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Su tabaco, gracias

Jodido fumeque. La verdad es que no me inicié pronto con los trujas, aunque había tenido un intento fallido de preadolescente de esos, o sea de niñato. Con catorce añitos Salva y yo compramos un par de cigarros rubios al tipo que vendía tabaco suelto (entonces se vendía también así, suelto, pillabas los trujas que querías y listo) además de chucherias y cosas por el estilo en la esquina de la Avda. Donostiarra con Virgen de la Alegría. Con nuestro botín recién adquirido nos fuimos al descampado detrás del Sampas (para que nos nos viera nadie y diera el chivatazo en casa), les prendimos fuego, dimos una calada y ¡puag!, ¡que asco!, que mal sabía aquello (eran "Bisontes", para más señas) que mal nos sentó y que mareo nos pillamos. Así que pasó bastante tiempo hasta que nos decidiéramos a probar otra vez.



La verdad es que no volví a fumar hasta la univesidad, donde un compañero de clase se encargó de "iniciarme" dejándome un cigarro junto a la hoja en que tomaba apuntes cada vez que él se encendía uno (¡la madre que lo... !), lo que ocurría con bastante frecuencia. Si, se podía fumar en clase (en el cole nos dejaron fumar en el último curso, el famoso "preu", aunque solo en un rincón del patio destinado a tal efecto) y prácticamente en todas partes y también le vendían tabaco a los chavalines (¡muy sano todo!). Aunque al principio pasaba de cojerlos, y luego, sin más, los tiraba al suelo, el seguía erre que erre, que debía tener comisión de la Tabacalera, me imagino yo, total que finalmente acabé cogiendo uno y fumándomelo, y así es como me enganché, de la manera más tonta (ahora solo fumo puritos -puritos, no purazos- y pocos).

Por aquella época todos los demás ya fumaban, así que creo que fuí el último en incorporarme al vicio del tabaco, aunque tenía cuidado de no fumar en casa para que no se mosquease la vieja que no había fumado nunca y no quería que yo fumase. Las chicas solían fumar tabaco suave y mentolado que a mi me sabía a rallos (prefería el negro) y los chicos se repartían entre los que fumaban rubio (Bisonte y Lola, sobre todo) y negro (Rex o Ducados, salvo el bestia de Antonio "el Ruso" que fumaba Habanos, negro fortísimo). Y es que estaba bien visto lo de fumar, y era de mayores, no como ahora que pareces un apestado y un terrorista de la salud, así que fumábamos incluso cuando estábamos tocando (una caladita y dejábamos el cigarro pillado entre dos cuerdas en el clavijero).

Un día que estábamos en casa de Juanjo, se derramó sobre el último paquete de tabaco que teníamos una cerveza o un cubata y fue y se mojó todo. ¡Que espanto!, sin tabaco y además eran las tantas y estaba todo cerrado, así que no se podía ir a por más. Pues nada, que pilló Juanjo un secador de pelo y los fue secando uno a uno (los cigarros, que estaban empapaditos) con mucho cuiadado y mucha paciencia y se acabaron secando pero cogieron una pinta de lo más raro, como si ya se los hubieran fumado aunque estuvieran enteritos, y lo peor es que también sabían a demonios (que no creo que nadie se haya fumado un demonio pero tampoco deben saber muy bien). Pero ¡que se le iba a hacer!, que era tabaco al fin y al cabo (que peor sabía la picadura o sopilcaldo), que ya se sabe lo chungo que puede resultar el dichoso mono.


P.D. El dibujo de arriba lo he pillado de un blog que se llama "Mis pequeños descubrimientos". Si no quieres que lo use en este, dímelo y pondré otra cosa.

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