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¡El Mago Jarragus!

A estas alturas, ya habrá quedado suficientemente claro que el más extravagante del grupo era Rulo, además de uno de los más creativos, a menudo suele ir unido lo uno con lo otro (vete tú a saber porqué), como luego demostraría con el dibujo, la pintura y la fotografía. Un día decidió que no estaba contento con su común apelativo y nos comunicó que desde entonces pasaba a ser el Mago Jarragus (acróstico de sus tres nombres de pila). Si, si, ¡El Mago Jarragus!, investido, eso también, de extraordinarios poderes: los de fabular los mundos más inverosímiles que alguién haya podido jamás concebir.

Rulo y yo de jipis

Ni corto ni perezoso se entregó, con un entusiasmo casi febril, al diseño de una mitología gráfica relacionada con el personaje que casi se convirtió en una muy peculiar cosmología. El mundo de donde procedía el Mago Jarragus, un lugar remoto y etéreo al que llamaba WEEH, o algo así, y en el que esa nube que vegeta que era MOH desempañaba, por supuesto, un importante papel, aunque nunca bien definido del todo, como tiene que ser. Ahí es donde nos dimos cuenta de que estábamos ante un prodigioso artista que, por otra parte, tenía un cuelgue considerable, aunque muy sano e inspirado.

Lo de Jarragus, resultó en cambio, fonéticamente engorroso, por lo que, salvo en ciertas ocasiones en que nos invadía un peculiar estado de trance, seguía siendo Rulo, como siempre.

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