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Un verano con el Bola (II)

Una noche de aquel verano con el Bola en el chalecito adosado que sus padres tenían en una urbanización de veraneo de Avila, la peña decidio hacer una queimada en el campo. Para aquell@s que no estén al loro, les diré que se trata de un rito de fuego ancestral gallego en el que se prepara una bebida a base de aguardiente, azucar y corteza de limón, a la que va y se le prende fuego. Y tambien se suele recitar un conjuro. Como no había aguardiente a mano, se decidió por unanimidad hacerla a base de coñac del más barato (que tampoco es que tuviéramos muchas pelas), y lo fuimos calentando lentamente en una pequeña olla que pusimos encima de una pequeña hogera que hicimos y también le prendimos fuego. Habíamos hecho además otra hogera más grande y nos pusimos a asar patatas, todo ello en unos pinares que había, no lejos de la urbanización, aunque fuimos para allá en coche (yo en el 600 del Bola), que tardamos como unos diez minutos o un cuarto de hora en llegar.

Total, que allí estábamos una panda de chavales y chavalas, saltando la hogera, comiendo patatas asadas y bebiendo la queimada de coñac, con lo que nos pillamos un buen pedal (también llamado curda, pedo o, vulgarmente, borrachera) de esos para recordar. Bailamos, cantamos, bebimos y nos lo pasamos dabuti, que para eso éramos jóvenes y lo contrario habría sido un muermo. Era una noche preciosa de verano, no hacía mucho calor y el cielo estaba despejado y estrellado (y las chicas parecían a la luz de las llamas de la hogera especialemente guapas). No hicimos ningún rito mágico de esos que dicen que se hcen en las queimadas (por lo menos en las de verdad) porque no nos sabíamos ninguno, y aunque lo hubiéramos sabido con la tajada que llevábamos es facil que no nos saliera bien. Pero lo pasamos de puta madre, oyes.

Cuando ya eran las tantas, o sea un poco antes de amanecer, se convino por parte de todos que era hora de regresar con lo cual nos montamos en los coches y nos volvimos para la urbanización, que no se porqué me parecía haora que estaba como mucho más lejos (¿la habría cambiado alguien de sitio, mientras nos poníamos curdas?). En un momento dado del viaje, el Bola, con el que yo volvía en su coche (de hecho, iba sentado a su lado) me pidió que tirara la colilla del cigarro que estaba fumando por la ventanilla y a mi me pareció, con esa lucidez que dan los vapores alcoholicos, que era demasiado esfuerzo abrirla, así que fui y abrí directamente la puerta para tirarla. No íbamos muy deprisa (recuérdese que era un 600), pero como la puerta se habría en la dirección contraria a la marcha del coche (¡la madre que ... al diseñador de marras!), éste pegó un tumbo y casi nos salimos de la carretera (menos mal que el Bola no iba tan borracho como yo). Paramos, y los del coche de atrás flipaban, porque creían que me quería tirar en marcha. Al fin pudimos aclararlo todo, entrre risas y chachondeos, e irnos a dormir la mona. Y a la mañana siguiente (despertar con el padre del Bola incluido) resaca.

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