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¡Vaya marrón!

Aunque lo pasáramos cojonudamente tocando, tampoco es que fuera todo un caminito de rosas. Vivíamos donde vivíamos, de eso no cabe la menor duda. Y en este caso, lo de todo tiempo pasado fue mejor (¡habráse visto frase más reaccionaria!), pues que no del todo. Éramos jóvenes, si, teníamos muchas ilusiones, si, pero también teníamos... mejor dicho, no teníamos un duro.

Bueno alguno teníamos, que tampoco éramos pobres de la caridad, pero todo costaba un güevo. Las cuerdas por ejemplo (si, las de las guitarras, ¿cuales vana ser si te parece?). Tenían la puñetera costumbre de romperse cuando menos te lo esperabas, ¡clack!, ¡a tomar por c... !. Y aún salías bien librado si no te daban en un ojo. Sobre todo la prima y la tercera (que nunca he sabido porqué se la llamaba "prima", prima ¿de quién? y no "primera", pero si ibas a la tienda de música a comprala, que normalmente estaba en la otra punta de la ciudad, que no se te ocurriera decir "deme una primera", que te miraban como si fueras un marciano o cualquier otro bicho raro de esos).

¡Vaya marrón!. Como no había para comprarse los juegos completos de cuerdas, que tenían que ser guapos (Fender o Gibson) para que aquello no sonara a cuerno, las comprábamos de poco en poco. O sea, según se iban rompiendo. ¿Y mientras?. Pues un apaño. Normalmente cascaban por la parte de las clavijas, que si cascaban por otro lado no había nada que hacer. Así que las empalmábamos. Si, como lo estáis leyendo, ¡las empalmábamos!.

Con en tiempo habíamos adquirido una destreza considerable. Cogíase cada trozo roto de la cuerda en cuestión, y por el extremo que se había ido al carajo se hacía como un pequeño lazo trenzándola sobre si misma, con ayuda de unos alicates, eso sí (que facilitaba mucho la cosa). Luego con el otro trozo, antes de proceder igual, se pasaba por el lazo así conseguido, y cuando se tensaba en el cavijero para afinarla, el trenzado quedaba prieto y, normalmente resistía. ¡Ya podíamos seguir tocando!, en los ensayos, que para las actuaciones procurábamos llevar todo nuevecito, si se podía, aunque alguna vez alguna cuerda se fue a la mierda en mitad de una actuación, ¿A quién no le ha pasado?.

En eso Rulo tenía más suerte, la verdad, aunque bien mirado, las cuerdas del bajo duraban más, pero también eran más caras cuando había que cambiarlas, así que no se. Y Salva, preocupado que no se le jodieran los parches de los timbales, y de la caja ni te digo, que esos si que costaban un pastón. Lo que si que se cargaba a menudo eran las baquetas, que no ganaba el pobre para baquetas ni nosotros para cuerdas. ¡Mira!, una ventaja de ser teclista, que las teclas no acostumbran a caerse ni se rompen sin ton ni son. Y además ¡no había que afinar!, que ya venía afinado de fábrica, que afinen los demás. Bien pensado, esto de haberme pasado al teclado, aunque de vez en cuando tocaba la "rítmica", era todo ventajas.

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