English French German Italian Dutch Russian Portuguese Japanese Korean Arabic Chinese Simplified
this widget by www.AllBlogTools.com

Una expedición arriesgada (I)

Ahora que ya sabía nadar (de espaldas) se me despertó el instinto viajero que hasta entonces había tenido un tanto adormecido. La ocasión la pintaban calva para ir con Emeterio y Juan Carlos al pueblo del primero que no estaba lejos de las Lagunas del Ruidera, pues pensábamos acercarnos y darnos un bañito y todo, que en aquella época eran todavía lagunas, con su agua y todo, y no se habían desecado a base de agujerear la capa freatica esa (que por lo visto es agua que hay por debajo, pero que muy por debajo de la tierra) haciendo pozos sin ton ni son por todas partes. El plan era el siguiente, pillábamos una tienda de campaña y acampábamos por algún lugar cercano (al pueblo de Emeterio, que sería el centro logístico de operaciones) y bonito hasta que nos cansáramos del sitio y nos fuéramos a acampar a otro lugar cercano e igual o más bonito. Vamos que lo teníamos todo estudiado hasta el mínimo detalle (por la otra punta).

Así que pillamos un autobus (por llamarlo de alguna manera) de línea que nos llevó, en un viaje del cual es mejor no acordarse, al pueblo de Emeterio (o a otro que estaba al lado, que ahora no me acuerdo tú) y de allí salimos con nuestras mochilas y la tienda de campaña tan campantes y decididos rumbo a la Peñota, que por lo visto era un monte muy guapo que había por allí cerca y que se podía acampar dabuten. Y allí estábamos, en mitad de la Mancha, decididos a desfacer entuertos o por lo menos a pasárnoslo lo mejor posible, que para eso nos habíamos chupado el viajecito de tropecientas horas en el cacharro ese que llamaban autocar pero que más parecía una guaga. La Mancha, o sea un sol de justicia atizando de lleno en medio de un secarral inmenso donde no se ve un árbol ni nada que de sombra a varios cientos de kilómetros a la redonda. Sed, mucha sed y cada vez menos agua en las cantimploras (que llevábamos camtimploras y todo, no te vayas a creer) y para colmo habíamos fumado algo que nos resecaba un güevo la boca.

Así que después de llevar un buen trecho andando y cargando con la inpedimenta (y sudando como gorrinos aunque es sabido que los gorrinos, por lo menos los de cuatro patas, no sudan) nos topamos con un lugareño, que tal debía de ser por la guisa que se gastaba, y le preguntamos muy amablemente (no se fuera a liar a golpes con el callao que llevaba al vernos las greñas, sobre todo las mias) que si faltaba mucho para la Peñota (de marras). "¡Quía!", contestó, "si está a tiro piedra!", lo que nos infundió nuevos ánimos. Reemprendimos el camino tan alegres pensando que ya no faltaría mucho sin caer en la cuenta de que en aquella comarca las piedras las debían tirar con algún artefacto capaz de propulsarla con la fuerza de un obús a todo rabo. Cuendo por fin llegamos, ya estaba anocheciendo, así que decidimos acampar en la ladera del montecillo en cuestión y como no se veía un carajo las pasamos más que putas (¡huy perdón!) para montar la dichosa tienda.

Luego nos sentamos a la fresca a comernos un bocata y a ver el cielo estrellado, que eso si que merecía la pena, oyes. Como era verano, no habíamos llevado saco de dormir ni nada (tampoco colchonetas), así que nos tumbamos directamente en el suelo para conseguir el reparador descanso que había de traernos el sueño. Dormir, dormimos del puro machaque que nos habíamos metido ese día en plan caminata y cargados con los pertrechos. Pero cuando amanecímos nos dolía todo el cuerpo, que éramos chicos de ciudad y para eso de dormir encima de las piedras no estábamos acostumbrados. A mi se me había clavado una, de las muchas que había debajo del suelo de la tienda (ya dije que la montamos con muy poca luz) en toda la rabadilla y me hacía un daño del copón. Así que decídimos recoger, poner rumbo al pueblo de Emeterio y buscar un lugar más propicio. Más caminata.

P.D. Continuará... (un día de estos).

No hay comentarios:

¡Compártelo!