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Gran Vía

A pesar de no haber perdido del todo su aspecto de poblachon manchego venido a más, aquel Madrid también tenía sus sitios singulares. Y uno de ellos era, sin ninguna duda, la Gran Vía, que por mucho que se empeñaran los jerifaltes de la dictadura franquista que padecíamos, ni dios la llamaba Avda. de José Antonio (como pretendían ellos). Era la Gran Vía y así la conocíamos todos por aquí. Seguramente el lugar más "americano" de la capital. Nuestro pequeño Broadway, plagado de cines y teatros. Y con buenos hoteles, cafeterías, grandes comercios y mucho glamour (claro que entonces no se decía así). De noche brillaba con las luces del abundante tráfico rodado (que el no rodado no usa de tales dispositivos, ya se sabe) y los innumerables anuncios de neón que colgaban de sus altos edificios, y siempre estaba llena de gente a rebosar.



Claro que también era el sitio más caro de la ciudad, donde estaban las tiendas más caras, las cafeterías más caras y los exclusivos (para nosotros, pobres habitantes de un barrio periférico) cines de estreno, también muy caros. Asi que más que a gastarnos la pela que no teníamos, íbamos (cuando íbamos) a pasear, por aquello de sentir por un momento la extraña pero reconfortante sensación de vivir en un país verdaderamente moderno, sensación que se esfumaba en cuanto abandonábamos el lugar. Y también la usábamos, como la Plaza de Callao por ejemplo, como lugar de encuentro, si habíamos quedado por allí con amigos o conocidos. El tramo más animado y concurrido era el que iba desde esta plaza a la Plaza de España, y en el que estaban la mayor parte de los cines con sus grandes cartelones.

Desde el barrio se podía ir en metro (línea 5) y luego también en microbús (M-1), un pequeño autobús de color amarillo, más caro que el habitual pero también más cómodo y más rápido (tenía menos paradas) y en el que además se podía fumar. Teníamos un amigo, Oscar, que vivía en una pesión en una calle cercana, así que alguna vez fuimos a verle o quedamos con él por allí. No pocas tardes de buen tiempo me volvía desde la Uni andando, normalmente hasta Callao o Gran Vía, en donde tomaba el metro a casa. Y al menos una vez al mes visitaba Disco Play, una tienda de discos, seguramente la primera gran tienda de discos de Madrid y cuyo fundador falleció el pasado mes de enero (desde aquí un pequeño homenaje) que estaba en los Sótanos de la Gran Vía, una especie de centro comercial bajo tierra, al que se bajaba por una gran escalinata, con muchas tiendas y su cafetería circular y todo que entonces nos parecía de lo más moderno. Algunas de las tiendas de instrumentos musicales, como Leturriaga y otras, también estaban por allí cerca, así que solíamos pasar por ella cuando íbamos a comprar cuerdas y púas para las guitarras.

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