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Un día como cualquier otro

Un día como cualquier otro, me levantaba a las 7, 30 de la mañana para ir a la uni (tenía que coger dos trasbordos de metro y un autobús en Moncloa y tardaba más una hora). En la estación de El Carmen había quedado con mi amigo domingo. Allí le bacilábamos a la taquillera, porque un día que no tenía cambio nos dijo que había que traer el importe suelto y desde entonces le soltábamos un porrón de céntimos para pagar el billete. Y juntos nos íbamos de mejor humor a clase, y si venía muy lleno, que pasaba muchas veces, nos subíamos entre los dos vagones (para habernos matao) hasta llegar a la estación siguiente, que era Ventas, donde se bajaba mogollón de gente. Una vez en la uni algunas clases nos las fumábamos (y otras cosas), vamos que no íbamos, dependiendo de lo muermo que fuera el profe y de las ganas que tuvieramos. No se puede decir que fuéramos unos estudiantes ejemplares. Comíamos en los comedores del SEU por 25 pesetas, o nos comprábamos una barra de pan y foigras de La Piara en Moncloa para quedarnos las pelas.

Por la tarde a la Biblioteca. Una pequeña siesta de 20 minutos sobre los libros en la mesa (que las siestas largas son chungas y sobre todo te entraba una torticulis de espanto como la prolongaras) y a empollar. Bueno, si teníamos ganas. Al final algo estudíabamos, porque nos quedábamos hasta las siete o las ocho que volvíamos al barrio. Allí, en la biblioteca nos juntábamos unos cuantos colegas y amigos y tambian había su poco, o su mucho, de cachondeo, hasta que el bedel nos recriminaba con gesto adusto y mirada seria, pero sin demasiadas ganas. Contábamos chistes, anécdotas, bacilabamos a las tías (que por cierto no nos hacían ni puñetero caso) y cosas por el estilo. A veces venían al Bola y su amigo Juan, ambos estudiaban enfrente en la Facultad de Derecho y la cosa se animaba aún más.

Vuelta al barrio. Si era invierno a pasar frío en la calle. Si ya había templado nos íbamos al parque con las guitarritas hasta la hora de cenar (en Castilla y en Madrid se cena tarde, es sabido). Y ese era un día normal. Bueno, a no ser que decidiera saltame la uni, ir a buscar a Quique a la Cuesta de Moyano, que curraba allí con los libros, para convencerle de que nos fuéramos por ahí (al Retiro, o a buscar al Rulo a la salida del curro para convencerle de que no fuera a clase, lo que no nos costaba mucho). O que después de comer me fuera a casa de Rulo directamente pasando de la biblioteca a escuchar musiqueli, o a casa de Juan a hacer exactamente lo mismo. O a ver una peli de arte y ensayo (¡que vaya bodrios que nos hemos tragado!) al cineclub de Caminos o a la Filmoteca (que eran baratos). Recuerdo como especialmente coñazo la de "Mis noches con Maud" (los cinéfilos me perdonen), aunque también pelis buenas como "La Salamandra", que me encantó, o "To be o no to be", que sigue siendo una de mis pelis favoritas (aunque no creo que sea de arte y ensayo, más bien todo lo contrario) y en mi opinión mejor que "El Gran Dictador" (los cinéfilos me perdonen de nuevo, y sino que pasen de mi directamente, que yo tambien paso de ellos).

O que, decidieramos que nos íbamos, desde la uni, en el coche de Juan, a la casa de los padres del Bola en Avila, en pleno invierno, sin cadenas ni un duro para gasoliana (eso pasó más de una vez y hubo una no nos matamos gracias a su pericia bajando desde Navacerrada, que aquello patinaba mogollón. El guardía civil que nos cortó el paso y nos hizo dar media vuelta, mientras un camión se descizaba peligrosamente hacia nosostros -que la nevada había pillado de improviso- dijo: si no saben derrapar se matan). Pero no dejaban de ser días normales, como cualquier otro, o eso nos parecía a nosotros.

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