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Un auténtico gilipollas

Antes de todo eso, me volví gilipollas. No un poco o moderadamente gilipollas, no. ¡Me volví un gilipollas auténtico!. ¿Que me había pasado?. Bien, como hijo único siempre había sido un poco gilipollas, pero aquello desafiaba los conocimientos más avanzados de la psicología experimental. ¡Que me había vuelto un completo gilipollas!.

Lo bueno, o malo, del caso es que yo no me daba cuenta de mi transmutación en un gilipollas integral y andaba por ahí tan fresco haciendo gilipolleces. Era orgulloso y tiránico. Y siempre intentaba imponer, como fuera, mi parecer, que tampoco era nada del otro mundo. ¡Cosas de los gilipollas!. Si no era continuamente el centro de atención me cogía unos rebotes de lo más gilipollas. En los ensayos con el grupo a menudo me mosqueaba si las cosas no salían como a mi me perecía que tenían que salir ¡Vaya gilipollez!. Y claro, no había quién me aguantara.

Tenía una novieta, salimos unos seis meses, y al final la planté porque en los baretos jugaba con las maquinitas electrónicas, lo que me parecía una gilipolléz. ¿Quién era más gilipollas?. Bueno, creo que esa fue la excusa que me busqué para dejarla, -luego, todas me dejaban a mi, por gilipollas- pues no se me ocurría nada mejor. ¿A que es de gilipollas?. No es que no la quisiera, pero como ahora diría Berto, que por cierto lleva unas gafas clavadas a las que yo usaba por aquel entonces, la quería, bueno, la quería normal.

Ahora que lo pienso... ¿Me habré reencarnado en Berto?. Pero si todavía no he palmado ni nada. ¿Seremos Berto y yo la misma persona en diferentes dimesiones espacio-temporales? ¡Vaya gilipolléz!, Si ya se me había pasado...

Claro que en verdad, y a diferencia de Berto y su novia de siete años (a mi solo me duró seis meses, ¿eh?), no hacíamos el amor ni nada. ¡Hay que ser gilipollas!. Creo que en realidad salía con ella, porque estaba harto de ir siempre de cesta con los demás, pues ligar, ligar, no ligaba mucho, como estaba hecho un gilipollas. Bueno, éramos unos adolescentes algo creciditos y ya se sabe...

Un día, los otros tres del grupo y algunos de la baska me dieron un toque. ¡Que digo, un toque!, me dieron un hostiazo. "Mira tio, que no hay quién te aguante, ¡so gilipollas!, ¿Pero tu quién te has creído que eres, macho?. Ya puedes ir cambiando y dejar de hacer el gilipollas si no quieres quedarte más solo que la Una". O algo parecido. Así, que con mucha rabia me tragué mis malos modos y mi estúpido orgullo e intenté cambiar, un poco. ¡No quería quedarme sin grupo y sin amigos!, ¡Menuda gilipolléz!. Pero creo que no fue tanto el esfuerzo que hice, ¡no iba a ser tan gilipollas!, como que al poco tiempo llegó el "humo azul" y las cosas cambiaron (y yo también, un poco)...

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