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Cuento (o casi) de Navidad

Es Navidad. Bueno, en realidad es Nochebuena, pero para Charlie ya es Navidad. Es Navidad desde dos dias antes, cuando daban las vacaciones en el colegio desde que era un chaval. Pero Charlie ya no es ningún chaval. Este año que termina en apenas una semana ha cumplido los veinte y se siente entre perplejo, feliz y abrumado. Bueno, no todo a la vez. Más bien lo va simultaneando (¿Quien demonios habrá inventado este palabro?). Un poco cada vez. Ahora se dirige a casa a cenar. Hace frío. La cena de Nochebuena, aunque para él es la cena de Navidad. El y la vieja, una mujer tozuda que lo sacó adelante contra viento y marea, y aunque tiene su punto inaguantable a veces, le gustan los Beatles y eso es más que un puntazo. Nunca se metió con los pelos de Charlie, no como las madres de sus amigos, ni con su mania de ser un músico de rock, aunque eso sí, queria que estudiara una buena carrera, arquitecto, a ser posible, pero Charlie se decidió finalmente por la Historia. ¿Vocación?. No, era la facultad donde más tías había.

Ambiente recogido. Es una de las pocas veces que comen (mejor dicho, cenan) juntos. Sus horarios no son muy parejos. Ella, la vieja,  es profesora de inglés en un colegio y Charlie se pasa el día en la universidad (bueno, eso es mucho decir) o por ahí con los amigos. Pero esta cena es sagrada, Aunque ninguno de los dos están muy seguros de que significa "sagrado".  Nunca le obligó a ir a misa o la iglesia, ella misma no iba jamás, y si bien lo llevó a estudiar a un colegio de curas en casa no había ningún símbolo de ninguna religión. Ni cristos ni estampitas de la virgen o de santos, ni nada. Y creció libre y sin miedos. A lo que íbamos. Mesa redonda (la de siempre, no hay otra). Mantel especial de los días de fiesta (que son pocos). Es la cena de Navidad (bueno, Nochebuena, pero ellos ya lo llaman Navidad). Esparrágos con mahonesa y carabineros (el marisco, no la policia italiana), también con mahonesa. Un año tras otro. Un ritual. Y un festín. Y en la pared del cuarto, la ausencia de la rama de abeto que solían adornar con bolas de colores cuando era un niño. Pero Charlie ya no es un niño.

Un poco de música de fondo. Música de Navidad. El "Noel" de Joan Baez en el tocadiscos estero recién estrenado del salón de la casa. Villancicos nórdicos. Alemanes, anglosajones, franceses y hasta uno catalán. Pero nada del chunda chunda de los peces en el río. El chunda chunda para su padre. Ese padre que nunca estuvo. Debe ser esa gotita de sangre germana que, aunque nacido en Chamberí (barrio más catizo imposible), corre por sus venas. Y de postre mazapán. Riquísimo mazapán y turrón de coco y de frutas. Un beso y un ¡hasta luego, mama!, ¡feliz Navidad!, y Charlie sale a la fría noche para encontrase con sus amigos. Unas vueltas por el barrio. Si hay alguna casa disponible (porque no estén los viejos) se refugian en ella para escuchar algo de música. Pink Floyd o Jethro Tull. Tambien Emerson, Lake & Palmer Todo está envuelto en una neblina como de cuento. De cuento de Navidad. Aunque puede que sean imaginaciones suyas. Charlie y sus amigos (y es chica que le gusta y a la que no se atreve a decirle nada), y la música, que desde entonces lo acompañará siempre.

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