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Escalando la torre del castillo

Bueno, es un decir (¡que pena!, quedaba tan de aventureros jovenzuelos y romanticones... Esto último no es un taco, palabrota ni blasfemia, ¿eh?, que hay por ahí cada uno... ). Castillo, lo que se dice castillo, pues no, la verdad, aunque a nosotros nos iban los castillos y la cosa medieval esa, oyes, pero en los Madriles, pues muchos castillos como que no hay. ¡Que se le va a hacer!, que no vamos a tenerlo todo, además de nuestro natural gracejo y simpatía arrolladora. Me refiero a la torre del "castillo" de Torrelodones, población serrana (más bien a pie de monte) de la Villa y Corte (¿porqué escribo así?, ¿que me está pasando?, creo tengo que dejar de leer las novelas históricas de Pérez-Reverte...), de la cual toma su nombre (no de Villa y Corte, no, de la torre del "castillo", de ahí lo de "Torrelodones" ¿se entiende?, ¿no?, pues da lo mismo).

En fín, que no es un castillo ni es ná, como puede verse en la foto que he puesto, o en todo caso un castillo de lo más enano, raquítico, escuchimizado y pedorro, ¡joder!, que los castillos son más en plan mole, con mogollón de torres y almenas, puentes levadizos y todo eso, y este, que parece casi de jugete (¡oye!, a ve si va a ser...). Pues parece, rebuscando en los libracos (o sea, en la internet, que los libros pesan mucho, ocupan un puñao de sitio, cojen polvo, y encima ¡hay que leerlos!) que el ingenio arquitectónico ese (si el de la foto) fue obra de los árabes que había por aquí cuando ni tu (si, tú, ¿quién va a ser si no?, ¿hay alguién más leyendo esto?) ni yo habíamos nacido, ni nuestros tatarabuelos tampoco), por aquello de la vigilancia. Se conoce que el peligro (si lo había, y no fue consecuencia de una apuesta a ver quién hacía más el inutil) no debía ser muy grande, que si no ya habrían edificado algo más en plan dabuti, de impresionar y esas cosas.

Bueno, pues que nos daba por irnos (cuando había buga, y en las noches de verano, claro, que tampoco éramos gilipollas como para quedarnos al relente serrano -o de pie de monte, que se le parece mucho-, en pleno invierno) a la susodicha torrre del castillejo ese de Torerelodones, a bacilar, ver las estrellas y todo eso, que los jipis somos gente muy rara y con gustos extravagentes que en vez de quedarnos en casa o en el bareto a ver el futbol o los toros preferíamos irnos a la montaña (o pie de monte, en su caso), y a falta de un "Stoneage" de esos por aquí, que por lo visto a los druidas celtas no se les había perdido nada por estos páramos (y mira que tampoco me extraña), pues había que conformarse con la brirría de la torrezucha y echarle imaginación (y otras cosas, que ya le échábamos ya) para poder flipar un poco e imaginar que nos habíamos trasladado a otro tiempo, otra época, yo que sé,

Lo de ir de noche, era por el canteo y no fuera a llegar la guardia civill y encerrarnos por masones, maricones, rojos de mierda, drogadictos y todo lo demás (que iba en el mismo paquete). Alguna vez fuimos por la tarde, y hasta nos tomamos una birra en un bareto del pueblo y en la tele salían los WHO en directo, que alucinábamos en colores y no sabíamos si es que los lugareños estaban enganchados al rock´n roll pero andaban disimulando por el que dirán (que no nos parecía muy probable la cosa) o es que estaban sordos como tapias y no se enteraban de la misa la media (o se les había escacharrado el trasto y no había manera de apagarlo, que cambiar de canal tampoco se podía, que no había más).

Y las noches de avneturas medievales (que fueron cuatro o cinco, que tampoco es que estuviéramos todo el rato dale que te pego) los más osados, o sea, casi todos menos yo, iban y se mentían dentro de la torre (bueno, eso yo también lo hacía, que tampoco es que fuera un acojonado, sino que miraba mucho por la integridad de mis huesos) que tenía una escalera toda herrumbrosa y hecha polvo y añicos, y estaba partida por más de un tramo, con los peldeaños colgando al vacío, e iban los muy osados y empezaban a escalarla (yo, por supuesto, no, que me quedaba esperándoles abajo, tan ricamente, que a mi las alturas no me han seducido nunca) para llegar arriba, a la cima , y asomarse y flipar con el paisaje nocturno y todo eso, que flipar fliparían, pero tampoco es que estuvieran subiendo una Babel o la torre Eiffel esa, que ésta no levantaba más de quince metros del suelo, y además de noche, tampoco se vería mucho del paisaje, digo yo.

¡Lo que son las cosas!, con el tiempo y los años (que es más o menos lo mismo, pero se me está acabando el rollo y de alguna manera tengo que terminar este post) he acabado viviendo muy cerca, y la veo a menudo (a la torrezucha esa) cuando voy en el bus al curro, y no puedo por menos que sonreirme y acordarme de aquellos años de aventuras (cutres, si, pero aventuras, al fin y al cabo). No tendríamos castillos cuya torre escalar (que conste que yo no he dicho nada de rescatar a la dama, y ya se sabe, luego... pero hay algunos que lo están pensando), pero con la imaginación nos bastaba.

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