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Guru Maharishi (va a ser que no)

Era veranito. Y alguien había llenado el barrio de octavillas de un tal Guro Mahandulila, bueno, no me acuerdo como se hacía llamar el tipo, así que usaré el de los Beatles y los jipis, el Maharishi ese, que era todo meditación y amor universal y un día le pillaron cepillándose unas cuantas titis (por lo del amor universal, seguro) y los de Liverpool se desengancharon de aquel rollo (menos el Harrison, que era contumaz y siguió una temporada con la brasa hindú), pero, como si nada, que el tío era imperturbable y siguió dando la matraca con lo suyo y murió a los noventa y tantos y muy rico, como todos los gurus, ya es sabido. (Seguro que hay alguien que se mosquea, sorry, soy alérgico a las tomaduras de pelo)

El caso es que nosotros estábamos por principio destinados a convertirnos en fieles seguidores del guru Mahandulila ese, o como se llamase, que para eso nos había entrado la vena por lo oriental, y más concretamente por la India, después de escuchar el Sargent Peppers, que hasta me había apostado mil pelas (de entonces) con Alfredo, más conocido como "el Chila", un tronquete del barrio y del cole, que cuando cumpliera los 18 me iba a ir a la India, y él, que no hay lo que hay que tener, y yo, que te digo que si, y en ese plan. (Por cierto, cumplí los 18, no fuí nunca a la India y "el Chila", como que se hizo el tonto y no se acordó más de la apuesta, majete el tio ¿eh?).

Y además habíamos oído al Ravi Shankar, que era algo muy propio de unos jipis como nosotros, tocando el sitar, dale que te dale, que había tocado con los Beatles y con quién se apuntase, y flipábamos mogollóm. Así, que una tarde de aquel veranito nos acercamos al antro del guru ese, que en realidad era un chalecito que tenía el tipo, o sus acólitos, bien mirado, en Arturo Soria que no estaba lejos del barrio, y nos fuimos para allá andando tranquilamente.

Llegamos, y nos recibieron en la entrada unos pavos, todos con sus túnicas blancas y muy jipies ellos, y había que quitarse los zapatos y luego entrabas en un jardín y te aplastabas en el suelo, sobre unos cojines (eso si) y te tragabas la charla que te daban. Que si el amor universal, que si la manera de pillarlo, que si lo supérfluo de las cosas materiales, que si el guru nos quería a todos un güevo, y que si nos apuntábamos seríamos felices para siempre jamás. Y allí estábamos nosotros, Quique, Rulo, Salva, Juanjo, creo que también Cesar, y yo entre perplejos y deslumbrados, pues que había una tía que hablaba de vez en cuando y estaba muy, jipiosamente, buena.

Así que se acabó la sesión, y nos fuimos para el barrio en un mar de dudas, que si no se, que el Juanjo decía que si te hacían feliz para siempre ¿porqué no probarlo? y al final decidimos que volveríamos otro día a ver si nos decidíamos o qué, que por lo visto había que alejarse del mundanal ruido, y eso aun no lo teníamos ni un poquito de claro. Que eramos jipis, pero también urbanitas de nacimiento, y lo de estar todo el día con el trantra y el mantra, como que no.

Así que volvimos, a los pocos días, otra tarde de aquel veranito, pero esta vez llevábamos refuerzos en el plano astral. Nos acompañaba el Carmelo, que era el cuñado de Quique, un tío muy enrrollao que sabía mogollón de cosas de teosofía y espiritismo, y de filosofías orientales y de los gurus también. Y nada más llegar, en la entrada del chalecito, que como he dicho había que quitarse los zapatos para pasar al jardín, según nos íbamos descalzando le dieron a él solamente un barrita de sándalo (que es como un incienso muy exótico y oriental) encendida, y que ya podíamos pasar.

Total, que el Carmelo se pilló un rebote que no veas, que pensaba que les había parecido que le olían los pinreles (o los pieses, en su defecto) y por eso le habían dado el sándalo, y que a él no le olían los pinreles (ni los pieses) y que eran unos mamarrachos de aupa y otras cosas por el estilo, y que aquello tenía muy poco que ver con la meditación trascendental y con el amor universal de los c... . El caso es que le dió un punto crítico, que estuvo mosqueado toda la charla, y nosotros como que empezábamos a oír algo raro en lo que decían, como que no nos cuadraba mucho, que si el guru te da la felicidad, que menos que darle tú todo lo que tienes para que él pueda seguir dando felicidad, ¡que el tío se quería quedar con nuestra pasta!. Así ya puede ser el Maharashi, ese, que quiere decir "Gran Vidente", que visión no le faltaba al menda desde luego.

En fin, nos fuimos muy decepcionados y nunca más volvimos a aquel lugar, incluido Juanjo, que en principio era el más proclive, que era una comedura de coco, y para comeduras de coco ya teníamos bastante con el país en el que vivíamos. Más tarde, Carmelo llegó a ir a la India, con unos amigos, y se volvió todo espeluznado de lo que había visto allí, muchos jipis gilipollas y mucha miseria y una indiferencia general a lo que pasaba, que es tu karma tronco y te aguantas, pero que a él no le molaba aquello ni un poquito. O al menos eso es lo que nos contó. Le creímos entonces y le sigo creyendo ahora.

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