English French German Italian Dutch Russian Portuguese Japanese Korean Arabic Chinese Simplified
this widget by www.AllBlogTools.com

Sueño de una noche (de verano)

Una noche de aquel verano tuve un sueño peculiar. Estábamos (el Manicomio) dando un concierto al aire libre en un sitio que parecía un campo con el aspecto de un prado en que se veían algunas construcciones prehistóricas (o eso me parecía a mi que era el que estaba soñándolo). No había tarima ni escenario, sino que tocábamos subidos encima de algunas piedras grandes que había por ahí en medio. Los amplis estaban abajo, sobre la hierba y no me preguntéis como sonaban (se trata de un sueño, ¿eh?) pero sonaban sin necesidad de electricidad ni nada. Cosa de magia supongo (algo muy propio de los sueños, por otra parte). Entre el público se distinguían las caras de muchos amigos y conocidos y todos andaban vestidos como de época, algunos con trajes que parecían duendes y alguna que otra chica, hadas. Acabábamos de concluir una versión especialmente barroca de nuestra "Oda en Re m" y ahora estábamos tocando la "Suite de la Historia de todos los tiempos". Rulo estaba a mi derecha y cada vez que le miraba se reía y se le ponía cara de Puck. A la izquierda Quique, con la guitarra acústica sin micrófono ni nada y un poco más retrasado Salva, que llevaba un largo manto de color oscuro y de mangas muy anchas que le asemejaba a un brujo o a un mago.



De repente una de aquellas chicas vestida de hada (¿sería un hada de verdad?) se nos acercó y nos dió de beber por turnos de un largo cuerno del que brotaba una espuma que conocíamos bien. ¡Ah, que fresquita y rica estaba aquella cerveza del cuerno!. De pronto, todos (o sea nosotros cuatro) nos enamoramos de ella y nos pusimos a sollozar (al parecer ya que sabíamos que nuestro amor era imposible y además, una chorrada del sueño), aunque seguíamos tocando en aquel extraño concierto. Nos sonrió, nos guiñó un ojo dulcemente y se volvió a perder entre el gentío que ahora flotaba embelesado a un palmo del suelo por efecto de nuestra música. ¡Hacíamos flotar a la gente!, literalmente. Eso nos infundió nuevos ánimos y sin acordarnos de nuestro reciente y despechado amor, comenzamos a improvisar como locos. Mi órgano sonaba como un bajo distorsionado, el bajo de Rulo como una flauta encantada y él seguía riéndose, solo que ahora tenía tres caras y todas eran las de Puck. Quique, que llevaba un gorro como el de Robin Hood (o eso me parecía a mi en aquel sueño) tocaba la armónica y una guitarra con cada mano (que para eso era zurdo, oyes), mientras que Salva batía unos tambores tropicales y pellizcaba un violonchello amarillo que había aperecido de pronto a su lado.

Se hacía de noche y dejamos de tocar, total el público también había desaparecido y el prado tenía ahora el aspecto de una de las plazoletas del barrio donde pasábamos tanto tiempo. Nos subimos al metro, que circulaba por allí mismo, y nos fuimos para casa. Hacía un calor espantoso en aquel vagón, que era de madera y parecía de los viejos trenes del Oeste americano. Antes de que nos atacaran los indios me desperté sudando. Normal, era una calurosa noche de verano.

No hay comentarios:

¡Compártelo!