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Amores y desamores

Los mios, que no voy a contar los de los demás sin su consentimiento ¿no te parece?. Que los cuenten ellos, en todo caso, si lo tienen a bien o les viene en gana.

El caso es que yo seguía siendo bastante enamoradizo, que no faldero (no confundir, por favor), que lo mío era un síndrome eminentemente platónico -o sea, jodido- que siempre he sido un tímido contumaz, aunque no lo parezca (¿que si que lo parezco?, oye, y tú ¿como lo sabes?, ¿acaso me conoces?, ¿me has visto alguna vez?, ¿hemos comido juntos?, bueno pues eso, ya está bien de interrupciones ¿no?, ah, ¿que me estoy interrumpiendo yo mismo?. ¡No puede ser!. ¡Han vuelto!, las voces ¡han vuelto!).

Bueno, a lo que iba (se han ido las voces, menos mal), resulta que era más cortao que las mangas de un chaleco y no ligaba ni pa trás (ni pa delante, tampoco). Pero era muy enamoradizo y proclive a que me encandilaran las miradas tiernas de las chicas, que a decir verdad, tampoco me dirigían muchas. Que no sé si es que era un feto malparido (que se decía entonces como el no va más de la fealdad), que era soso, que tampoco mucho, oyes, que uno tenía su gracejo, de vez en cuando, o que siempre me quedaba en el rincón, como el Roger Wayers de Pink Floyd, que lo leí el otro día en una estrevista que le hacían al tío (¡Que alivio saber con el tiempo que no era el único!).

Va a ser eso. Puro corte. Y la tendencia platónica de las narices que a veces entraba en grave conflicto con mis hormonas masculinas (que ternerlas, las tenía). Además, yo era sumamente exigente, vamos un disfraz para ocultar la timidez, y alguna encerrona que me prepararon para ver si ligaba de una puñetera vez -y no iba siempre de carabina- obtuvo idefectiblemente (que no se que significa, pero queda muy bien) al final el mismo resultado: nada de nada.

Incluso cuando una chica me tiraba los tejos, lo que ocurría muy raramente, pero alguna vez llegó a pasar, la cagué con el dichoso corte. Que me enrollaba a darles palique, en vez de lanzarme al morreo, como hacían los otros (y el resto del mundo, bueno, la mitad masculina del resto del mundo) y, claro, terminaba aburriéndolas con tanta charla, y me dejaban más plantado que un geranio en un balcón de Andalucía.

Lo que no quiere decir que no tuviera amigas. Si que las tenía, y muy buenas amigas. En general mis amigas eran las novias de mis colegas o sus hermanas, Pilar, Carmen, Lourdes, Delia, Yayu, aunque también estaban las amigas del barrio y la baska, Ana, Menchu, Mamen o Pilar (que es otra). Con unas tenía más trato que con otras, pero eran mis amigas. Y también les daba la barrila con el palique, que siempre he sido muy paliquero -por eso trabajo de lo que trabajo- pero a diferencia de las otras, ellas no se lo tomaban a mal. Eran mis amigas.

Bueno, la verdad es que había en la Facultad una chica que me traía loco, mejor dicho nos traía locos a muchos, y yo, no sé como me lo monté, que un día, por fin, le di un beso (largo, eso si) en la estación de metro de Moncloa. (Que vi girar los planetas, las estrellas y todas las cosas esas que se dice que se ven). El sitio, por otro lado, no podía ser más romántico, no me negareis. Que me costó lo mio, oyes, pero al final me lancé. Y quedamos para el día siguiente (que esa noche era la Verbena de la Paloma, como lo estáis leyendo, ¡toma ya rock duro!, pero yo no podía ir, y se fueron el resto de la panda de mi Facultad, no confundir con la baska).

Total, que resultó que el Bola, que no estaba al corriente de mi lance amoroso, y era asiduo el tío de la panda de mi Facultad (que estudiaba Derecho, pero se pasaba más tiempo en mi Facultad que en la suya) además de ser uno de la baska (¡ventajista!) tuvo la magnífica idea de declararse esa misma noche a la misma chica que yo había besado (largamente, eso si) en la estación de metro de Moncloa, así que ella, que sabía que eramos muy buenos amigos, pensó que la estábamos vacilando o que éramos unos caraduras (por no decir otra cosa), que no era el caso, y allí mismo terminó aquel singular romance. No, si suerte no nos faltaba ( a ninguno de los dos).

En fin, el Bola y yo seguimos siendo amigos, pero sin novias y un poquito más descompuestos (que las hormonas apretaban lo suyo). Y... ¿que demonios tiene que ver esto con la música y con MOH?, Pues musho, tiene que ver, que los estados de ánimo y lo hormonales también influyen a la hora de tocar, que está demostrado, pero, ¿que digo?, que cuando tocábamos nos olvidábamos de todo y lo pasábamos cojonudamente bien. Lo malo es que no podíamos estar tocando todo el día.

(Tampoco hay foticos esta vez, sorry)

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