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Y llegó (otra vez) diciembre

Pues si, como si no quisiera la cosa, había llegado otra vez el mes de diciembre y con él el frío y el no poder estar en el parque tocando la guitarrita y tener que buscarse la vida para pasar las tardes y noches del fín de semana calentito (que con congelarse unas cuantas noches por semana ya era suficiente). Por aquella época Quique se había ido a vivir a casa de Carmelo y Delia, en el barrio de Lavapies, uno de los barrios más castizos de Madrid, sino el que más, con buenas tascas y garitos y con el cine Olimpia en la plaza del mismo nombre (por cierto que el barrio, según se cuenta tenía un origén judío y la fuente en la plaza era para que se lavaran los pinrreles aquellos que no lo eran y así poder entrar en el mismo, ¡que cosas!, ¿eh?). Y allí, que quedaba cerca de Atocha y de la Cuesta de Moyano, otros dos de nuestros referentes en la geografía de los madriles, junto con El Retiro o El Rastro, a casa de Carmelo solíamos ir algún viernes o sábado por la noche y nos entreteníamos jugando el speedy, que es un juego de cartas de origen mexicano (según creo) que es una auténtica locura y mogollón de divertido.


Lo bueno de diciembre eran las vacaciones que pillabamos los que estábamos estudiando (o los que hacían que estudiaban, que de todo había en la baska, aunque yo ya me había puesto las pilas, si bien tambien me había fumado, y nunca mejor dicho, un buen puñao de clases los dos pirmeros años en la uni) y lo jodido (huy, ¡perdón!, se me ha escapao) buscar un sitio chachi o dabuti (que viene a ser los mismo) para pasar las fiestas, esto es para salir (de casa) después de la cena de Nochebuena y la de Año Viejo. Y la cosa estaba jodida (¡anda!, se me ha vuelto a escapar otra vez) que a nosotros el rollo que más nos iba era el de juntarnos en la keli de algún amiguete a escuchar música y bacilar pero en plan tranqui, que los follones navidelos con los locales a rebosar de peña y la bebida de garrafón no nos tentaban mucho. Pero la oferta no era muy abundante que digamos y había que estar al loro a ver en donde nos podíamos apalancar. Bueno, pues ahí que había llegado, como si no quisiera la cosa, otra vez el mes de diciembre, que era proclive a que nos pusiéramos un punto nostálgicos y hasta místicos.

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