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Mas mordiscos da el hambre

Hambre, lo que se dice hambre, no pasábamos, la verdad, que siempre había papeo en casa, que de eso se ocupaban las madres y que para eso vivíamos en un barrio casi periférico de clase media muy media (por no decir calcetín). Otro tipo de hambre, no voy a afirmar ahora que no pasáramos, que éramos jóvenes y las hormonas solían desmadrársenos (sobre todo a mi, que además no me comía -como ya es sabido- un rosco), que eso se les da muy bien a las hormonas, desmadrase, y ¡ale!, a verlas venir... (a las chicas), y a verlas pasar (de largo) también (sobre todo mi menda, y es que mi temprana juventud fue un infierno, de hecho es un milagro que esté cuerdo, algún día os la contaré...).

No, me refería a lo otra hambre, que no es que tuviéramos mucha, pero como carpetovetónicos pobladores de esto de aquí, nos iban los baretos, las cañitas y esas cosas, y claro, al final, terminaba haciendo hambre (y eso que no solíamos tener, menos Juanjo, un duro). Y ya que hablamos de baretos (¿qué?, ¿que se ha notado mucho que la introducción era un pretexto para hablar de los baretos?, bueno, pues mira, que le vamos a hacer, que uno tampoco es el Chespir ni el Torrente Ballester y hace lo que buenamente puede, que ya es bastante) había uno en la trasera de Virgen del Coro, cuasi esquina con Virgen de la Alegría (si, ya lo se, todas las calles del barrio eran "vírgenes", menos la principal, Avda. Donostiarra, donde, en el 24, vivíamos Quique y yo), que no me acuerdo ahora como se llamaba, pero que lo regentaba una señora que hacía unos bocatas de tortilla (española, que la francesa no es tortilla ni es ná) que flipabas.

Y a veces, cuando juntábamos algo de pela, nos íbamos al bareto es cuestión, que además era barato y nos pillábamos unos bocatas de tortilla de patatas que nos sabían a Gloria (Por cierto, ¿alguien sabe a que sabe la tal Gloria?, que yo no he tenido oportunidad y lo mismo estamos aquí metaforeando sin ton ni son y a lo mejor la tal Gloria sabe a bocata de somormujo, o a algo aún peor, que para estas cosas es mejor estar prevenido). Bueno lo dicho, ¡menudos bocatas tortilla!. Que no estaban ya hechos y revenidos, como en otros sitios donde solo les falta el certificado de defunción, sino que allí, en aquel pequeño bareto de nuestro barrio la señora que lo regentaba, y que hacía las veces de nuestras madres cuando lo frecuentábamos, te hacía la tortilla delante de tus narices. ¡Toma ya "fast food" de la guapa!.



El ingrediente del bocata, ¡yummmm!

Tal era la pasión que despertaban a nuestros, no diré escuálidos, pero si insaciables jóvenes estómagos, los susodichos bocatas que, en una de estas, nada más que nos los habían servido, después de haber estado esperando relamiéndonos a que se cuajara la tortilla, Rulo pilló el suyo y con un gesto que hubiera hecho palidecer al mismísimo Pantagruel exclamó: ¡Váis a ver que mordisco le meto!. ¡Joder que si lo vimos!, como que se le descoyuntó la mandíbula inferior de tanto que abrió la boca el tío, y con voz estertorea masculló: ¡ahivá que putada!, a lo cual al resto -creo recordar que estábamos Salva, Pato, Bola, Quique y yo- nos dio un ataque de risa que casi nos meamos encima, mientras el Mago Jarragus, sin perder la compostura, nos decía con un trozo de bocadillo colgándole de la boca y con un acento entre gangoso y eslavo del sur: ¡no os riáis cabrones!.

Al final, Salva se la volvió a colocar de un certero guantazo en el mentón, mira tú que nos quedamos perplejos, ya que fue el único que le echó narices y estuvo muy propio el tío y hasta parecía que lo hacía a diario (arreglar mandíbulas descoyuntadas de un guantazo en el mentón) y Rulo pudo, finalmente, terminarse el bocata como los demás. En fin más mordiscos da el hambre (el de verdad), pero ya no hemos vuelto a comer un bocata tortilla patatas como los que hacía aquella mujer, ¡bendita sea, demonios!.

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