English French German Italian Dutch Russian Portuguese Japanese Korean Arabic Chinese Simplified
this widget by www.AllBlogTools.com

Noche mágica y estrellada (I)

Aquel fin de semana, Rulo, Gullermo y mi menda lerenda nos fuimos a pasarlo tan campantes a la casa que la madre de Rulo tenía en Mijares, un pueblecito de la Sierra de Gredos. (lo que no recuerdo es si su madre lo sabía o no). Así que nos pillamos el autocar o guagua (que era el único medio de transporte disponible) y una botella de vino tinto y un loro (entonces aún no se llamaban así) para entretener el viaje que duraba un güevo (y parte del otro). Allí estábamos, embarcados rumbo a la aventura. Habíamos salido temprano despues de comer y cuando por fin llegamos se estaba haciendo de noche, claro que estábamos en invierno que ya se sabe que se hace de noche antes. Así que cuando empezamos a subir la cuesta para llegar a la casa, después de un viaje de más de dos horas en el que unas chavalas nos estuvieron vacilando un poco (pero nosostros impasibles, como si nada, que a pazguatos no nos ganaba nadie), que nos parecía mogollón de empinada y mogollón de larga, ya iba quedando muy poquita luz.


Nada más llegar y después de coger algo de leña en el cobertizo (que se me antojaba un tanto gaudiesco, por aquello de las paredes curvas y tal) para la estufa de hierro que había en medio de la habitación principal, me sentí repentínamente chungo, con ganas de potar y todo, así que me fuí al baño y poté a gusto (uds. perdonen, pero lo exige la fidelidad al relato) y me llevé un susto de muerte al ver que había potado algo liquido y de color rojo oscuro. Salí corriendo y profiriendo vaguedades entrecortadas acerca de que había vomitado sangre y debía estar muy, muy malito. La carcajada de Rulo y la siguiente sagaz observación me tranquilizó bastante: "¡lo que has potado es el vino, tronco, que te ha sentado mal!". ¡Uf!, que alivio, así que era eso, bueno, eso estaba mejor, yo ya casi pensaba que me iba casi a morir apenas iniciado nuestro fín de semana serrano. Ya relajado y en plana posesión de mis facultades mentales (o casi) enpezamos a acomodarnos.

Decidimos entonces salir a dar una vuelta fuera, a pesar de que hacía un biruji que te cagas, por aquello de ver las estrellas (que siempre nos han gustado los cielos estrellados, oyes, y en Madrid no había mucha oportunidad de verlos). Y allí estábamos los tres, como tres pasmarotes bien embelesados contemplando el firmamento nocturno que en aquella despejada y fría noche de invierno tenía un aspecto inusual. Las estrellas brillaban con un fulgor casi mágico (o eso nos parecía a nosotros) y cada una tenía un color bien distinto. ¡Cientos de estrellas con cientos de colores y tonalidades!. Y parecáin increíblemente cercanas, como si pudiéramos cojerlas alargando la mano. Estábamos flipando de lo lindo, nunca habíamos visto así un cielo nocturno estrellado, ¡si resulta que eran de colores!, de unos colores vivos y brillantes como si se trataran de piedras preciosas colgadas de la bóveda celeste esa. Permanecimos así un buen rato, hasta que, al final, nos dimos cuenta de que estábamos empezando a congelarnos (lo de no sentir los pies fue la señal definitiva).

(Continuara... )

No hay comentarios:

¡Compártelo!