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Amigos del Alcalde

Vivía en nuestro barrio un curioso personaje al que teníamos cierto afecto. Era un vagabundo que dormía en un coche abandonado que estuvo ahí tirado (el coche) varios años en la calle Virgen de la Roca (en la que vivía Juanjo), que es la trasversal entre la Avda. Donostiarra y Virgen del Coro. Llevaba largas greñas y barba descuidada, ropa vieja (como tienen que ser en un bagabundo) y comía de lo que le daban los de Cotolino (un asador de pollos que había en la esquina de Donostiarra con Virgen de la Roca que los domingos se ponía con mogollón de gente haciendo cola para pillar un pollo asado) y el churrero que tenía su fábrica de churros y de patatas fritas detrás de la Avda. Donostiarra, justo al lado de un puti-club que regentaba una rubia muy gorda y al que, de chavales (y no tan chavales), habíamos gastado más de una perrería. Le llámabamos afectuosamente "el alcalde", porque nos parecía que era la única persona en el barrio que hacía lo que le venía en gana. No se metía con nadie, salvo cuando algún gamberro descerebrado lo molestaba, era bastante afable y a pesar de su afición a empinar el codo y pimplarse una botella de vino barato nunca se le vio completamente borracho o montando bronca.

La verdad es que nos caía bastante bien el tipo y no nos alejábamos cuando se nos acercaba alguna vez para pedirnos un cigarro. Si teníamos, se lo dábamos. Una tarde que estábamos sentados por allí sin hacer nada especial se sentó con nosotros, se puso a charlar y en esto nos contó su historia. Había tenido trabajo, familia e hijos, pero al parecer se llevaba mal con todos (con el trabajo, con la familia y con los hijos). Y no se quejaba de la vida que llevaba, y eso que vivía en la puta calle y dormía en un coche viejo abandonado. No era un mendigo. Jamás le vimos pedir nada que no fuera un cigarro y tenía esa extraña dignidad (o así nos lo parecía a nosotros) de aquel que no necesita nada de nadie, porque no hay nada que le sea necesario, y pasa de todos los rollos. "El alcalde" era un tipo realmente curioso. Desde luego nos parecía mejor persona que muchos de los rídículos personajillos que nos cruzábamos por la calle. Vivía a su aire y se conformaba con poco. Y no podemos decir que fuera un hombre triste o desgraciado, al menos esa no era la expresión de su cara.

Después de muchos años un buen día ya no le vimos más. Nos era tan familiar, era tan del barrio que se le echaba de menos. Los rumores se dispararon. Unos decían que por fin habían hecho las paces y se había ido a vivir con una de sus hijas, otros que estaba enfermo en un hospital e incluso que había palmado. Nunca supimos que fue de "el alcalde", cuyo verdadero nombre no llegamos a saber nunca, ni nos importaba un carajo, pero sentimos pena de no saber que había sido de él. En fín, historias de barrio...

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