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Un verano con el Bola (y III)

Aquellas vacaciones con el Bola y su familia dieron mucho más de si, pero tranquilos que no me voy a eternizar con el asunto (más que nada porque veo por ahí algunas caras de desesperación que no prometen nada bueno). Una tarde estuvimos en casa de una de sus amigas, una chica muy simpática, que quería escuchar mi repertorio de cantautor. ¡Hay que joderse!, que yo era sobre todo un rockero muy jipi y muy progresivo, oyes, y lo de cantautor lo tenía por ahí medio escondido, aunque a veces lo sacaba para ligar, a ver si colaba (que era que no, que ni por esas). Bueno, pues resulta que le gustaron las dos primeras que le canté y me dijo que si me podía grabar con el casete el resto del reportorio. ¡Alucinante!, aquella chica era masoca sin ninguna duda ya que, por lo demás, no demostraba el más mínimo interés por mí.

En otra ocasión, estabamos una noche en el bareto (allí le decían "club social"), que eran un pelin pijos) de la urbanización de marras y comenzó un pique entre varios tíos a ver quién aguantaba más bebiendo (yo, por mi parte, nunca me he picado con eso de a ver quién es capaz de beber más, en todo caso prefería -y alguno que otro he ganado- el de a ver quién es capaz de comer más) y un chaval de aquelllos fue y se bebió, el tío bestia (por llamarlo de algún modo fino), una botella de coñac de un trago y sin pestañear. Claro que luego se cayó en redondo y se lo tuvieron que llevar al hospital con un coma étilico del copón bendito (y nunca mejor dicho), del que afortunadamente pudo recuperarse pasados unos días. Supongo que desde entonces no le quedarían muchas ganas de hacer más machadas de ese tipo.

Otra noche, otro de los amigos del Bola nos invitó a la discoteca que se había montado en su casa. ¡Que si!, que se había montado una discoteca en el pedazo de bodega que tenía el chalet de sus viejos (que por lo que se ve, no les gustaba mucho el vino, o a lo mejor es que preferían tenerlo cerca en vez de dejar que se pirara de bailoteos por ahí). El tipo se había montado un tinglado cojonudo, con un equipo de música quen te cagas (con mesa de mezcla y todo) y hasta tenía juego de luces que funcionaba de forma automática con la música (así que no había que darle a ninguna planquita ni nada). Solo le faltaba la bola brillante esa que hay en todas las discotecas que se precien (y en algún que otro tugurio) y la barra del bar (que por más que me fijé no encontré ninguna). Y allí estuvimos un rato, escuchando a los Alman Brothers (que al chaval le gustaban mogollón) y flipando de lo lindo.

Y por fin llegó el día de volver a mi viejo barrio, del que me acordaba a menudo, y también fantaseaba con un grupo de rock porgresivo al que yo, en mi imaginación, había añadido aquel verano nada menos que un cuarteto de cuerda.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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