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Un verano entre huertos... (Terminando)

Vamos a ir terminando este relato del verano del 75, que si nos seguimos enrollando (que somos muy dados a enrollarnos, no os vayáis a creer) nos podemos tirar meses con el asunto y tampoco se trata de eso. Resumiendo que es gerundio (la verdad es que nunca hemos terminado de entender esta expresión, pues claro que es gerundio, y ¿que?, ¿a quién demonios le importa si es gerundio o pasado pluscuamperfecto, que infinitivo desde luego no es): hubo de todo y para todos los gustos. Un día, por ejemplo, nos fuimos bien pertrechados de sendos cubos de metal a las viñas de la familia de Salva que caían por allí cerca. Cuando llegamos, los llenamos de uvas recien recogiditas (por nosotros) de sus cepas y nos las zampaños tan ricamente, ¡los dos cubos! (bueno, los cubos no, las uvas que iban dentro). Resultado: estaban buenísimas, pero pillamos una cagalera de espanto. Otro día, despues de llegar al pueblo tras andar un buen trecho a buen ritmo, nos fuimos de cabeza a la horchatería del lugar y nos pimplamos tan ricamente un litro de horchata helada cada uno. Es que hacía mucho calor y sudábamos como posesos. Resultado: otra cagalera de espanto y menos mal que no le dio por cortársenos la digestión (cosa improbable por otra parte ya que no habíamos zampado nada antes). ¡Y van dos cagaleras!. Tranquilos que no hay más.

Una noche se desató una tormenta de verano de esas que hacen época y estuvo lloviendo en plan furioso un rato bien largo, como si se tratara del mismísimo Diluvio Universal ese. Ya estábamos pensando construir un arca cuando por fin escampó, así que salimos de la casa (que nos había servido de refugio ante el furor de los elemtos desatados) bien pertechados de nuestras linternas y de los cubos de marras a pillar caracoles. ¡Los había a millares!, así que llenamos los cubos y al día siguiente nos fuimos con ellos (de nuevo un buen trecho a buen paso, que caminatas nos dimos unas cuantas aquel verano) para llevárselos a la madre de Salva, que por lo visto, según nos había dicho (Salva) los preparaba de forma exquisita. Pero llegaron todos medio muertos (los caracoles) y espachurrados (los caracoles también) así que la buena mujer decidió que era mejor tirarlos que otra cosa. Y así, con estas singulares ocupaciones, se fueron pasando los días, tocando también la guitarrita y escuchando musikeli, hasta que llegó el momento de volver para el barrio. ¡Se acabó lo que se daba!. Lo habíamos pasado dabuti, pero el verano (aquel verano que nunca olvidaremos entre huertos, viñedos y naranjos) llegaba a su fin (íbamos a poner "término", pero nos pareció muy de pijos) y había que volver a ocuparse en las cosas que nos tenían ocupados el resto del año. Pero eso ya lo iremos contando según toque.

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