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Noche mágica y estrellada (y II)

Después de estar a punto de palmarla de congelación mientras flipábamos de lo lindo con las estrellas de colorines, nos fuimos a sentarnos junto a la estufa de leña por aquello de entrar en calor. Al poco rato ya se nos había pasado el biruji y estábamos tan contentos. Alguién (Rulo o Guillermo, que no me acuerdo ahora bien) trajo un par de naranjas de la cocina y nos las lanzó para que las cogiéramos. A modo de coña se las devolvimos y al instante estaba toda la habitación llena de cientos de naranjas que iban y venían de una mano a otra vertiginosamente y como por arte de magia. Así que también flipamos mogollón con aquello. ¿Estaría aquella casa encantada?. Luego, de repente, todo volvió a la normalidad y nos comimos nuestras naranjas tan ricamente. Encerder un cigarro empezaba al volverse una tarea complicada y no digamos lo de liarse uno.

Pensamos que era el momento de ponerse a escuchar musikeli en el loro que habíamos traído mientras hacíamos tiempo hasta que amaneciara. Porque queríamos ver el amanecer. Ver las estrellitas del cielo nocturno en el campito y verse un amanecer con todos los ruidos de los bichos despertándose eran cosas que nos molaban mogollón y que, básicamente, eran el objetivo de aquella escapada invernal. La cosa es que no amanecía nunca y empezamos a preguntarnos cada vez más perplejos que es lo que estaba pasando. Por muy raro que parezca ninguno llevabamos peluco así que tampoco podíamos saber que hora era. Pero debía de ser ya muy tarde y seguro que tenía que haber amanecido hacía rato, sin embargo la noche continuaba tan oscura como antes. Empezamos a intranquilizarnos pensando que tal vez el sol no volvería a salir jamás y que nos tocaba vivir una noche eterna.

Como no había forma de saber lo que estaba pasando nos fuimos a la piltra a descansar un rato y allí, despues de unos sueños de lo más extraño, nos pilló la primera y tenue luz de la mañana. ¡Estaba amaneciendo por fín!, o sea que no había ocurrido ningún cataclismo cósmico sino que el tiempo se había dilatado insospechadamente. Luego caímos en la cuenta que teníamos una radio y que podíamos haberla puesto para enterarnos de la hora. pero no se nos había ocurrido. ¡Que cosas!. Dimos un paseo alrededor de la casa y nos embriagamos con los olores de la montaña. Desayunamos. Mucho más tranquilos, descansados y despejados empezamos a recogerlo todo y a prepararnos para el viaje de vuelta al barrio. Había sido una sola noche pero la experiencia había merecido la pena. Una larga noche mágica y estrellada de la que nunca podremos olvidarnos.

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