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En la puta calle

Tirados en la puta calle, así pasábamos el tiempo cuando la casa de Rulo no estaba disponible (ya que su madre tenía la dichosa manía de volver cada día después del trabajo y a la mía no le molaba que trajera gente a casa, bueno, uno o dos para un rato, pero nada de invasiones). Se acabaron los tiempos felices de la discoteca del cole o de nuestro primer local de ensayo, en el sótano también de nuestro antiguo colegio. En la puta calle, que si hacía buen tiempo no era cosa chunga, pues nos íbamos a la plazoleta o al parque. Lo jodido era desde noviembre hasta marzo, ambos dos incluidos, oyes, que en Madrid ya se sabe: nueve meses de invierno y tres de infierno (cosas del puñetero clima continental ese de las narices).

Así que nada, bien abrigaditos y al relente que no había otra alternativa. De más jovencillos habíamos alquilado, por una muy módica cantidad más las consumiciones, el sótano de un bareto para pasar el invierno y allí nos reuníamos hasta con tocata y todo. Luego fuimos a otro que tenía un pequeño reservado en el piso de arriba y también frecuentamos un tercero que también tenía unas mesas en el piso superior, y así pasábamos las tardes gélidas al abrigo del mal tiempo. No solía durar mucho. O se cansaban los dueños de que estuvieramos horas con unas pocas consumiciones o nos acabábamos cansando nosotros. Pues nada, a la puta calle, que le vamos a hacer.

Recuerdo un día que habíamos ido a dar una vuelta por el antiguo barrio de Rulo, que hacía un frío del carajo bendito. Estábamos congelados y no teníamos ni un duro para entrar en un bar y estar un rato calentitos, así que acabamos metidos en una cabina de teléfono hasta que se nos pasara un poco la rasca. Ibamos Cesar y mi menda, y creo que el tercero era el mismo Rulo. Otras veces nos metíamos un rato en el portal de alguién, por ejemplo en el de Salva, por aquello de que los porteros nos conocían y que su hijo, Juan, "Juanito", había sido "pipa" del grupo en sus mismísimos comienzos.

Pero no nos quedábamos en casa, no. Preferíamos estar juntos y congelarnos en la puta calle que no quedar para vernos. Cosas de la juventud y sobre todo de la amistad, que era como si no estuviéramos completos si no estábamos con los otros aunque fuera pasando frío. Y vueltas y vueltas al barrio, que andado se notaba menos que si te quedabas parado, y una vuelta más y risas y coñas, que aunque hiciera frio no nos iba a cortar el rollo, y de repente, por puro bacile, nos parábamos y nos poníamos todos a mirar muy serios hacia lo alto, y señalábamos con la mano, como si estuviera ocurriendo algo extraordinario, hasta que al final se hacía un corro de gente mirando, y entonces echábamos a reir a lo bestia, y seguíamos con lo nuestro (una vueltecita más).

En la puta calle oyes, y a veces, si había suerte, pues nos metíamos en el "seiscientos" de la madre del Bola, cuando podía pillarlo, o en el coche de Pilar, la novia de Salva, o en el mini ranchera que tuvo Quique una temporada, o en el de Juanjo o en el de Juan, que también era de su padre pero se lo dejaba de vez en cuando, así aparcados y todo para quitarnos un rato el frío, y no gastar gasofa y que tampoco teníamos a donde ir (aunque fuera en coche), si no éramos muchos y cabíamos dentro. Y recuerdo un día en el coche de Juanjo, que estábamos aparcados en el Barrio Blanco, cercano al nuestro, y estana tambien Manolo, su hermano, y nuestra amiga Chus, que no se muy bien que hacíamos, pero algo esperábamos, y caía una manta de agua del copón, que eso era aún más jodido, cuando llovía, y entonces nos metíamos en los soportales de la plazoleta.

Si no llovía, ¡a la puta calle! a gastar zapato y seguir con lo de las vueltas, por la Avda. Donostiarra y Virgen del Coro, que en Virgen de Lourdes hacía aún más frío y también una ventolera de espanto, que es como si estuviera en mitad de un páramo y mucho no le faltaba la verdad. Y las manos heladas hasta con guantes que costaba un güevo encender un truja. Y apurábamos el tiempo hasta el último minuto, por mucho frio que hiciese, que era como si no fuéramos a vernos nunca más en la vida y no quisiéramos despedirnos, y no al mismo día siguiente como era lo habitual. Cosas de amigos.

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