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Libros y papeles

La verdad es que pasábamos bastante tiempo entre libros y papeles. Unos porque estudiábamos, poco, pero algo estudiabamos, oyes, que había que disimular, otros, como Quique, porque además de estudiar se había pillado una caseta en la Cuesta de Moyano, que se convirtió de esta manera en uno de nuestros lugares favoritos de encuentro, al lado de donde terminaba El Retiro y junto a la plaza de Atocha, antes de que se la cepillaran con el puñetero escaletrix de las narices. ¡Cuantas mañanas de domingo con buen tiempo! (luego sería en El Rastro, en el puesto de Yayu), ¡cuantas tardes!, con buen o mal tiempo, que hacía un frío de carajo en invierno, tú, que las casetas eran viejas y de madera (de loa años veinte, nada menos) y tenían rendijas por todas partes y hacía una rasca que no veas. Lo realmente curioso del caso, es que cuando estaba en la caseta con Quique, la gente me preguntaba a mi por los libros (que por lo visto debía de tener pinta de librero), igual que aquella semana que estuve en Roma y todo el mundo me preguntaba alguna dirección por la calle (que por lo visto también tenía pinta de italiano).


Lo cierto es que nos encantaba el sitio. La Cuesta, como la llamábamos nosotros y casi todo el mundo en Madrid que fuera bibliofilo (que no es nada malo ni pecaminoso, a no ser que seas un tocho y un cenutrio y te espante la lectura, que también los hay, no os vayais a creer), que si no se podían referir a la otra cuesta -la de Las Perdices, que no tiene nada que ver y era una cosa muy de pijos-, con sus árboles, las casetas de los libros, los tenderetes delante de las casetas, la gente paseando, mirando y comprando. No como el bodrío de cemento en que la han convertido ahora que no tiene nada que ver ni guarda la mitad de encanto de la antigua Cuesta de Moyano, aunque eso sí, ahora los libreros están más calentitos y resguadados de la interperie y es peatonal, pero que se podía haber hecho igual pero sin tanto cemento.

También había un almacén de libros que tenía Carmelo por la plaza de Olavide, si no recuerdo mal, y alguna tarde también hemos echado allí entre libros viejos y antiguos, que no son la misma cosa, no, aunque a algunos se lo parezca (los tochos y los cenutrios de antes), y de vez en cuando aparecía una pequeña joya de papel. Y acompañando a Quique una tarde a visitar una casa, que parece que vendían la biblioteca y había un piano, todo viejo como la casa, y en cuanto lo ví me senté y me puse a tocarlo, aunque estaba en bastante mal estado y muy desafinado, pero nada, yo allí tocando en el piano aquel lo que había compuesto en mi Yamaha, y una chica que había en la casa, y que era la que nos había recibido, se acercó a ver como tocaba y yo me puse todo nervioso y Quique estuvo bacilándome luego un buen rato.

Libros y papeles, y ¡musica!, desde entonces han marcado gran parte de nuestra vida y si no que se lo pregunten a Rulo.

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