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Otro diciembre más

Pues si, otro diciembre más, con sus fríos y sus vacaciones de navidad y sin el tirano, aunque eso, después de la descomunal resaca de celebraciones, no se notaba mucho. Mejor dicho, no se notaba nada. Al fín y al cabo "todo estaba atado y bien atado", como el mismo tirano bajito y siniestro había asegurado en muchas ocasiones (con su voz melíflua y aflautada) y aunque el discurso del recién coronado monarca de las españas (que vi en la tele de casa de Salva con él y su madre, que en mi casa no había parato de esos), nombrado por el mismo tirano, no lo olvidemos, insinuaba algunos cambios futuros, muchos no nos fiábamos ni un pelo y sabíamos que no nos iban a regalar nada, y menos las libertades. Y los "grises" seguían ahi, al igual que los fachas, y los soplones (que todos sabíamos quienes eran, igual en el barrio que en la universidad, que muy profesionales no es que fueran los tipos y se les olía a distancia) y nada parecia haber cambiado, porque no había cambiado nada.

Y mientras, me había vuelto a quedar colgado, en secreto claro está, para no perder la costumbre añeja (o sea que tenía ya muchos años la dichosa costumbre), de una compañera de clase, una chica normal, y no como las pijas que se sentaban en el banco de delante, aunque una de ellas terminó con el tiempo siendo buena amiga y prefería venirse de cachondeo con los "rojos" y los "acratosos", que éramos, todo hay que decirlo, unos cuantos, lo que dice mucho en favor de su intelgencia, y eso que la tomábamos el pelo a menudo. Por supuesto ella (la "pija" amiga nuestra no, lo otra, de la que me había quedado colgado) y como venía siendo habitual, ni se había coscado de nada ni me hacía el menor caso, o mejor dicho, sí, me trataba igual que al resto de los compañeros que salíamos juntos (y yo me desesperaba en silencio, que es una cosa de lo más tonta). ¡Que le vamos a hacer!, ya estaba uno muy acostumbrado a semejantes padecimientos y lo de la timidez enfermiza parecía no tener arreglo. Solo que ahora ya no me daba, como años atrás, por componer canciones desesperadas.

Y paseos con los amigos, a pesar del frío, y alguna caña en algún bareto del barrio, y a estudiar como un mamón, que llegaban los exámenes y había que ponerse las pilas (aunque ya le había ido cogiendo el tranquillo y no me costaba tanto como al principio). Y a esperar el nuevo año, que se adivinaba movidito, y a que pasara el invierno y llegara el buen tiempo de nuevo, que el frio es chungo e insolidario y si eres joven y no tienes un duro lo llevas pero que muy crudo. Y mientras la música seguía ahí, formando parte constante de nuestras vidas y no habíamos perdido la esperanza de volver a tocar algún día.

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