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"Carolina"

Pues no, no es el nombre de alguna novieta o de una amiga muy especial, ni tan sin quiera de una amiga nada especial. El "Carolina" era un antro. ¡Un respeto!, ¿eh?, que algunos antros pueden ser lugares muy dignos. Sino véase toda la literatura sobre religiones antiguas que abunda en referencias al "antro del dios tal" o el "antro de la diosa cual". Este, sencillamente era hortera. Se trataba de una sala de fiestas, si, si, no una discoteca no, ni una boite, como la "Boite del Pintor", que tanto le gustada a Juanjo y a donde nos invitaba a menudo (ya dije que manejaba pasta). ¡Una sala de Fiestas!.

Los más jóvenes, si hay alguno que lea este blog, os preguntaréis qué demonios es eso. Bien. Una sala de fiestas, es un local donde se va a bailar, preferiblemente los éxitos más horteras del momento y alguno de años anteriores, al son de una orquesta. ¡Tampoco hace falta que sea la Sinfónica de Londres!. Con que sepan tocar el repertorio basta. En aquella época, abundaban las salas de fiesta. En el barrio, por ejemplo había una, el "Club Canciller" donde a menudo el cartel de la entrada anunciaba a unos tal "Escobarino y los Xuyos". Como lo estáis leyendo. Estaba claro que alguién era gallego allí, pero aún así, subsistían muchas incógnitas. Muchas veces me he interrogado sobre el sentido de tan logrado nombre para una orquesta de sala de fiestas, pero aún me intrigaba más la razón por la cual aquel sumé había decidido que su nombre artístico fuera "Escobarino". A no ser que se tratara de un homenaje encubierto al gran Manolo, que todo puede ser, oyes.

Salva, live at "Carolina"

El "Carolina", antro hortera donde los hubiese, estaba por Cuatro Caminos. Resulta que el padre de Salva (que pensabais, ¿que no iba a volver a salir?) era, como ya dije músico profesional (y de los buenos). Y españolito, también. Y claro, como todo españolito con familia por aquel entonces estaba pluriempleado. Vamos, que el hombre tocaba los sábados en el mencionado antro en una orquesta formada, por lo demás, por muy buenos músicos, de conservatorio y todo ¿eh?, pero que tenían que buscarse la vida. Resulta que un día se quedaron, por lo que fuera, que nunca tuve mayor interés en averiguarlo, sin batería, o baterista, que también se le llamaba así por aquellos años, y el buen señor pensó que quién mejor que su hijo, Salva, que la verdad, cada día tocaba mejor, para reemplazarle.

Resultado, el pobre Salva se vio de pronto abocado a cortarse las melenas, que ya lucía, como todos, unas considerables greñas por aquel entonces, ¡pero es que el antro era muy fino!, y a dedicar todos los sábados de su vida y las nocheviejas también a tocar en la orquesta de su viejo. Así que más de un sábado, Rulo, Quique y yo nos íbamos dando un paseito de nada, sobre todo cuando el tiempo acompañaba, hasta el dichoso "Carolina" a esperar a que Salva terminará de tocar con la orquesta. Como éramos los amigos del batería se nos permitía esperarle en camerinos, que hasta de eso tenían, lo cual estaba bien por una parte, ya que nos permitía alejarnos de la curiosa fauna que poblaba la pista de baile, y por otra no tan bién, porque encerrados en el cuartucho nos tragábamos parte de exitosos repertorio, como, por ejemplo ¡Bailemos el Bin-Bon!. ¡Nosotros!, unos músicos de lo más underground que ya aspirábamos a psicodélicos.

Un día al bajista de la orquesta del "Carolina" le debió de dar un arrechucho o algo, ya que el padre de Salva, ni corto ni perezoso, fue y reclutó para cubrir la vacante a Rulo. Bueno era una cosa temporal, y estaba claro que el Mago Jarragus podía tocar horteradas los sábados en un antro como aquel, pero a lo que no estaba dispuesto, ni mucho menos, era a cortarse las greñas, que también le lucían lo suyo. Así que, tipo práctico, se compró una peluca cortita y antes de salir al escenario se afanaba en ocultar sus abundantes guedejas bajo el singular artilugio. ¡Era para verlo!. Claro que de eso yo también tengo que contar lo mio y lo del casco de motoriasta antipedradas, pero eso otro día ¿vale?, además tampoco tiene una relación directa con el grupo. Terminada la sesión, ambos volvían, como quién no quiere la cosa, al otro lado del espejo, donde ya nos habíamos acostumbrado a morar tan guapamente. ¡Ah, que tiempos!.

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