English French German Italian Dutch Russian Portuguese Japanese Korean Arabic Chinese Simplified
this widget by www.AllBlogTools.com

Una casa en la calle Calvario

Por aquel invierno a Guillermo, que era mayor que nosotros (entiéndase, no es que fuera un tarra el tío, simplemente nos llevaba unos años, sobre todo a mi, que era de los más jóvenes) le dió por irse de casa de sus padres a vivir por su cuenta y a su bola, y fue y se pilló una casa alquilada en la calle Calvario, en pleno Madrid antiguo y castizo. La casa en cuestión era tan vieja que debían estar construyéndola cuando la invasión napoleónica o por ahí cerca, desde luego no era de este siglo y cuando digo siglo me refiero al pasado, que es cuando se desarrolla esta historia. O sea que no era del siglo XX y aún era dudoso que fuera del XIX. El "apartamento" de soltero que se había pillao Guillermo, estaba en el último piso, el cuarto creo que era, y la casa, por supuesto no tenía ascensor ni había forma de poner uno, por más que se le diera vueltas al aaunto. Sencillamente no cabía. Así que a pata hasta llegar arriba. No es que fuera mucho, pero si tenemos en cuenta que la calle hacía una pronunciada cuesta (de donde debieron ponerle el nombre, me imagino), cuando llamabas al timbre (y ya es raro que en su lugar no hubiera una aldaba) ya estabas con el bofe fuera.

Tras pasar la puerta te encontrabas en un cuchitril que convertía nuestros modestos pisos de barrio de la periferia en viviendas de semi-lujo. A la derecha una minúscula cocina, tan pequeña que para batir los huevos de una tortilla había que salirse al pasillo. Este era corto y estrecho y desembocaba en un cuartucho que hacía las veces de sala de estar, comedor y demás por lo que su uso era más que polivalente. Allí normalmente nos aplastábamos literalmente en un viejo sofá a escuchar musikeli. Al fondo, otro cuartucho aún más pequeño servía de dormitorio. Las ventanas daban todas a un patio interior, así que luz no es que hubiera mucha (lo que por otra parte nos traía al fresco), a pesar de ser el último piso, ya que su tamaño estaba en consonacia con el resto del inmueble. Un último tramo de escalera permitía, eso sí, subir a una minúscula azotea desde la que se divisaba el bohemio paisaje de los tejados del Madrid viejo (alguna ventaja tendría que tener semejante sitio). El alquiler era barato, por otra parte, y Gullermo se encontraba tan agusto que cualquiera le decía nada. Así que más de una tarde subimos la cuesta de la calle y los interminables tramos de escalera para pasar un rato juntos.

No hay comentarios:

¡Compártelo!