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Un muermo del tres

Por estas fechas y por aquella época la cosa se convertía en un muermo. Más que un muermo un muermazo. Que el país era católico, apostólico y romano (esto último no lo entendimos nunca, ¿como que éramos romanos?, ¿no habíamos quedado en que éramos españoles por la gracia de Dios y con un destino en lo universal?, que tampoco llegamos a comprender nunca que era eso del "destino en lo universal") y celebraba la Semana Santa por todo lo alto, o sea con recogimiento, meditación, silencio y en plan tenebroso (que las caperuzas de las procesiones siempre me han recordado al Ku Kux Klan). Nada de películas en los cines que no fueran historias bíblicas, otro tanto en la tele (lo que nos traía bastante sin cuidado o al fresco ya que no éramos de ver mucho la tele), mada de música "ligera" por la radio, nada que no fuera música sacra o clásica, en su defecto (que ésta última si estaba permitrida), así que nada de rock `n roll ni que se le pareciese remotamente. Ni se te ocurriera poner música en casa. Vamos, que no había más narices que recogerse, meditar y, sobre todo, guardar silencio. Un muermo del tres.

Para colmo cerraban los kioskos de prensa y no podías ni comprar un tebeo (por aquel entonces por aquí aún no habían llegado los comics) para entretenerte sin molestar a nadie, así que había que hacer acopio de lectura desde la semana anterior. Lo malo es que ya te los habías leído cuando llegaba la Seman Santa con lo que no conseguías arreglar nada. Tambien cerraban los baretos (y todo lo demás, que prácticamente el país quedaba paralizado, como sobrecogido con todo chapado a cal y canto) así que tampoco podías tomarte unas birras con los amigos. Solución: irte al parque (si el tiempo lo permitía, que normalmente no, que por una extraña razón siempre hacía frio o llovía o ambas cosas al mismo tiempo) sin montar mucha coña no vaya a se que un guripa te llamase la atención ,o reunirte en casa de alguien a matar las tardes de cualquier manera. Normalmente la casa de Rulo estaba libre y allí nos reuníamos con la música bien bajita (como si estuviéramos haciendo algo ilegal) y charlábamos o jugábamos al parchís.

Años atrás habíamos instituido la comida del viernes santo (que también se hacía en casa de Rulo) y nos juntábamos la baska y nos poníamos hasta arriba de tortilla de patatas, ensalada, pollo asado y birra, y hasta nos atrevíamos a soltar alguna risotada, pero al fin y al cabo no era más que un día de la semana, y el resto seguía siendo un muermo. Después de dos o tres convocatorias dejamos de celebrarla, no por remilgos de ningún tipo (que ya hemos explicado que nos habíamos descreído bastante) sino por puro aburrimiento. Un aburrimiento mortal. Que estábamos deseando que se pasara (pero el tiempo discurría más despacio que el resto del año) y todo volviera a la normalidad y poder ir al cine a ver una peli que no fuera Ben Hur o Los Diez Mandamientos y poder tomarnos una birra en un bareto. Y poner la música que nos gustaba y cantar y reir y bacilar. Que parecía además como si no pudieras estar contento, que era como una afrenta o una blasfemia enorme si dabas signos externos de alegría. ¡Que país!, oyes...

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