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Final de curso

Habia llegado por fin el final de curso. Y había tardado lo suyo, que cuando se es jovenzuelo el tiempo aún no pasa deprisa, sino de forma pausada. Habían pasado ya los exámenes, otros exámenes más, y ¡sorpresa! no solo había aprobado todas las asignaturas sino que hasta habia sacado algún notable y algún sobresaliente que otro. ¡Que cosas!, ¿me estaba convirtiendo en un empollón?, tipos que siempre me habían caido gordos..., pero la verdad es que estaba bastante tranquilo y bastante seguro no haberme convertido en un tipejo de esos. Bueno había estudiado mucho los meses de los exámenes, hasta el punto de recluirme en casa con la consigna dada de que no me llamase nadie para salir por ahí, ir al cine o montarse una juega (cosa que por supuesto no respetó absolutamente nadie, pero yo me mantuve en mis trece la mayoría de las ocasiones). Y habían sido dos meses en total de todo el curso, así que de empollón nada de nada. El resto me lo había pasado bastante bien con los amigos del barrio y los nuevos amigos de la uni. Ahora llegaban las vacaciones de verano y era hora de divertirse de lo lindo. Aquel verano me lo quería pasar en grande.



Y la cosa prometía. Para empezar Salva nos había invitado a pasar unos días en la casa que teníen en sus huertas y sus naranjos de Picassent. Y Emeterio estaba empeñado en que fuéramos también a su pueblo. Así que de momento ya se avistaban dos buenas oportunidades de pirarnos al campiri, que como ya hemos explicado antes (usa el buscador si no te acuerdas donde), nos molaba mogollón, como buenos jipis de barrio periférico que estábamos hechos. ¡El campiri!, ¡ah!, a flipar con la naturaleza esa y a olvidarnos de los agobios y los ruidos de la gran ciudad. ¡El campiri!, para estar a tu aire todo el día, con un par de guitarritas, eso sí, y pasarlo cojonudamente. Levantarse temprano par ver los amaneceres y oir el despertar de todos los innumerables bichos y esperar a la puesta de sol para flipar de lo lindo con los colores del cielo. Y las noches claras y estrelladas, y las florecitas.. ¡Una gozada!, oyes. Solo que aquel verano había de depararnos otras muchas sorpresas más. Pero bueno, cada cosa a su momento.

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