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¡Por fin llegó el desquite!

En el barrio se celebraban las fiestas cada año en la plazoleta, como la llamabmos nosotros. Ese año el padre de Salva, vaya ¡este hombe está en todas partes! consiguió que tocáramos de teloneros de la atracción principal, un grupo que se llamaban Los Taxman, o algo parecido. Por supuesto, eran mayores (que nosotros) y sabían tocar, aunque su repertorio se nos antojaba un tanto comercial. Bueno corrijo, lo de teloneros es una exageración. Se nos permitía tocar al final un poquito, para eso nos dejaban su equipo.

Y esto fue lo que pasó: subimos al escenario, empezamos con un tema nuestro y ¡comenzó a llover!, ¡A llover a cantaros!. Así que nada, hubo que suspenderlo. Alguien de la organización de los festejos pensó, tal debía ser la cara de frustración que teníamos, que tal vez pudiéramos tocar alguna otra canción ¡dentro del coche de los altavoces!, que había recorrido las calles del barrio anunciando a los vecinos el magno evento. Dicho y hecho, Quique y yo nos metimos dentro con nuestras guitarras españolas y con el micro que nos ponía el conductor cantamos dos o tres temas, mientras afuera los incondicionales y algún que otro curioso aguantaban el chaparrón.

Lo mejor del caso es que incluso nos hicieron una pequeña crónica alabándonos en Fotogramas, la revista de cine, que yo de vez en cuando compraba, no porque me apasionara el séptimo arte sino porque salían unas tías estupendas con las que había tapizado literalmente las paredes de mi cuarto. ¡Que cosas pasan!, ¿eh?... bueno me refería a lo de la crónica en la revista. La leímos una y otra vez y durante mucho tiempo la guardamos como oro en paño, el más valioso de nuestros tesoros. Alguien hablaba de nosotros y no lo hacía para mal.

Lo cierto es que estuvimos un año entero mosquedos con la dichosa actuación que se había frustrado tan meteorológicamente. Y en vez de echarle la culpa al tiempo, lo que no sirve para nada, se la echábamos a Los Taxman de las narices, o como se llamaran. Si nos hubieran dejado tocar al principio y no al final, no habría pasado eso. Así que estuvimos doce meses, yo sobre todo, alimentando un cabreo sordo, de esos que te corroe poco a poco por dentro, y pensando únicamente en la posibilidad del desquite.

En el interim fuimos a ver a un grupo que tocaba en uno de los colegios del barrio. Se llamaban Simún y flipamos de lo buenos que eran. Hasta llegaron a sacra un disco que Rulo se apresuró a comprar. Aquella gente si que sonaba bien, interpretando temas de Cream y de Hendrix, que por entonces eran aún casi desconocidos para nosotros. Como no encuentro nada suyo por ningún lado os pongo un video de Cream para el caso:

Nada, que lo de la música progresiva cada vez nos molaba más. Y por fin, unos 365 días más tarde llegó el tan ansiado desquite. Para esta ocasión el padre de Salva, ¡Dios le bendiga!, había conseguido que fuéramos la atracción principal de las fiestas de barrio. Nosotros, si, MOH, bueno y una cantante melódica a la que había que acompañar, pero como no sabíamos nada de ese tipo de música fueron Salva y su padre los que se comieron el marrón. Esta vez no nos dejamos liar. Primero tocaba MOH, por si las moscas, con órgano y todo, que por aquel entonces ya tenía mi flamante Panther (¿He hablado ya de mi flamante Panther?).

Hasta nos marcamos una versión del "In a gadda da Vida" y todo, que luego repetimos en nochevieja en la Misa del Gallo de la parroquia antes de la estampida definitiva. Y temas de nuestros adorados Canned Heat, como "Time Was" que esta vez, y sin que sirviera de precedente, lo cantaba Rulo. Y luego nuestro "Ma belle Christine" (si, fue en esta ocasión) que como ya saben los adictos al blog (si es que hay alguno) era una declaración -en inglés, eso si- de mi amor platónico por la francesita. ¡Que noche memorable!. Por fin nos habíamos quitado la espinita.

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