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La mala educación

Seríamos chicos de barrio periférico, rockeros, jipis y todo eso, pero lo que no éramos en absoluto es maleducados. Lo que no quiere decir que fuéramos un muermo (más bien al contrario) que no tiene nada que ver una cosa con la otra, oyes. Eso sí, la mala educación campaba a sus anchas a nuestro alrededor sin distinguir edades, género o extracción social. Viejos y viejas maleducados, como los que se quedaban plantados en la puerta (de un comercio o un bareto) como si fuera suya, como si la hubieran comprado y les perteneciara o les hubiera tocado en la lotería, sin dejar pasar a nadie mientras parloteaban incesantemente. Y no se te ocurriera decirles nada que encima te montaban un pollo de mucho cuidado, eso si no te atizaban con el garrote. Como aquel viejales que iba en el autobus, y al pegar este un frenazo se cayó encima del pobre Rulo y se lió a bastonazos con él, al grito de ¡asesino!, ¡degenerado! y otras lindeces por el estilo. Se ve que que no le gustaba la pinta de Rulo pero de ahí a creer que era el que había frenado el autobús y le había echo caer... Claro que además de maleducado debía estar bastante majara el buen señor.

Chavales maleducados, como aquel que iba fumando en el metro, y cuando un señor mayor (por no repetir lo de viejo) le llamó la atención va y, en vez de apagar el cigarro, le suelta una grosería. Claro que Moisés estuvo muy bien al quite arrancándole el cigarro de la boca y aplastándolo con el pie en el suelo, mientras el señor alucinaba (había que ver la pinta de jipi que llevaba Moisés). O chicas maleducadas, como aquella, que nos dejó plantados al Bola, Emeterio y mi menda mientras comíamos (en un restaurante de currantes, eso si, que el presupuesto no daba para más, pero es que además hacían unas judías pintas que te chupabas los dedos de los pies) con la excusa de que tenía que ir al baño. Resulta que la tía se piró y nos dejó plantados sin decirnos nada y un puñao preocupados por si le había pasado algo. Si le resultábamos un coñazo no tenía más que decirlo y sentarse en otra mesa. Habríamos pensado que era una borde, pero luego pensamos que estaba chalada.

O los que escupían en la calle, tiraban papeles al suelo, o te empujaban en una cola, o hablaban a voces en el cine, o decían guarradas a las chicas por la calle (en esta clamorosa estirpe había de todo, viejos, no tan viejos y hasta algún que otro joven). En fín, que la variedad de maleducados y maleducadas era muy amplia (por no decir infinita que sería una exageración, aunque no muy grande) pero la verdad es que nosotros ya estábamos curados de espanto.

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