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Un teclado de los guapos

Bueno por aquella época, teclados, lo que se dice teclados no había. Había órganos, pianos eléctricos (y no muchos) y el famosos sintetizador Moog (que además no era polifónico ni nada) con el que tanto flipábamos pero que por aquí era más raro que un perro verde y había que comprarselo a los giris (lo que siempre venía a ser un rollo y un engorro considerable). Resulta que mi vieja había cobrado una pequeña herencia familiar y un día me solto de repente: "¿Quieres que te compre un coche?, así puedes ir mejor a la universidad". No lo dude un momento, "no", dije, "prefiero otra cosa". "¿Que quieres entonces?", continuó ella, "un órgano de verdad", respondí yo sin dudarlo. Recuerdese que el mio, mi viejo Panther (en realidad apenas tenía cinco añitos pero a mi me parcía una antigualla) había petado tiempo atrás y con el apaño que me había hecho Mauricio, muy baratito eso sí, nunca más había vuelto a ser el mismo, ni a sonar igual, bueno, si que sonaba igual, pusieras el registro que pusieras, desde aquello, desde que había petado, sonaban igual (de mal) todos los registros.

Total que allá que nos fuimos una mañana Juanjo (que nos llevaba en el coche), mi vieja y yo a la casa Hazen, que estaba por Juan Bravo, a ver los órganos Yamaha y empezamos (Juanjo y yo) a flipar de lo lindo. El tipo que nos los enseñaba tocaba un güevo de bien además, o eso me parecía a mí, y al final nos decidimos por uno bien guapo que costaba un pastón de los buenos (al fin y al cabo había querido comprarme un coche) que era una Yamaha Electone de doble teclado, con pedalera de bajos, altavoz y amplificador incorporados (aunque solo de 25 w) y un montón de registros sonoros, e idependientes para cada teclado, y reverb y vibrator y percusive y más cosas que molaban un montón, como el pedal de volumen o de expresión, que también se le llamaba así, aunque yo nunca le he visto expresarse de ninguna forma, que tenías que pisarle tu, que si no... ¡Ah!, y además ritmos automáticos pregrabados de acompañamiento. ¡Una pasada!. No era un Hammond B3 pero era un Yamaha Electone, mi Yamaha Electone para más señas.


Así que nada, la vieja lo pagó a tocateja sin pestañear ni nada y yo me quedé más nervioso que un flan (esta es una expresión que jamás he entendido aunque la use, ¿desde cuando se ponen nerviosos los flanes?) esperando que me lo llevaran a casa, porque el bicho abultaba cantidad y debía pesar como media tonelada, lo que luego se comprobó que era un estorbo y un coñazo para los desplazamientos (sobre todo para los desplazamientos cargando con semejante bártulo sonoro), pero yo en aquel momento no reparé en ello de puro emocionado (y nervioso como un flan) que estaba. ¡Por fín tenía un órgano de verdad (ya digo que entonces lo de "teclado" no se estilaba), un órgano bien guapo para poder tocar como los profesionales. Recuerdo el día que lo trajeron a casa, cuando lo desembalaron y me lo dejaron preparadito para tocar. Y empecé a tocarlo, bueno más bian a acariciarlo (el mueble, me refiero, como quién acaricia el coche nuevo). Luego empecé a interpretar uno de nuestros temas en él. Si a felicidad no era aquello se le parecía bastante. A poco llegó toda la baska para verlo, y todo eran ¡oh!, ¡ah!, ¡como mola tronco!, ¡vaya pedazo de órgano!, ¡joder, suena dabuti!, y en ese plan. Pues si, es ese mismo, el que sale en las fotos de nuestra última época en las que estamos ensayando en el nuevo local (menudo pestiño para acarrearlo) y el que se escucha en algunos de nuestros temas. Pero para eso todavía falta un mónton de cosas que contar que (además) sucedieron antes, así que, sin prisa, no precipitarse.

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