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Ni una palabra

Entre las cosas curiosas que nos sucedieron está el repentino acceso de no hablar de Rulo. Que le dió por no hablar al tío, quedarse calladito todo el rato, que por no decir no decía ni pío, vamos, ni una palabra, y había que sacarle cualquier vocablo con sacacorchos., que parece que se hubiera convertido, así de pronto, en un habitante de Laconia, célebres desde antiguo por su habitual parquedad de palabras, lo que no resultaba muy probable porque, por lo demás, tenía la misma pinta de siempre. La verdad es que es un episodio que tenía casi olvidado, o escondido en algún oscuro y recóndito rincón de la mollera, pero el otro día me lo recordó Quique, que lo había estado comentando con nuestro amigo el Bola (cariñosamente "Bolita") que se ven a medudo y por lo visto se acuerda de un montón de cosas (pues nada, tronco, échanos una mano).

Hay que ver que raro funciona esto de la (mala) memoria. Durante una temporada larga apenas te acuerdas del asunto y un buen día viene un viejo amigo, te lo comenta y ¡zas! comienzas a recordar hasta el más mínimo detalle. O sea, que no se me había olvidado, solo que no me acordaba (que parece ser que es lo mismo, pero no lo es). Pues eso, ahora lo recuerdo perfectamente, que a Rulo le dió de repente por no hablar, pero por no hablar nada en absoluto, que te contestaba con monosílabos, llegado el caso, y permanecía todo el tiempo más callado que un muerto, solo que, a diferencia de los muertos, lucía buen color y moverse si se movía. Como no tenía mal aspecto y por lo demás hacía vida normal (íbamos juntos a todas partes tomábamos birras, tocábamos y eso), solo que no hablaba, no nos preocupamos demasiado, habida cuenta de que ya éramos conscientes desde hace tiempo de su vena un tanto mística y su talante extravagante.

El que peor lo llevaba, era Salva (así que los más despiertos ya habréis adivinado que sucedió antes de que este se fuera a la mili, o sea en plena época de esfervescencia de MOH), que le llevaban los demonios eso de que estuviera todo el rato callado y no le cabíoa en la cabeza ni comprendía porqué. Y por más que lo provocaba, nada que no había manera. El otro se sonreía, síntoma inequívoco de que no le pasaba nada grave (o de que estaba como un verdadero cencerro) pero no decía ni mu. A lo más se limitaba a encojerse de hombros. Gesticular si que llegaba a gesticular, no mucho, de vez en cuando y hasta se reía y todo en contadas ocasiones, pero pasaba por completo de hablar (lo que no debe ser tan malo, si nos paramos a pensar en la cantidad de tonterías que podemos decir en un momento).

Estuvo así un tiempo, ni poco ni mucho, más de algunas semanas y menos de varios meses, hasta que un día decidió volver a hablar de nuevo, así de sopetón y sin previo aviso (que aunque no hablara nos lo podía haber escrito en un papelito por lo menos, que aguno tendría a mano, o comunicado por señas, que ya le habríamos entendido acostumbrados como estábamos a su silencio). Hubo gran regocijo y alborozo generalizado y hasta alguno propuso celebrarlo por todo lo alto (tomándonos unas birras o yéndonos a cenar al chino), que la cosa no era para menos aunque no hubiera peligrado su salud como parece que así fue (aunque no podemos decir lo mismo de la de Salva), pero al final se quedó tal cual, que Rulo había vuelto a hablar, como quién no quiere la cosa. Por cierto, nunca llegamos a saber porqué había dejado de hablar. Cosas de Rulo.

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