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El día que llegó Quique

Ahora que se nos ha ido para siempre, seguramente la mejor manera de recordarle es seguir hablando de él. Como aquel lejano día en que se presentó con su guitarra y nos dijo que quería formar parte del grupo. En realidad fue el origen de todo. ¿Grupo?, ¿que grupo?. Salva y yo nos conocíamos desde niños y llevábamos algunos años juntos tocando la guitarra (fue Salva quién me enseñó a tocar la guitarra). Luego Rulo, al que conocíamos del colegio, se sumó a nuestra afición por la música y los tres nos solíamos reunir en la plazoleta que había entre la Avda. Donostiartra y Virgen del Coro para tocar la guitarra. Y un día se presentó Quique con la suya y nos preguntó si necesitábamos un punteo (es como se llamaba entonces al guitarra solista). Le dijimos que sí. Y ya teníamos punteo y grupo. El futuro MOH acababa de nacer. Aún no lo sabíamos, pero acababa de nacer.

Como él mismo ha contado en este blog, Quique y yo nos conocíamos de antes, aunque no nos habíamos tratado mucho. Los dos vivíamos en el 24 de Avda. Donostiarra, pero el era mayor. Unos dos años mayor. Y cuando se es pequeño se trata de una gran diferencia. Nos cruzábamos en el portal y poco más. No habíamos coincidido en el colegio ni en ningún otro sitio. Pero terminamos coicidiendo en la música. Un día me enteré que estaba en su casa escayolado y aburrido. Y no se porqué bajé a dejarle unos discos para que los oyera. Poca cosa, un single de los Monkees, un par de EPs (auellos discos de cuatro canciones) de los Beatles y un L.P de los Pekenikes (esa era casi toda mi colección por aquella época). Le habían dejado una guitarra y se entretenía puntenado, pero cuando la cogí me di cuenta de que no estaba afinada. Le conté que solíamos reunirnos en la plazoleta a tocar la guitarra. Y allí quedo la cosa.

Algunos días después, cuando le quitaron las escayolas y pudo salir a la calle vino a vernos a la plazoleta. Allí estábamos, como de costumbre, Salva, Rulo y yo con nuestras guitarras, dale que te pego. Y entre el dale que te pego, algún bacile, y más dale que te pego. Recuerdo que hacía buen tiempo, porque no llevábamos abrigos ni bufandas. Así que debíamos estar al final de la primavera o comienzos del verano. Un verano que ya pasamos juntos. Como yo tenía por aquel entonces quince añitos y él diecisiete (y me parecía muy mayor) tuvo que ser en 1969. Y eso es precisamente lo que pone detrás de las fotos que aún conservo y en las que Quique aparece por primera vez: 1969. O sea, que solo han pasado desde entonces cuarenta añitos de nada. Una minucia. ¡Joder!, parece que haya sido ayer.

Al principio, venía a tocar la guitarra con nosotros y la armónica, que le habían regalado una y la tocaba como el Bob Dylan, con el trasto ese que te pones en el cuello para poder tocar también la guitarra, pero los fines de semana se iba por ahí con su antigua pandilla. No duró mucho. Cada vez estaba más con nosotros y menos con su antigua pandilla, hasta que un día ya no volvió con ellos. Nosotros aún teníamos nuestra pandilla de adolescentes (que es lo que éramos), con Pato, el Bola, las dos Mamen, Ana y Menchu. Aún no se había formado la baska, ni el grupo tenía nombre, pero ya sabíamos que queríamos ser un grupo de rock. De lo que no nos dábamos cuenta es que había sido su llegada aquel día en la plazoleta, hace cuarenta años, con la guitarra en la mano diciéndonos "¿puedo ser vuestro punteo?", lo que nos había decidido por fín a formar un grupo de rock.

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