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Un verano entre huertos... (Los preparativos)

Se acercaba la fecha de nuestras ansiadas vacaciones lejos de casa y del barrio y había que hacer una serie de preparativos. Aconsejados por Salva, que era quien conocía bien el terruño donde íbamos a morar (también podíamos haber puesto "residir", pero era más largo y más pijo, este suena más a campo) durante un tiempo de aquel verano, había que proveerse de una serie de artilugios que, según él, nos resultarían indispensables. A saber: unas buenas cantimploras, por aquello de que el abastecimiento de agua estaba chungo y además se preveían largas caminatas; unas buenas linternas, a ser posible las más tochas que hubiera, por aquello de que no debía haber luz eléctrica (ni ningún otro tipo de iluminación que no fuera la que procedía directamente del sol) y parte de las caminatas se nos antojaban nocturnas (vete tu a saber porqué); unos buenos cuchillos de monte, pues al parecer nos podían acechar un sin fín de peligros en forma de bestias inmundas (bien de naturaleza humana o no) cuando, abandonando huertos, viñas y naranjos, partiéramos en pos de la aventura: y, por fín, vajilla de campaña (o sea platos, vasos y cubiertos para jalar decentemente en un ambiente tan hostil como aquel).


Pues nada que le hicimos caso, que para eso era casi aborigen y debía de saber de que hablaba, así que mi menda lerenda se pilló, en una tienda de esas de artículos deportivos, una cantimplora  (como la que podíes ver aquí arriba) muy dabuti, de esas de metal y todo, forradas de fieltro verde y con una capacidad, creo acordarme de litro y medio o dos litros (que daba igual que fueran de agua o de birra, que venían a ocupar lo mismo), además de un cuchillo de monte, que luego he conservado durante muchos años para más tarde pasar a heredarlo mi hijo, muy guapo con la hoja de acero enmangada en una empuñadura que parecía estar hecha de la pata de algún bicho. Lo de la vajilla de campaña se lo dejé a mi vieja, más por vaguería que por otra cosa, y mira tu por donde la mujer fue y me compró el kit del perfecto excursionista, que incluía un vaso de plástico de esos plegables, y unos recipientes, en forma de cuencos y platos, que según ella le habían dicho en la tienda que estaban fabricados de un material prácticamente indestructible, muy parecido al que usaban los astronautas, cosa que no me quedó clara entonces y aún me parece confusa (¿para que demonios querrían los astronautas un vajilla indestructible?, a no ser que fuera para tirársela a la cabeza. ¿No comían pildoritas y otras bazofías que metían en tubos de pasta de dientes?). Para mi que la vieja me estaba bacilando.

Las chirucas, que ya tenía de años anteriores, una gorra, un abrelatas explorador y ya tenía el equipo casi preparado.

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