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Rebeldes (con causa)

Eramos rebeldes. En primer lugar porque éramos rockeros y los rockeros, ya se sabe, son siempre un puñao rebeldes. En segundo lugar porque éramos jóvenes y los jóvenes o son rebeldes o son imbéciles (que lo dijo el profesor de Filosofía el primer día de clase en la Facultad ante el alborozo generalizado de todos los estudiantes, yo incluido, bueno, menos de dos o tres imbéciles que había en el aula). En tercer lugar por la mierda del país en que vivíamos, y eso que aún no entendíamos mucho de política, pero nos jodía lo cutre y lo arbitrario. Y aquí había mucho de cutre y arbitrario. Así que éramos rebeldes, pero con causa.

Bien pensado es la única forma de ser rebeldes, porque ser rebelde sin causa, como el James Dean (que no hay nada como morirse joven siendo un pésimo actor para convertirse en un mito) en el bodrio aquel de peli que tuvo tanto éxito, es de imbéciles o sea que no eres un rebelde sino un imbécil (que ya lo había dicho el profe de Filosofía que algo tenía que saber del asunto que para eso era profe y nada menos que de Filosofía, una cosa muy profunda que habían inventado los antiguos griegos y apta solo para las molleras más privilegiadas). Y como no nos convencía que las cosas tuvieran que ser así porque así habían sido toda la vida (que vaya un argumento más cutre) ya éramos rebeldes. Que aquí, por otra parte, tampoco era muy difícil, aunque luego, eso si, tenías que apechugar con las consecuencias.



Así que en vez de ser gilipollas o imbéciles, que se le parece pero no es lo mismo, éramos rebeldes (y además unos cachondos mentales, que no ibas a estar todo el día amargado con el jodido mundo este), que en eso mira tú, salíamos ganando. Rebeldes en nuestros gustos y preferencias, en la forma de vestir y desarerglarnos, en nuestro vocabulario y nuestro lenguaje corporal, en nuestras lecturas (cuando eso era posible, que no siempre) en la música que tocábamos y en la que nos gustaba. Rebeldes que no macarras ni bordes (no confundir, por favor, que no tiene dada que ver una cosa con la otra).


Nuestra rebeldía era un antídoto vital contra la cutrería y lo arbitrario imperantes. ¿Porqué no podíamos besar a una chica en la calle o en el parque?. (Bueno, en mi caso está claro, porque no me comía una rosca, pero ese no es el tema... ). ¿Porqué no podíamos expresar nuestra alegría cantando y metiendo barullo?. ¿No es lo normal en los jóvenes?. ¿Porqué se tenían que meter con la pinta que llevábamos?, ¿se habían fijado bien en la pinta que llevaban ellos?. ¿Porqué tenía que ser todo tan cutre?. Estaba claro, aquí a la gente no le molaba que fueras rebelde y preferían que fueras un imbécil.

¡Pues iban daos!, que iban a tener rebeldes para rato, que una vez que le coges el gustillo ya no es tan fácil dejarlo, oyes, así que, ¡ale!, jóvenes, rockeros y rebeldes, no te fastidia...

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