que andamos en plan vagueras (aunque no se haya notado mucho)

Y llegó (otra vez) diciembre

Pues si, como si no quisiera la cosa, había llegado otra vez el mes de diciembre y con él el frío y el no poder estar en el parque tocando la guitarrita y tener que buscarse la vida para pasar las tardes y noches del fín de semana calentito (que con congelarse unas cuantas noches por semana ya era suficiente). Por aquella época Quique se había ido a vivir a casa de Carmelo y Delia, en el barrio de Lavapies, uno de los barrios más castizos de Madrid, sino el que más, con buenas tascas y garitos y con el cine Olimpia en la plaza del mismo nombre (por cierto que el barrio, según se cuenta tenía un origén judío y la fuente en la plaza era para que se lavaran los pinrreles aquellos que no lo eran y así poder entrar en el mismo, ¡que cosas!, ¿eh?). Y allí, que quedaba cerca de Atocha y de la Cuesta de Moyano, otros dos de nuestros referentes en la geografía de los madriles, junto con El Retiro o El Rastro, a casa de Carmelo solíamos ir algún viernes o sábado por la noche y nos entreteníamos jugando el speedy, que es un juego de cartas de origen mexicano (según creo) que es una auténtica locura y mogollón de divertido.


Lo bueno de diciembre eran las vacaciones que pillabamos los que estábamos estudiando (o los que hacían que estudiaban, que de todo había en la baska, aunque yo ya me había puesto las pilas, si bien tambien me había fumado, y nunca mejor dicho, un buen puñao de clases los dos pirmeros años en la uni) y lo jodido (huy, ¡perdón!, se me ha escapao) buscar un sitio chachi o dabuti (que viene a ser los mismo) para pasar las fiestas, esto es para salir (de casa) después de la cena de Nochebuena y la de Año Viejo. Y la cosa estaba jodida (¡anda!, se me ha vuelto a escapar otra vez) que a nosotros el rollo que más nos iba era el de juntarnos en la keli de algún amiguete a escuchar música y bacilar pero en plan tranqui, que los follones navidelos con los locales a rebosar de peña y la bebida de garrafón no nos tentaban mucho. Pero la oferta no era muy abundante que digamos y había que estar al loro a ver en donde nos podíamos apalancar. Bueno, pues ahí que había llegado, como si no quisiera la cosa, otra vez el mes de diciembre, que era proclive a que nos pusiéramos un punto nostálgicos y hasta místicos.

Colours of Fall

Pues si, nos gustaba el otoño. ¿Que pasa?. Es muy sencillo. En la ciudad donde vivíamos (o sea en Madrid) el verano y el invierno resultan insoportables. El verano poque es una torradera, vamos que hace un calor de espanto, una solanera asesina, que por eso Madrid, en el fondo, no es más que un poblachón manchego venido a más (a capital, sin ir más lejos, que no se sabe muy bien que es lo que vieron los próceres aquellos en semejante lugar para convertirlo en capital del reino de las Españas, a no ser que se estubieran cachondeando, que es una posibilidad, aunque bien pensado a lo mejor solo querían tocar un poco los güevos, que ya se sabe como eran los monarcas por aquel tiempo). Y el invierno porque hace un frio que te cagas, que es una pasada la rasca que corre. Que por eso se dice que tiene un clima extremo (aunque más bien habría que llamarlo exterminador), o te asas o te congelas, menos en el otoño. ¿La primavera?. Sencillamente no existe. No aquí, en los madriles. Que un día te estas congelando y al día siguiente estás sudando como un gorrino (y eso que los gorrinos no sudan ¿lo sabías?. El otoño, en cambio, aunque breve, es la única temporada del año templada, que no tienes que ir forrado de ropa como un esquimal, ni en camiseta y gallumbos por la calle (que aún así, te sobran en plena canícula madrileña).



Pero además el otoño tiene otras cosas guapas. Los colores, por ejemplo. ¿Que qué colores?. Pues los de las plantas y los árboles, oyes, ¿cuales van a ser?, que aunque vivíamos en un barrio periférico de gran ciudad desarrollista (esto ha quedado bién ¿eh?), teníamos dos parques muy dabuti y las calles eran amplias y llenas de árboles y setos con sus plantitas, que solo se sabía que era un barrio periférico porque estaba a tomar por c... del centro y porque las casas eran una mierda (dos sutiles detalles que bastaban, sin embargo, para indentificarlo al momento). Bueno, volviendo a los colores, era un disfrute, para unos amantes de la psicodelia como éramos nosotros, la combinacion de verdes, ocres, tonos rojizos y demás que podían verse en otoño sin salir del barrio. Y las hojas por el suelo, se nos antojaba que le daban un toque de cuento céltico que evocaba un paisaje de duendes, trasgos y demás criaturas que pueblan los oscuros bosques del norte (la verdad es que nunca habíamos estado en ninguno, pero imaginación no nos faltaba). Que parecía la foto interior de la carpeta del "Trilogy", al álbum de Emerson, Lake & Palmer que hizo las delicias de nuestros orejos tantas tardes en casa de Rulo. Y si te ibas al Retiro o al parque de la Fuente del Berro (que caía más cerca) podías flipar con todo esto de lo lindo. ¡En fín!, cosas que tiene el ser espíritus sensibles... Y además en otoño nacen las setas. Pues lo dicho.

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