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No queremos ser héroes

Desde pequeñitos nos habían enseñado, primero en la escuela y luego en el colegio, el comportamiento heróico que había caracterizado, desde siempre, a los ancestros de este pueblo viril, orgulloso y altivo que éramos los españoles. Y había mogollón de ejemplos que citar (y que, por supuesto nos citaban una y otra vez para inculcarnos el conocimiento de tan heróicos orígenes, no se nos fuera a olvidar por un casual). Los esforzados y heróicos iberos que habían preferido morir en Sagunto antes de rendirse a la canallesca cartaginesa que los asediaba. Los rudos y no menos heróicos celtiberos defensores de Numancia. El gran cuadillo y héroe lusitano Viriato, que solo sucumbió a la traición de los suyos. El Cid Campeador, que ganaba batallas incluso de fiambre, tal era el pavor que infundía en sus enemigos. Güzman el Bueno, que prefirió que la soldadesca morisca (con perdón y sin mal rollito, ¿eh?, a ver si vamos a tener un conflicto de esos de civilizaciones) apiolara a su hijo (la pobre criatura) con su propio cuchillo antes que rendir la fortaleza que tenía a su cargo. Y muchós más que nos ahorramos porque la lista sería demasiado larga, casi interminable y un peñazo. Todos habían sido unos héroes de tomo y lomo, como los defensores del Alcazar de Toledo frente a las ordas de los rojos matacuras y comeniños. Pues muy bien, ¡que les aproveche!, que no teníamos la menor gana de parecernos a ellos y es que no queríamos ser héroes.

¡Que no queremos ser héroes!, oyes, ¿te enteras?, que es muy cansado además de peligroso y es que a pesar de nuestra insconciencia juvenil le teniamos bastante apego al pellejo. Que por lo visto, todos los héroes de aquí tenían por costumbre acabar mal, pero que muy mal, que en eso no se parecían a los héroes clásicos, como Hércules, por poner un ejemplo, que aunque las pasara canutas con los dichosos trabajos terminó de semidios el tío, lo que, además de lo que se farda, le proporcionaba un enchufe dabuti para vivir para siempre en los Campos Elíseos, o en las Islas de los Afortunados, si es que era más de playa, dándole todo el día al nectar y la ambrosia (no confudir con la Ambrosia, que era la cuñada del Nemesio, el primo del Eladio y sobrino de Rufino el tartaja) la bebida y la comida de los dioses y por todo el careto. A mesa y mantel sin soltar un ochavo y con las ninfas (que estaban de muy buen ver) haciéndoles carantoñas. ¡Así cualquiera se hace héroe!. Que a los héroes clásicos al final se les promocionaba, lo que venía a compesar a la larga todas sus fatigas y desvelos, por muchos y terribles que fueran, mientras que a los de aquí, a los de aquí se los hacía picadillo eso si no decidían ellos antes ahorrarles el trabajo e inmolarse vivos (que inmolarse muertos no tiene ningún séntido y además resulta muy complicado), prendiéndose fuego (con lo que duele) o clavándose grandes espadones en la barriga (que también duele lo suyo). No, si heróico, ya sería, ya, pero también era una tontería. Así que nada de héroes. Con rockeros de barrio periférico nos conformábamos

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