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¡Escarrramia!

Aunque a algunos nos había entrado la vena mística y un tanto trascendente, tampoco es que nos hubiéramos convertidos en unos monjes ascetas. Nos seguía molando el jolgorio, las bromas y las tías (cosas que, al parecer, a los monjes de cualquier tipo o pelaje nos les van mucho, o al menos eso es lo que suelen decir ellos). Tampoco es que fuéramos unos juerguistas inveterados y unos gamberros, bueno, a veces un poco, pero lo cierto es que no desaprovechábamos la ocasión de echar unas risas, como se dice ahora.

Un día, Juanjo, tuvo que marcharse por asuntos de trabajo, era algo mayor y ya curraba, con lo que tenía buga y siempre manejaba pasta -no como yo que andaba normalmente "pelao", pues mi asignación de estudiante solía pulírmela a comienzos de mes en comprarme algún disco y luego, claro, me dedicaba al noble y disimulado arte del gorroneo- a un país muy raro que, por precaución, no voy a nombrar. Estuvo allí - en el culo del mundo nos dijo a la vuelta- como una semana. Estaba tan lejos de casa que, según nos contó, llegó a emocionarse al escuchar en una emisora española en onda corta -entonces se decía así- a Manolo Escobar. Eso, o se le había ido la olla.

Juanjo, en pleno Escarrramia

El caso es que no fue todo tan malo en aquel viaje. Vino de él pertrechado de un singular aforismo que al parecer era muy popular por allí, y que con solo pronunciarlo te llenaba de una potente e hilarante energía: ¡Escarramia!. Nos gusto tanto, por lo singular, exótico y, sobre todo, disparatado, que durante algún tiempo se convirtió en nuestro saludo y grito de guerra y compadreo. ¡Escarramia!.

De esta manera vino a sumarse a otros célebres aforismos, fruto en este caso del fértil ingenio de Quique como: ¡La dicha es mucha en la ducha! o ¡En Chinchón chinchan las chinches!, que esta hecho un poeta el tío, y no solo se despachaba con máximas de este estilo, sino que incluso componía y ordenaba versos en rima consonante en largos poemas repletos de un profundo sentido, como aquel que comenzaba: ¿Que me pasa, que me ocurre que no salto de gozo y otras cosas que no digo?.

Así que al amplio repertorio poético de Quique, a las elucubraciones místicas de Rulo sobre Moh y Weeeh, Juanjo aportó su granazo de arena con ¡Escarramia!, un secreto que, como los otros, compartíamos los iniciados en aquella singular hermandad. A mi mientras me daba por Fulcanelli y el Misterio de las Catedrales, obra que conocí también gracias a Juanjo, que por aquel entonces empezó a llamarme "maestro", aunque creo que en su casa me llamaban "Pitagorín". Pero, bueno, seguiré con lo del tal Fulcanelli en otra ocasión, o no...

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