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Murallas, iglesias y catedrales

Resulta que, de vez en cuando, Juanjo tenía que ir a Toledo por cosas de su curro así que unas cuantas veces le acompañamos Lourdes (normal, era su novia) y mi menda (ya no tan normal y en plan amigo póliza y peñazo). Por supuesto, íbamos en su buga, que si hubiéramos ido andando o en tren (en aquel tren) habríamos llegado a destiempo o tendríamos que haber salido una semana antes. Mientras Juanjo resolvía lo que tuviera que resolver en sitios como la Real Fábrica de Antigüedades, Lourdes y yo solíamos esperarlo dándonos un garbeo (del verbo "garbear", yo garbeo, tú garbeas, el garbea... que debe significar algo así como pasear con garbo, digo yo, no sé, que se me ha ocurrido de repente) por las murallas de la villa y sus estrechas callejas de sabor medieval. Y como éramos buenos amigos pasábamos bien el rato y la espera se hacia más corta. Luego, ya juntos los tres de nuevo, podíamos comer un bocata en un parque y por la tarde, antes de volvernos al barrio, íbamos a ver la catedral o alguna iglesia, como la de San Juan de los Reyes o a visitar la casa del Greco.



También nos gustaba mucho ver la vista panorámica de la ciudad, con el Alcazar dominando desde lo alto (aunque pasábamos como de comer mierda de la parafernalia y el tinglado franquista que se había montado con el episodio de su heróica resistencia cuando la guerra civil, que éramos más bien rojeras)  desde la otra orilla del Tajo, aunque eso solíamos hacerlo antes de comer, cuando Juanjo ya había regresado de su curro. He vuelto desde entonces varias veces a Toledo, junto con Segovia una de mis ciudades españolas favoritas, y siempre recuerdo aquellos viajes con Lourdes y Juanjo. Los paseos por la catedral o por San Juan de los Reyes y el rollo místico que nos entraba (no en vano, tiempo atrás habíamos leido a Fulcanelli, como ya he contado por aquí, aunque no conseguimos finalmente enterarnos de nada, si es que había algo de que enterarse). La visita a la casa del Greco (uno de mis pintores favoritos) y los largos momentos observando y disfrutando sus cuadros.

En otra ocasión, nos fuimos para allá los cuatro, Salva, Quique, Rulo y yo, en aquel tren desesperante (de lo que tardaba) que parecía que ibas a hacer un viaje a Siberia. Y por allí anduvimos  (del verbo anduvír, yo anduví, tú anduvistes, el anduvió o anduvo) los MOH, como cuatro caballeros medievales en busca de su doncella y su dragón. Por supuesto, de dragón nada y de doncellas menos, pero no lo pasamos mal, comiendo nuestros bocatas de foegrás o mortadela (que el presupuesto, despues de coger el tren no daba para más), bebiendo nuestras birras y pateándonos las calles y plazuelas. Y bacilábamos imaginándonos que podíamos dar un concierto alguna vez por allí, pero al aire libre, (que era lo que estaba de moda desde Woodstock) delante de la explanada de una iglesia o en el parque (que no se como se llama y mira si habré ido veces), que para eso éramos un grupo de rock (progresivo, psicodelico y sinfónico) y además soñar era de las pocas cosas que nos podíamos permitir en cualquier sitio y lugar porque no nos costaba un duro.

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