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Un verano entre huertos... (Caminata y paella)

Mientras la madre de Salva nos preparaba muy gentilmente nuertro alojamiento campestre, su abuelo (el de Salva, que el de la madre ya habría sido una pasada) decidió, eso si, a requerimiento de todos, que nos iba a preparar una paella como es debido (que por lo visto era un experto según la familia y le salían como a nadie), para lo cual precisaba de algunos elementos indispensables, a saber: madera de naranjo para el fuego y una buena sandía para el postre. Así que nos ofreció muy amablemente que le acompañaramos bien tempranito de mañana a recogerlos. Dicho y hecho. El buen hombre se caló la boina, agarró un capazo y una azada y nos preguntó si estábamos listos. ¿Lo estabamos?. Al principio creíamos que si, pero despues de caminar media hora a buen paso íbamos echando el bofe y ¡el hombre tan fresco!. De vez en cuando medio giraba la cabeza (él iba el primero y nosotros tras él renqueando a duras penas), nos echaba una miradita y esbozaba una media sonrisa burlona. ¡Caray con el abuelo de Salva!, estaba en mejor forma físisca que cualquiera de nosotros.

Al cabo de un tiempo llegamos a un campo que estaba lleno de sandías. Se detuvo y empezó a inspeccionarlas. Arrancó una y la partió por la mitad con su navaja. Tenía una pinta estupenda toda coloradita y jugosita. Entonces la probó y con un gestó de desden la tiró al suelo. "Comida para los puercos", nos pareció entenderle (a Rulo y a mi, que Salva lo entendió perfectamente) que decía en valenciano, y se fue a por otra. Misma operación, mismo resultado, y así unas cuantas hasta que encontró la que en su opinión era digna de comerse y la echó al capazo. Vuelta a caminar a todo rabo, que parecía que le habían dado cuerda. Mientras yo iba pensando si este hombre no se cansaba nunca. Por fin llegamos a los naranjos literalmente derrengados y él estaba como si nada. Despues de recoger la leña que necesitaba nos miró y nos dijo: "bueno, ahora hay que volver". ¿Volver?, pensamos, ¿no podríamos quedarnos aquí un ratito descansando?. Nada de eso, media vuelta y de regreso y siempre a buen paso que no sabíamos de donde sacaba las fuerzas mientras que las nuestras ya estaban para más que el arrastre.

Cuando por fín llegamos de nuevo al pueblo estábamos tan echos polvo que fuimos objeto de varios comentarios burlones por su parte. ¡Que le vamos a hacer!, que somos rockeros de ciudad y no estábamos acostumbrados a tales caminatas por el campo. Mientras él preparaba todo lo necesario para la paella nos sentamos (mejor nos derrumbamos) en unas sillas a ver si podíamos recuperar el aliento (aunque yo sospechaba muy seriamente que lo habíamos perdido para siempre y que de aquello no nos recuperaríamos nunca). Pero merecío la pena, oyes, que por fin llegó la paella que había cocinado él mismo en el patio, con su conejo y su garrafó (nada de marisco, que eso eran mariconadas, decía, que la verdadera paella solo lleva conejo, verdura y garrafó). La puso en la mesa, cogimos cada uno una cuchara y ¡es la mejor paella que sin duda hemos comido en nuestras vidas! (y eso que ya nos hemos comido unas cuantas). En fín, que la cosa mereció mucho la pena y además fue un honor, que luego nos enteramos que ya no las preparaba casi nunca.

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