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Colours of Fall

Pues si, nos gustaba el otoño. ¿Que pasa?. Es muy sencillo. En la ciudad donde vivíamos (o sea en Madrid) el verano y el invierno resultan insoportables. El verano poque es una torradera, vamos que hace un calor de espanto, una solanera asesina, que por eso Madrid, en el fondo, no es más que un poblachón manchego venido a más (a capital, sin ir más lejos, que no se sabe muy bien que es lo que vieron los próceres aquellos en semejante lugar para convertirlo en capital del reino de las Españas, a no ser que se estubieran cachondeando, que es una posibilidad, aunque bien pensado a lo mejor solo querían tocar un poco los güevos, que ya se sabe como eran los monarcas por aquel tiempo). Y el invierno porque hace un frio que te cagas, que es una pasada la rasca que corre. Que por eso se dice que tiene un clima extremo (aunque más bien habría que llamarlo exterminador), o te asas o te congelas, menos en el otoño. ¿La primavera?. Sencillamente no existe. No aquí, en los madriles. Que un día te estas congelando y al día siguiente estás sudando como un gorrino (y eso que los gorrinos no sudan ¿lo sabías?. El otoño, en cambio, aunque breve, es la única temporada del año templada, que no tienes que ir forrado de ropa como un esquimal, ni en camiseta y gallumbos por la calle (que aún así, te sobran en plena canícula madrileña).



Pero además el otoño tiene otras cosas guapas. Los colores, por ejemplo. ¿Que qué colores?. Pues los de las plantas y los árboles, oyes, ¿cuales van a ser?, que aunque vivíamos en un barrio periférico de gran ciudad desarrollista (esto ha quedado bién ¿eh?), teníamos dos parques muy dabuti y las calles eran amplias y llenas de árboles y setos con sus plantitas, que solo se sabía que era un barrio periférico porque estaba a tomar por c... del centro y porque las casas eran una mierda (dos sutiles detalles que bastaban, sin embargo, para indentificarlo al momento). Bueno, volviendo a los colores, era un disfrute, para unos amantes de la psicodelia como éramos nosotros, la combinacion de verdes, ocres, tonos rojizos y demás que podían verse en otoño sin salir del barrio. Y las hojas por el suelo, se nos antojaba que le daban un toque de cuento céltico que evocaba un paisaje de duendes, trasgos y demás criaturas que pueblan los oscuros bosques del norte (la verdad es que nunca habíamos estado en ninguno, pero imaginación no nos faltaba). Que parecía la foto interior de la carpeta del "Trilogy", al álbum de Emerson, Lake & Palmer que hizo las delicias de nuestros orejos tantas tardes en casa de Rulo. Y si te ibas al Retiro o al parque de la Fuente del Berro (que caía más cerca) podías flipar con todo esto de lo lindo. ¡En fín!, cosas que tiene el ser espíritus sensibles... Y además en otoño nacen las setas. Pues lo dicho.

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